He atendido más 300 pacientes en los 7 años que llevo ejerciendo como psicólogo de niños, adolescentes y sus familias y he aprendido algunas cosas que no me enseñaron ni la universidad ni los libros:
- Solo una mínima parte de los problemas que me he encontrado en consulta son “de manual”. El resto (la mayoría) no encajan en etiquetas diagnósticas DSM ni en trastornos claramente definidos. Encontramos más problemas de insatisfacción, desadaptación a los contextos, etc.
- Las familias juegan un papel muy relevante en el origen y el mantenimiento de los problemas, sin embargo solo un pequeño porcentaje se implica activamente en los tratamientos . Involucrarlos es un reto y favorecerá el buen pronóstico.
- El componente contextual/social de los problemas psicológicos es brutal. Insatisfacción corporal, vacío, vivencia extrema de las relaciones sociales. Son canones o normas que parece que la sociedad y las RRSS dictan y hay que seguir.
- Tener bajos ingresos impide a muchas familias acceder a tratamientos o bien acceder en una frecuencia que pueda ser terapéuticamente relevante. Ser pobre empeora tu salud mental y además pone difícil que puedas mejorarla con un profesional.
- El aumento desde 2020 hasta ahora de atención de niños y adolescentes ha sido exponencial. Trabajando fuera de agenda, manejando lista de espera,… Los más jóvenes están al límite psicológicamente.
- Los profesionales cada vez necesitamos ser más flexibles y salirnos de nuestros marcos de seguridad para dar mejor atención. Priorizar el vínculo, introducirnos en su contexto, flexibilidad en los modelos y estrategias que utilizamos.
Este artículo fue publicado en formato de hilo en Twitter por Jonathan Molina y cedido para su publicación en Psyciencia.
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