Hemos escuchado, e incluso hablado, muchas veces sobre el concepto de Inteligencia Emocional, ¿pero sabemos realmente lo que significa y lo que supone para nuestra salud y relaciones sociales? El presente artículo tiene como objetivo dar respuesta a esas preguntas.
Antes de nada, hablemos del concepto de emoción. La Psicología –los psicólogos– rara vez se pone de acuerdo en definir de manera concreta un constructo; el concepto de emoción no iba a ser menos. A pesar de ello la literatura científica dice que una emoción es un proceso psicológico adaptativo que recluta y coordina al resto de procesos para dar una respuesta rápida y efectiva ante cualquier cambio en nuestro ambiente. Por esto, y mucho más que descubriréis a lo largo del artículo, es tan importante que conozcamos todo lo relacionado con nuestras emociones.
Todos conocemos a alguien que no sabe expresar de manera correcta cómo se siente, que no sabe reconocer cómo se sienten los demás, que es ‘frío’ o ‘sin sentimientos’ o incluso que no sabe comportarse acorde con la situación –apuesto a que ahora mismo estáis pensando en esa(s) personas– . Sin ir más lejos tenemos ejemplo de ello tanto en la literatura como en la televisión: hasta el hombre más frío tiene su ‘Always’, y qué decir de Sheldon Cooper, quién acaba sucumbiendo a los designios de la emoción al conocer a Amy. Aquí es donde entra en juego la inteligencia emocional.
Allá por la década de los 90 Mayer y Salovey lanzaron el concepto de inteligencia emocional (IE), definiéndola como “la capacidad para supervisar los sentimientos y las emociones de uno mismo y de los demás, de discriminar entre ellos y de usar esta información para la orientación de la acción y el pensamiento propios” (Salovey y Mayer, 1990, p.189). Aunque a decir verdad no es un concepto nuevo, ya los Estoicos hablaban sobre el término emoción y en la mayor parte de las épocas por las que ha pasado la humanidad se ha hecho referencia a un término similar, la Inteligencia Social.
La Inteligencia Emocional como toda capacidad se puede entrenar
Quedémonos con los padres del concepto, Mayer y Salovey. Ellos postulan un modelo, muy sencillo, en el que la Inteligencia Emocional es un conjunto de competencias involucradas en la percepción, el uso, la comprensión y la regulación de emociones. Estas competencias dependen sobretodo del conocimiento de los procesos emocionales y del procesamiento de los mismos, por ello –que no se preocupen los que tienen problemas en este plano– la Inteligencia Emocional como toda capacidad se puede entrenar y mejorar.
Los autores además hablan de cuatro fases en el proceso. Por un lado tendremos (1) la capacidad para percibir las emociones de forma precisa; la segunda fase será (2) la capacidad para encauzar las emociones de manera que faciliten el pensamiento; en tercer lugar encontramos (3) la capacidad para comprender las emociones, haciendo referencia sobretodo al lenguaje característico de las emociones; y por último (4) la capacidad para controlar las propias emociones y las de los demás. Cada uno de nosotros nos diferenciaremos en alguna de esas capacidades, haciendo genuino y personal el proceso emocional.
¿Pero qué significa cada fase propuesta por Mayer y Salovey?
- Al hablar de la primera fase estamos hablando de la capacidad fundamental de la Inteligencia Emocional, percibir las emociones. Percibirlas, en el sentido más amplio de la palabra, en expresiones faciales, voces, fotografías, textos, canciones…etc. Esta capacidad de percepción es común en todas las culturas, un ejemplo claro son las emociones básicas –universales– como por ejemplo la alegría, la tristeza, el asco, el miedo…etc. que serán comprendidas a lo largo y ancho de nuestro planeta.
- En cuanto al segundo componente, utilización de las emociones, los autores se refieren a la capacidad de aprovechar la información emocional recogida en la primera fase para facilitar procesos cognitivos que nos ayuden con nuestras tareas; si bien los Estoicos estaban convencidos de que las emociones no podían aportar nada de utilidad al pensamiento debido al supuesto carácter impulsivo e irracional de éstas, con esta fase se demuestra todo lo contrario, son capaces de ayudarnos en nuestra función cognitiva ¿o no habéis notado que os es más fácil realizar una tarea cuando estáis alegres?
