Cuando decidí estudiar psicología, hace ya demasiados años, me puse a leer todo aquello que se cruzara en mi camino relacionado con el tema y de esta manera en la biblioteca de mi pueblo encontré un libro que me llamó la atención. Se trataba de un manual de grafología, el cual prometía revelar, a través del análisis de las características de la escritura, los detalles más recónditos de la personalidad del escribiente.
Los detalles del libro se me han perdido, pero un recuerdo persevera. En un capítulo el autor afirmaba que a través del análisis de la firma (no ya de la escritura), se podían predecir rasgos de personalidad, intereses y demás. Entre otros ejemplos, refirió haberse encontrado en un documento comercial con una firma que le llamó la atención. El autor llegó a la conclusión que la firma se parecía notablemente a un pez –tal trazo semejaba una aleta, otro la cola, y así–, y concluyó que debía de tratarse de la firma de una persona aficionada a la pesca. En una encomiable demostración de espíritu científico, le escribió al dueño de tan singular firma, a quien nunca había visto en persona, comunicándole sus suposiciones y pidiéndole que las confirmara en caso de ser ciertas.
Milagrosamente, obtuvo una respuesta. “Estimado X”, decía la carta, “Efectivamente, mi firma semeja un animal, pero lo está usted mirando al revés. En realidad no se trata de un pez, sino de un chancho”. Huelga decir que al leer eso mi fe en la grafología empezó a flaquear un poco.
Pero la pregunta permanece: ¿qué tan confiable es el análisis de la escritura para predecir rasgos de personalidad? Para responderla, hicimos lo que más nos gusta hacer los sábados por la noche cuando nos entregamos al descontrol: un recorrido extenso por los artículos científicos publicados.
¿Qué es la grafología?
Dicho en pocas palabras, la grafología postula que es posible conocer detalles de la personalidad a través de características formales (es decir, no por el contenido) de la escritura manuscrita, tales como la presión que se aplica sobre el papel, la orientación de las palabras (hacia la izquierda o derecha, por ejemplo), el tamaño, su altura, líneas, conexiones, etc.
Si bien hay distintas formas de analizar la escritura, que a su vez generan distintas escuelas, todas comparten el supuesto de que el análisis de ciertos rasgos de la escritura promete ofrecer información confiable sobre rasgos personales del escribiente–no meramente observaciones generales tales como que una letra prolija quizá refleje una personalidad metódica, sino datos caracterológicos muy precisos tales como temperamento (nervioso, complaciente, flemático, etc.), rasgos mentales (inteligencia, intuición, razonamiento, memoria, etc.), rasgos sociales (introversión, extraversión, independencia, egoísmo), rasgos laborales (liderazgo, confiabilidad, egoísmo, entre otros), y rasgos morales (celos, generosidad, iniquidad, etc.) (Klimoski & Rafaeli, 1983). Quisiera reiterar que en el análisis grafológico suele enfocarse en las características de la escritura, no en el contenido de la misma –inferir que una persona que escribe “la vida no tiene sentido” quizá esté deprimida es relativamente fácil; inferir lo mismo a partir de los trazos de escritura de una lista de supermercado es toda otra historia. Por este motivo, en las investigaciones científicas suelen utilizarse fragmentos de escritura sin contenido personal (transcripciones de textos o dictados, etc.).
El análisis grafológico suele enfocarse en las características de la escritura, no en el contenido de la misma
Una advertencia: no debe confundirse la grafología con el peritaje caligráfico. Este último es el análisis de la escritura para corroborar a quién pertenece lo escrito -por ejemplo, en un litigio, el peritaje caligráfico se usa para determinar que un contrato ha sido efectivamente firmado por una de las partes, mientras que la grafología intenta hacer una evaluación o predicción sobre la personalidad de quien escribe. Si bien son disciplinas cercanas (al punto que a menudo una misma persona se dedica a ambas), los objetivos y supuestos son distintos (como también es distinto el soporte empírico de ambas).
En resumen, la grafología se utiliza de manera análoga a las técnicas proyectivas (si bien hay buenos argumentos para negar que sea cabalmente una técnica proyectiva, véase Driver, Buckley, & Frink, 1996), y por esto es utilizada en muchos ámbitos, desde recursos humanos hasta instituciones hospitalarias, pasando por instituciones educativas, derecho, indagación histórica y publicidad -pueden leer las incumbencias completas de la Asociación de Grafólogos Oficiales de la República Argentina en este link, pero baste citar de esa página el uso propuesto de grafología en recursos humanos:
“para determinar la idoneidad de los candidatos para acceder o promocionar a puestos de trabajo, para proveer perfiles de aptitudes que permitan distribuir o redistribuir ajustadamente al personal para un mejor rendimiento laboral; para realizar análisis grafológicos de compatibilidad entre socios, superiores y subordinados, cuadros directivos, planteles de operarios, etc.”
