¿Qué es verdad? El concepto de verdad puede aludir tanto a la realidad como al conocimiento. Son dos sentidos diferentes.
El término verdad relativo a la realidad misma tiene interés en una fase de la investigación, ya que experimentar es conversar con la realidad. Por ello, cuando investigamos, observamos, miramos o vemos lo que más preocupa es que el interlocutor sea la realidad de verdad y no cualquier otro substituto.
Por ejemplo, un caso clásico está en la diferencia entre el ruido y la información. ¿Cómo separar uno del otro?
la verdad de la realidad es plenamente cultural
Cuando un aparato de observación, o nuestros propios sentidos, proporcionan datos, la pregunta siempre es: ¿son de verdad? o ¿es un artificio? Difiere, además, de saber separar la realidad de una ilusión de la realidad y cómo distinguirlo, ya que el problema es profundo y afecta directamente a la percepción humana, un proceso complejísimo que empieza en el mundo físico de los objetos que emiten señales, continúa por el mundo fisiológico que las capta, sigue en el mundo cerebral que las interpreta y acaba ―si acaba― en un mundo psicológico y cultural que las distorsiona.
Otro aspecto de la verdad de la realidad es plenamente cultural. Es, por ejemplo, la verdad asociada a la realidad que presentan los museos. Muchos de estos centros engañan al visitante con la exposición de mezclas de piezas de verdad y otras de mentira. Hoy se pueden hacer copias y reproducciones indistinguibles y ¿por qué desilusionar al visitante con avisos? ¿Por qué renunciar a una buena copia del buen original que tiene otro buen museo?
El truco reside en sustituir la realidad ―o parte de ella― por conocimiento, es decir, por representaciones de la realidad (copias, simulaciones, imágenes).
Por su parte, mentir es faltar a la verdad a sabiendas de que lo que se está haciendo. Se trata de afirmaciones falsas que crean una idea o una imagen inexacta también. Las personas, cuando mienten, lo hacen porque consideran necesario ofrecer una imagen diferente de la realidad, con la que no están conformes.
La máscara que proporciona la mentira permite crear una imagen de nosotros mismos que se quiere trasmitir. Sin embargo, esta careta es inconsistente, ya que una mentira lleva a la elaboración de una larga cadena de ellas que permita sostener la certeza de la primera, lo cual produce miedo a perder la imagen falsa que se ha establecido y supone una tensión continua para el mentiroso en cuestión. Además, genera un importante desgaste de energías, ya que es necesario contar con una buena memoria para no contradecir las mentiras anteriores.
Durante el proceso de mentir se produce una carga cognitiva por la cual el cerebro humano activa mayor número de áreas que cuando se dice una verdad. A medida que se incrementa la actividad cerebral aumenta el flujo sanguíneo en el cerebro y, por tanto, aumenta el oxígeno en sangre.
Dada la complejidad de la conducta de mentir en el cerebro no existe un único centro de la mentira sino múltiples áreas implicadas que interactúan entre ellas.
Durante el proceso de mentir se produce una carga cognitiva por la cual el cerebro humano activa mayor número de áreas que cuando se dice una verdad
Cuando mentimos, en el cerebro se activan tres regiones diferentes: el lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el sistema límbico, y lo hacen en mayor medida que cuando decimos la verdad.
Por lo tanto, el acto de mentir requiere de un esfuerzo cerebral extra, ya que cuando se hace se activan zonas del lóbulo frontal que desempeñan un papel en la atención y concentración, además de vigilar posibles errores para suprimir la verdad.
Asímismo, las redes cerebrales utilizadas para expresar una mentira espontánea son diferentes de las que se emplean para pronunciar una mentira memorizada.
La mentira espontánea estimula una parte del lóbulo frontal relacionada con el funcionamiento de la memoria, mientras que la ensayada estimula una parte distinta en la corteza frontal derecha, vinculada con la memoria episódica.
Lo que vemos es lo que vemos, pero la interpretación de lo que observamos no es lo que percibimos.
La apreciación de esto último corresponde al cerebro, y los parámetros para hacerlo no son los mismos en cada uno, puesto que se basan en un complejo algoritmo surgido de millones de sinapsis neuronales, absolutamente individuales, que avala comprender científicamente que casi ningún concepto es absoluto, sino supeditado según a cómo lo interpretamos.
Así que existirían tantas verdades como individuos, y esto se relaciona directamente con el “aparato cerebral” debida cuenta de que la interpretación mental no se basa en lo que se ve sino en lo que el cerebro quiere ver.
en el cerebro no existe un único centro de la mentira
Solemos pensar que nuestra percepción del mundo es mucho más completa de lo que es en realidad.
Sentimos que registramos lo que pasa en nuestro entorno al igual que una cámara de vídeo. Sin embargo, lo que sucede es muy distinto, porque el cerebro engaña a través de mecanismos muy sofisticados que incluso construyen creencias que a fuerza de repetirse se convierten en verdades difíciles de refutar y que maltratan la existencia.
Todo por obra y gracia del cerebro ese órgano maravilloso que nos hace individuos únicos e irrepetibles, desplegando, incluso, una adaptación mágica de las debilidades que pone a nuestro servicio.