- El tercer elemento, comprensión de las emociones, aparte de referirse a la capacidad de comprender la relación entre emociones, tiene otra función importante, la de ponerle nombre a esas emociones. Gracias a esta fase somos capaces de transmitir a través del lenguaje nuestro estado emocional. Una persona con buena capacidad de comprensión no solo se quedará en las diferencias entre emociones más notables, sino que irá más allá distinguiendo en una misma dimensión emocional diferentes intensidades y dándole nombre a esas intensidades.
- El último elemento, controlar las emociones, hace referencia a la capacidad de controlar no solo nuestras emociones sino también las de los demás. Os preguntareis como podéis controlar las de los demás, muy sencillo, pensad en cuando habéis tenido que animar a algún amigo que se encontraba triste, al cabo de un rato ya no está tan triste, ¿verdad?…¡ahí lo tenéis!
ninguna emoción es buena o mala, todas y cada una de ellas cumplen una función
Mitos vs Realidades sobre las emociones y la inteligencia emocional
Mito: emociones buenas vs. emociones malas
Siempre que me encuentro un caso nuevo en consulta y empezamos a ver Psicoeducación Emocional le pregunto al paciente, ¿tu crees que hay emociones buenas o malas? Normalmente suele responder que la ansiedad, el miedo o la tristeza son malas mientras que la alegría es buena. Tengo que confesar que ante esa respuesta siempre me sale una sonrisilla para a continuación contestar, ¿qué apostamos si te demuestro que eso no es del todo cierto?
Efectivamente, la sabiduría popular dictamina que emociones como el miedo o la ansiedad son malas; es normal, son emociones que nos hacen sentirnos mal a corto plazo, ¿pero y si a largo plazo resultan ser buenas?; me explico, todas –absolutamente todas– las emociones tienen función, siempre en su justa medida por supuesto. Las emociones cumplen tres funciones fundamentales: (1) Función adaptativa, (2) Función social y (3) función motivacional.
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- Función Adaptativa: Darwin en 1872 publicó ‘La expresión de las emociones en los animales y el hombre’, donde habla sobre el valor adaptativo de las emociones, siendo éstas elementos básicos para permitir que el ser humano sobreviva a situaciones de peligro. Las emociones facilitarían la conducta apropiada en cada situación, siendo el miedo la emoción más básica. ¿Por qué Darwin planteó el miedo como la emoción más básica? Muy sencillo, gracias al miedo el ser humano como especie ha ido sobreviviendo a todas las épocas; imaginaos que vivís en la edad de piedra y en vuestro camino aparece un oso gigantesco, ¿qué hacéis? ¿huis u os enfrentáis? Yo desde luego huiría.
- Función Social: La expresión emocional es indudablemente uno de los factores que ayudan a consolidar relaciones interpersonales creando así redes de apoyo sociales tan importantes en nuestro día a día. Además, no solo eso, también tiene beneficios sobre nuestra salud reduciendo el nivel fisiológico que conlleva toda inhibición emocional.
- Función Motivacional: Las emociones pueden dirigirnos y facilitar la consecución de una meta pero también tienen la otra vertiente, pueden evitar ciertas conductas que, a priori, no nos beneficiarían.
Como hemos visto, ninguna emoción es buena o mala, todas y cada una de ellas cumplen una función, siempre con una intensidad adecuada…por lo tanto, ¡mito resuelto!
Para poder controlarlas habrá que reconocerlas, saber qué nos pasa y ponerle nombre
Mito: ¿Hay un cociente de inteligencia emocional?
Muchas personas, al ver el ‘apelativo’ inteligencia se preguntan si hay un cociente, un valor numérico que determine cuán emocionalmente inteligente es una persona…ya se sabe esa necesidad que tenemos los humanos para medir todo en números, como bien dice Antoine de Saint-Exupéry en su obra ‘El Principito’ “Las personas grandes aman las cifras”.
“Si decís a las personas grandes: «He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas ya palomas en el techo…», no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: «He visto una casa de cien mil francos.» Entonces exclaman: «¡Qué hermosa es!»”.
Antoine de Saint-Exupéry. El Principito.