Si alguna vez tuvieron que enviar su currículum escrito a mano al aplicar para un trabajo, este es el motivo, de paso.
La grafología tiene una propuesta atractiva: predecir rasgos de personalidad, y a través de ello predecir las acciones de una persona, a través de la escritura. ¿Qué dice la evidencia? Si están con ganas de leer un aburridísimo recorrido por varias investigaciones, sígannos a la siguiente sección.
Las investigaciones (algunas, al menos)
En una primera aproximación, parecería que testear las hipótesis de la grafología es algo bastante directo: basta con evaluar a un grupo de personas usando herramientas de personalidad bien establecidas, luego evaluarlas con grafología, y analizar su poder predictivo. Resulta que esto ha sido realizado, de varias maneras distintas.
Por ejemplo, en un estudio realizado en 1986, tres grafólogos analizaron 80 muestras de escritura provenientes de empleados en un firma bancaria. Un psicólogo clínico (no grafólogo), también analizó el mismo material escrito, de manera puramente intuitiva. Las 80 personas habían pasado previamente por una batería de tests realizadas al aplicar para el empleo, así que se evaluó qué tanto el análisis de personalidad que realizaron los grafólogos y el psicólogo a partir de la escritura se semejaba al arrojado por la batería de test. La investigación mostró que, si bien el análisis de la escritura tuvo un pequeño poder predictivo, el no grafólogo obtuvo los mismos resultados que los grafólogos (Ben-Shakhar, Bar-Hillel, Bilu, Ben-Abba, & Flug, 1986).
Las respuestas dadas por los grafólogos no fueron mejores que una elección hecha al azar
En otra investigación reportada en el mismo artículo, se les pidió a 5 grafólogos que adivinaran la profesión de 40 personas a partir de una producción escrita estandarizada (es decir, las personas copiaron una serie de textos). Se les dijo a los grafólogos que había 8 profesiones incluidas en la muestra, y que podían marcar a cuáles profesiones podría corresponder cada muestra escrita. Se encontró que no sólo las respuestas dadas por los grafólogos no fueron mejores que una elección hecha al azar, sino que tampoco las respuestas fueron similares entre los distintos grafólogos (Ben-Shakhar et al., 1986).
Una investigación similar fue realizada a través del auspicio de la cadena de televisión BBC (Edwards & Armitage, 1992). Se tomaron muestras escritas provenientes de cuatro profesiones distintas, se les dieron a un grupo de grafólogos, quienes tuvieron que emparejar las muestras escritas con las profesiones. Además, las mismas muestras escritas fueron analizadas por un grupo de estudiantes de psicología, y por otro grupo de personas sin ninguna calificación académica. Mientras que los grafólogos tuvieron una tasa de aciertos del 65%, los estudiantes de psicología acertaron en un 54%, y el segundo grupo control de personas sin calificación acertó en un 59%, lo cual, si bien ofrece una débil evidencia a favor del análisis de la escritura, señala que los grafólogos no se desempeñaron mucho mejor que una persona sin ninguna formación.
Un estudio al respecto con una metodología curiosa fue llevado a cabo por Bushnell (1996). 120 personas (60 parejas que estaban conviviendo desde al menos un año), fueron evaluadas por un test de personalidad, el 16PF, y por grafología. Luego de un par de semanas a cada persona se le presentaron diez análisis de personalidad (cinco obtenidos por el 16PF y cinco obtenidos por grafología), y se le pidió que puntuara cada uno según la probabilidad de que fuera la propia descripción de personalidad. A continuación, de entre una muestra similar, cada persona tuvo que puntuar cuál sería más probablemente la muestra correspondiente a su pareja. Cada persona pudo identificarse a sí misma y a su pareja correctamente en los resultados del 16PF, pero no en los resultados del análisis grafológico.
Los autores señalan que estos resultados muestran que la validez del análisis de la escritura es limitada
Tett y Palmer (1997), tomaron una muestra de 49 estudiantes, los cuales realizaron un test de personalidad (el JPI-R), y una muestra de escritura, que fue analizada según los parámetros de grafoanálisis, que asigna determinados valores a características de la escritura tales como las características de los palitos de las “t”. Se analizó la correlación entre los rasgos de personalidad postulados por esta metodología con los rasgos de personalidad obtenidos por el JPI-R, y se encontró que sólo 6 de 119 relaciones fueron similares, mientras que 5 fueron opuestas. Los autores señalan que estos resultados muestran que la validez del análisis de la escritura es limitada.