El bien, la verdad y la belleza tienen sus raíces en el mundo biológico y en la evolución, así como en la actividad neuronal, ya que lo que imaginamos que estamos oyendo o viendo puede cambiar realmente lo que percibimos.
Un estudio del Karolinska Institute de Suecia ha demostrado que nuestra imaginación puede afectar la manera en que experimentamos el mundo más de lo que hasta ahora se creía: aquello que imaginamos que estamos oyendo o viendo puede cambiar realmente lo que percibimos.
Por otro lado, los resultados obtenidos arrojan además nueva luz sobre una cuestión clásica de la psicología y de las neurociencias: cómo combina el cerebro la información que le llega de los diferentes sentidos.
A menudo pensamos en las cosas que imaginamos y percibimos como claramente disociable. Sin embargo, esta investigación ha demostrado que la imaginación de un sonido o de una forma cambia la manera en que percibimos el mundo que nos rodea, de la misma manera que lo hace escuchar realmente ese sonido o ver esa forma.
En concreto, descubrimos que lo que imaginamos oír puede cambiar lo que vemos realmente, y que lo que vemos con la imaginación puede cambiar lo que realmente escuchamos porque la imaginación transforma la percepción real y, según los investigadores, estos resultados pueden ser útiles para la comprensión de los mecanismos que hacen que el cerebro no distinga entre pensamiento y realidad, por ejemplo, en ciertos trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia.
Esta es una primera serie de experimentos con los que se pretende aclarar definitivamente si las señales sensoriales generadas por la imaginación son lo suficientemente fuertes como para cambiar nuestra percepción del mundo real y confirmar si lo que es y significa no es algo separado como si fuera uno físico y el otro mental.
No cabe duda de que la realidad es distinta de cómo la vemos y dos mentes inmersas en la realidad están separadas por la realidad misma. Esto significa que una mente, para comunicarse con otra, ha de atravesarla.
Es decir, el conocimiento creado por una mente, como representación de una complejidad presuntamente infinita, se ha de traducir en un trozo de realidad para que así pueda alcanzar otra mente de destino.
Es el caso de una pintura, una escultura, una ecuación matemática, un poema, un programa de ordenador, un gesto, un objeto… Por ello, un conocimiento está encuadrado en el espacio y el tiempo. Empieza y acaba. El conocimiento es finito.
Basta que la proposición aluda a la realidad de este mundo para que las cosas se compliquen muy rápidamente. El propio lenguaje cubre el concepto de verdad con una delicada capa de ambigüedad. En efecto, digamos, y es mucho decir, que el diccionario del idioma con más palabras no llega a cien mil palabras. Bien, pues resulta que el número de objetos y fenómenos distintos de este mundo son muchos más y esto significa que cualquier proposición escrita en el más rico de los idiomas es, si alude a la realidad de este mundo, forzosamente falsa.
La veracidad es un deber moral cuyo cumplimiento afecta a la dimensión social del hombre y facilita la convivencia humana
Sencillamente, no hay bastantes palabras para decir la realidad, por lo tanto, la proposición no puede tener sólo dos estados accesibles (verdadero y falso), sino infinitos valores entre un mínimo (falso) y un máximo (verdadero).
Por eso, antes de llegar, incluso, al conocimiento general de la realidad, el concepto de verdad pierde su carácter absoluto, porque la verdad tiene peso, la verdad tiene grados, la verdad tiene matices.
Entonces, ¿Qué es la verdad?
La verdad es una calidad del conocimiento, la que alude al grado de compatibilidad entre la simplicidad que representa y la complejidad que es representada, donde la cuestión fundamental es que en principio la primera es finita y la segunda es infinita.
En cualquiera de sus sentidos, el concepto de verdad está muy emparentado con el de fidelidad. El amor a la verdad se muestra también en la veracidad, es decir, en el hábito de conformar las acciones exteriores con lo que interiormente se piensa, en ser fieles al manifestar los pensamientos y en decir siempre lo que se entiende que es verdad y manifestarse a los demás como interiormente se es.
La veracidad es un deber moral cuyo cumplimiento afecta a la dimensión social del hombre y facilita la convivencia humana. (“La verdad, norma del pensamiento y de la conducta”- F. Ponz, Universidad de Navarra, España). Proviene de una disposición permanente de la voluntad para manifestar fielmente el conocimiento personal de la verdad, que viene exigida por la dignidad de la persona humana y por el deber de lealtad y bienestar que el hombre debe guardar con todos los demás hombres, sean como sean. Finalmente, la veracidad ocupa un lugar muy importante en la vida moral del hombre.
Todo lo que sea manifestar la verdad y facilitar a los demás el acceso a la verdad, eleva al hombre. Y cuanto suponga inducir al error, faltar a la veracidad, dificulta el recto uso de la inteligencia, contradice el derecho natural que todo hombre tiene a conocer la verdad, a que se le diga la verdad; supone una ofensa y daño a la dignidad humana.
No puede haber justicia sin amor y sin veracidad. Y la falta de veracidad es, además, una manifiesta carencia de amor entre los hombres. Sin veracidad resulta imposible el orden moral en la vida social, porque ésta reclama la comunicación de ideas, sentimientos, noticias, etc., sobre la base de que todo ello responde a la verdad, al menos a lo que cada uno entiende honradamente que es verdadero.