La respuesta es no, no hay un cociente de inteligencia emocional como tal, no podemos decir “esta persona tiene un cociente intelectual (CI) – emocional de 90”.
A pesar de no haber un cociente si se puede evaluar para conocer en qué elemento, o elementos, se tendrá que poner el punto de mira del entrenamiento.
Mito: La inteligencia emocional no se puede entrenar
Para desmontar este mito haré referencia a las características de los sujetos emocionalmente inteligentes.
Una persona emocionalmente inteligente poseerá una autoestima adecuada, entendiendo que la autoestima debemos configurarla en función de unas metas adecuadas a las posibilidades de cada uno; puesto que la autoestima se mantiene en función de recompensas, para mejorarla tendremos que buscar unos objetivos realistas que nos permitan alcanzarlos consiguiendo así ese refuerzo.
Además, deberá ser una persona positiva, optimista…¿de qué sirve ver el vaso medio vacío? ¿Podemos alcanzar algún objetivo de esa manera?
Por otro lado, y clave en la Inteligencia Emocional, deberá contar con una actitud generosa; aunque lo importante es que no solo servirá con saber dar, también tendrá que saber recibir. ¿Cuántos de vosotros decís “tú que me miras con buenos ojos” cada vez que os echan un piropo? Me gustaría que hicierais un ejercicio de reflexión y cada vez que os digan un piropo apropiado o que simplemente os sujeten la puerta del metro cuando vais a entrar deis las gracias a vuestro interlocutor.
Otra de las características de las personas emocionalmente inteligentes es que son empáticos, es decir, son capaces de ‘ponerse en los zapatos del otro’, pero es importante que no haya un contagio emocional, ¿cómo ayudaríamos entonces a la persona que nos está contando alguna preocupación si nos involucramos tanto que perdemos la perspectiva?
Si sabemos cómo nos sentimos sabremos cómo tratarnos
Tal y como nos dicen Mayer y Salovey (1990) en una de sus cuatro fases –controlar las emociones– hay que aprender a controlar nuestras emociones y las de los demás. Quedémonos con nuestras emociones, para poder controlarlas habrá que reconocerlas, saber qué nos pasa y ponerle nombre. Para ello, en las intervenciones en las que se trabajen emociones, siempre se dispondrá de un módulo dedicado a la Psicoeducación emocional.
Una de las conductas problema que más se encuentra cualquier psicólogo en consulta es el déficit en expresión emocional –ojo que casi nunca es el motivo de consulta–. A esto me pregunto, ¿por qué? ¿por qué los seres humanos tenemos miedo de expresar nuestras emociones a los demás? ¿por qué nos ponemos un escudo para que nadie sepa si estamos mal o si estamos bien, si algo nos preocupa? Creo sinceramente que la sociedad no ayuda a eso, nos enseñan que si mostramos nuestros sentimientos somos débiles, ¿pero, no nos hace más débil no tener ningún apoyo social al que decirles cómo nos sentimos? ¿no nos hace más débiles aguantar todo lo que podemos hasta que llega el punto que no podemos más? Una persona emocionalmente inteligente será capaz de expresar sus emociones de manera apropiada, ¡seamos inteligentes y mostremos nuestras emociones!
Para la siguiente característica me gustaría que os imaginarais que estáis en frente de la puerta de vuestra casa, se os han olvidado las llaves dentro y no tenéis posibilidad de conseguir unas o a un cerrajero en las próximas 5 horas, ¿qué hacéis?. Os hago esta pregunta para que reflexionéis sobre vuestras estrategias de resolución ya que un índice de déficit en inteligencia emocional es tener pocas alternativas a la hora de solucionar un problema, por lo que una persona emocionalmente inteligente contestará a la pregunta con varias alternativas de solución.
En España –país desde donde escribo– por desgracia tenemos muy poca tolerancia a la frustración, por norma general nos cuesta superar las dificultades y acabamos ahogados en el conformismo y en la indefensión. Una persona emocionalmente inteligente verá la oportunidad de sobreponerse en cualquier dificultad y no se dejará vencer por la frustración.
