Cada día flipo más con la psicología barata y de panfleto. El positivismo forzado y simple como un nuevo “dogma” que se acaba convirtiendo en una imposición, en la obligación de estar bien. Al final, me parece que el optimismo y el positivismo tal y como se están vendiendo hoy en día desde el coaching y desde la psicología mal entendida llevan a algo que es poco más que “postureo actitudinal positivista”.
Y como todo postureo, se trata de algo que hacemos más de cara a los demás para buscar (o mendigar) su aprobación, más que por nosotros mismos. Y, como todo postureo, suele ser negar nuestra propia realidad para ser eso que creemos que gustará más a otros. Y, como todo postureo, es de cartón piedra, algo que en cuanto lo golpeas un poco se rompe y descubres que por dentro está profundamente vacío.
Parece que estamos en la obligación de ser felices todo el rato, que si estás mal eres un cenizo o una “persona tóxica” y, como me decía el gran psicólogo Javier Barbero, hay que diferenciar entre “el derecho a estar mal versus instalarnos en el malestar” (que regodearte en la mierda no ayuda, obviamente).
Encuentro con horror blogs de psicología o crecimiento personal (huyamos de etiquetas como “psicología” o “salud mental” porque eso huele a pesimismo y enfermedad, maquillemos la realidad hasta deformarla en una pantomima siempre con una sonrisa estúpida en la cara) donde explican que la vida puede ser maravillosa si queremos, que sólo hace falta “ver el lado bueno de las cosas”, que “si la vida te da limones, haz limonada”. Cuando tenía 21 años, seis meses después del fallecimiento de mi padre, le detectaron a mi madre un cáncer con metástasis y extendido, además, la quimioterapia, el tratamiento contra el cáncer le agravaba otra enfermedad que tenía previamente, así que si le curaban de una cosa, moriría de la otra.
Ya te digo yo la limonada de mierda que me iba a hacer a punto de quedarme huérfano y solo como un perro, y que en esos duros momentos lo que me ayudaba era poder llorar y desahogarme con mis seres queridos, sentirme escuchado y acompañado en lo que me pasaba. Asumir que iba a perder a mi madre y aunque doliera, decidir estar con ella, cogerle la mano en el hospital, decirle llorando lo que la quería y lo que le iba a echar de menos, despedirnos (por duro y terrible que sea despedirse de una madre) y pensar en la situación a todos los niveles (personal, legal, sanitario, económico….) para tomar decisiones difíciles de cojones, pero necesarias.
La mente no es un ordenador que podamos programar para que se centre en aquello que queremos, sino que el psiquismo funciona por una serie de mecanismos que se han perpetuado en la especie porque son útiles para adaptarse y responder de manera eficaz a situaciones (Darwin y la evolución y todo ese rollo) y atender lo negativo y amenazante es imprescindible y adaptativo para superar situaciones. Así que por mucho que quieras, tu mente está hecha para sentir toda esa “negatividad” que es jodidamente necesaria para que le eches cojones a lo que no funciona en tu vida (lo que ocurre es que preferimos distraernos y evitar lo complicado).
Otra cosa que me deja boquiabierto es convertir la complejidad de algo como el sentido de la vida o la felicidad en recetas o listas de “tips”: Si haces estas cosas, todo te irá super chupi guay. Porque claro, la felicidad depende de que liberes dopamina haciendo deporte, de que medites o de que todos los días des al menos un abrazo. Para empezar, son temas muy complejos y que dependen enormemente de cada persona, su forma de entender la vida, su historia de vivencias y aprendizajes y sus valores o creencias, por lo que creer que una misma “receta” es aplicable al 100% de la humanidad es de un simplismo de mear y no echar gota.
Para continuar, decir que practicar mindfulness, gratitud, deporte o autocompasión (todavía no ha llegado tanto al mundo hispanohablante, pero en Estados Unidos el “self kidness” lo está petando muchísimo) te harán feliz es una soberana gilipollez. ¿Además has visto como van cambiado? Si eso era tan bueno, ¿por qué cada 5 años surge algo nuevo? Porque, como en todo, hay modas.
Son hábitos increíblemente saludables, y no digo que no sean buenos, muchos además tienen evidencia empírica probada. Sabemos que ayudan a nivel bioquímico a nuestro cerebro con dopamina, serotonina, oxitocina (neurotrasmisores que se asocian con el bienestar y la alegría) o inhiben sustancias como la catecolamina (hormona del estrés), algunos hasta me gustan particularmente (la autocompasión y una de sus grandes autoras, Kristen Neff es la polla) y los recomiendo a mis pacientes en psicoterapia, pero lo que trato de decir es que no debemos confundir el árbol con el bosque.
Que algo te ayude a sentirte mejor no siginifica que por si mismo te haga feliz. Es simplemente un buen hábito, pero no la llave de la felicidad. Además, corremos el riesgo de “pervertir” esos buenos hábitos como forma de tratar de huir del malestar, de traicionarnos a nosotros mismo y en vez de acompañarnos en lo duro, enterrarlo detrás del subidón de las endorfinas del deporte, quitarnos poder y ser indulgentes con nosotros mismos a través de la autocompasión o ignorarnos y dejarnos solos distrayéndonos con mindfulness. Favorecen la supresión y represión emocional de sentimientos que son desagradables, pero que son útiles, sanos y lógicos, con cosas tipo “prohibido enfadarse” o “mira el lado bueno”, lo cual está detrás de muchos problemas psicológicos.
No necesitas ser optimista y feliz, necesitar ser honesto con quien eres y qué necesitas, y eso a veces es disfrutar y ser consciente de lo bueno en la vida, pero también de acompañarte en el dolor y luchar por ti. Trátate bien y se realista, no un gilipollas ingenuo montado en un unicornio que va vomitando arcoíris.