Y por último, llegamos a mi característica favorita. Las personas emocionalmente inteligentes dispondrán de un equilibrio entre exigencia y tolerancia, sabrán cuando han dado todo de sí mismas para alcanzar una meta y sabrán que está bien que eso sea así. Muchas veces nos empeñamos en conseguir un objetivo, una meta, que en ese momento es inalcanzable, no propongo que nos olvidemos de ella, simplemente que la dejemos relegada a otro momento en el que sí podamos conseguirla.
Todas estas características se pueden entrenar siempre ajustándolas a la realidad de cada sujeto.
Beneficios de la inteligencia emocional
Llegamos a la última parte del artículo. Después de todo lo que habéis leído estaréis pensando “vale si, todo eso es muy bonito, ¿pero qué beneficios tiene?”
Un buen conocimiento emocional favorece a su vez a nuestro propio autoconocimiento, ayudándonos a aumentar la confianza en nosotros mismos. Si sabemos cómo nos sentimos sabremos cómo tratarnos.
Además, mejora las relaciones interpersonales, aportando refuerzo a esa red social tan importante para nuestra especie; conocer y entender tanto nuestras emociones como las de los que nos rodea ayuda a que manejemos de manera más eficaz esos conflictos inevitables cuando tratamos con otras personas.
Como hemos comentado antes, la persona emocionalmente inteligente conseguirá alcanzar sus objetivos (siendo éstos realistas) de mejor manera ya que su motivación se verá aumentada.
Hace un tiempo leí una frase cargada de verdad “si te dieras cuenta de lo poderosos que son tus pensamientos, nunca tendrías pensamientos negativos”. Esos pensamientos negativos suelen ser automáticos –por eso los psicólogos los llamamos pensamientos automáticos negativos (PANS)– y realizan normalmente una evaluación distorsionada de la realidad, provocando así emociones negativas tales como ansiedad, ira y tristeza, a través de la IE se puede controlar esas emociones, dándole menos protagonismo a los pensamientos que las ocasionan.
Me gustaría recordar su papel en nuestra salud. En la mayor parte de las enfermedades médicas se dan componentes psicológicos que influyen en el transcurso de las mismas. Nos encontramos habitualmente con emociones negativas, pensamientos negativos recurrentes…y en el peor de los casos una pérdida de apoyo social, gracias al entrenamiento de la IE podremos controlar todo eso, haciendo un poco menos dura e intensa la enfermedad que se padezca.
Por último, cuánto daño ha hecho la frase “el tiempo todo lo cura” cuando se trata de una herida emocional…¿por qué no aplicamos primeros auxilios como si de una herida física se tratase? Como hemos visto en el artículo, las heridas emocionales tienen muchas repercusiones, por eso os invito a que tanto si sois vosotros los heridos como si es algún conocido os paréis, preguntéis si se necesita algo de vosotros, escuchéis que es lo que pasa, acompañéis en su recuperación, expreséis, dejando que esas emociones salgan a la luz, y respetéis, no pongáis en duda ni banalicéis.
Referencias bibliográficas:
Darwin, C.R. (1872). The Expression of the Emotions in man and animals. Chicago: University of Chicago Press.
Darwin, C.R. (1984). La expresión de las emociones en los animales y el hombre. Madrid: Alianza.
Fernández-Abascal, E.G.,García Rodriguez, B., Jiménez Sánchez, M.P., Martín Díaz, M. D. y Domínguez Sánchez, F.J. (2010). Psicología de la Emoción. Madrid. Editorial universitaria Ramón Areces. UNED
Goleman, D. (1998). La práctica de la inteligencia emocional. Barcelona: Kairós.
Miguel-Tobal, J.J. y Casado, M.I. (1994). Emociones y trastornos psicofisiológicos. Ansiedad y Estrés, vol. 0, 1-13
Miguel-Tobal, J.J. y Casado, M.I. (1999). Ansiedad: aspectos básicos y de intervención. En E. G. Fernández-Abascal y F Palmero (coord.), Emociones y salud. Barcelona. Ariel
Pérez Nieto, M.A., Fernández Abascal, E.G. y Miguel Tobal, J.J. (2009). The role of emotions in decision-making. Studia Psychologica, 51, 305-318.
Salovey, P., & Mayer, J. D. (1990). Emotional intelligence. Imagination, Cognition, and Personality, 9, 185-211.