Más recientemente Dazzi y Pedrabissi (2009), realizaron una investigación en la cual le administraron el Big Five Questionnaire -un test bien establecido y ampliamente usado para evaluación de rasgos de personalidad- a 101 participantes, a los cuales también se les pidió una muestra neutra (es decir, no autobiográfica), de escritura, que fue analizada por dos expertos grafólogos a quienes se les pidió que puntuaran cada muestra según los mismos rasgos de personalidad que evalúa el Big Five (rasgos como dominancia, cooperación, control emocional, control de impulsos, perseverancia, etc.). Los resultados obtenidos por los grafólogos no correlacionaron con los resultados obtenidos por el Big Five, y tampoco las evaluaciones hechas por un grafólogo fueron similares a las evaluaciones realizadas por el otro grafólogo. En otra investigación publicada en el mismo artículo, se trató de discernir si los grafólogos tendrían mayor poder inferencial que no grafólogos, lo cual nuevamente arrojó resultados negativos: un grafólogo resultó tan efectivo como un no-grafólogo realizando inferencias sobre rasgos de personalidad.
Con respecto a esto último, es notable la constancia con la cual varios estudios señalan que las predicciones hechas por grafólogos a partir del análisis de la producción escrita pueden ser igualadas por no grafólogos -es decir, personas sin ninguna formación en grafología analizando el mismo material intuitivamente. En una investigación reciente Mouly y colaboradores (2007), por ejemplo, encontraron que grafólogos y no grafólogos tuvieron el mismo grado de precisión identificando cuáles muestras de escritura pertenecían a personas con intentos de suicidio y cuáles a personas sin intentos de suicidio.
Hasta aquí hemos recorrido algunas investigaciones puntuales, pero también se han realizado varias revisiones generales de literatura, y tampoco ofrecen perspectivas mucho más favorables para con la grafología.
La validez de los grafólogos fue casi cero, y que psicólogos sin formación analizando muestras de escritura se desempeñaron mejor que los grafólogos
Neter y Ben-Shakhar (1989), hicieron meta análisis de 17 estudios analizando el uso de grafología para selección de personal, abarcando 1223 muestras analizadas por 63 grafólogos y 51 no grafólogos, y reportaron que en los casos en los cuales fueron usados contenidos neutrales (es decir, en donde en el material escrito no tenía indicadores de personalidad), la validez de los grafólogos fue casi cero, y que psicólogos sin formación analizando muestras de escritura se desempeñaron mejor que los grafólogos en todas las dimensiones evaluadas. Los autores llegan a afirmar lo siguiente:
“Los grafólogos no se desempeñan mejor que los no grafólogos al predecir el desempeño futuro en base a textos manuscritos. De hecho, las predicciones de los grafólogos tienen un índice de correlación más bajo con los criterios que las de los no-grafólogos” (…) “el vínculo entre rasgos tales como honestidad, liderazgo o inteligencia y características específicas de la escritura manuscrita no ha sido especificado ni explicado, y no hay razón para creer que tal vínculo existe en absoluto”
Diez años más tarde Driver y colaboradores (1996), llevaron a cabo una revisión exhaustiva de la literatura hasta el momento y ofrecieron las siguiente conclusiones:
“Nuestra revisión de la literatura sugiere que la utilidad de la grafología como ayuda en las decisiones de empleo es como mínimo cuestionable”(…) “Hoy la preponderancia de la evidencia científica es simplemente demasiado negativa como para que los profesionales continúen utilizando la grafología para ayudarse con decisiones laborales vitales. Creemos que hasta que se haya presentado nueva y sustancial evidencia, la grafología debe ser descartada.”
Cerrando
Las investigaciones, meta-análisis y revisiones que hemos resumido aquí son bastante coherentes: la grafología no es una herramienta muy confiable para la evaluación de rasgos de personalidad, y en algunos casos hasta puede disminuir la validez de una evaluación. Si bien hay algunas investigaciones que apoyan la utilidad de la grafología, ese apoyo se desvanece a medida que aumenta el rigor metodológico. E incluso en los contados casos en los cuales el análisis de la escritura manuscrita resultó de alguna utilidad en una investigación bien diseñada, dio lo mismo que el análisis fuera realizado por un grafólogo o por un lego en la materia.
La grafología no es una herramienta muy confiable para la evaluación de rasgos de personalidad
Con respecto a esto, hay una cita de la revisión de Driver y colaboradores (1996), que quisiéramos compartir con ustedes:
“Se ha sugerido que la grafología puede usarse en conjunto con otras evaluaciones y procedimientos de selección. Por ejemplo, de acuerdo al Director de Reclutamiento de Credit Lyonnais: ‘La grafología es sólo un complemento’ (…). Sin embargo, creemos que si una herramienta de evaluación no agrega eficiencia predictiva (ie. una mejora en la calidad de seleccion de los candidatos), entonces la herramienta no agrega nada y no debe ser utilizada. Sin embargo, como hemos demostrado en este artículo, la evidencia de las últimas dos décadas se ha pronunciado de manera mucho más negativa en contra de la grafología.”
Compartimos este fragmento porque cada vez que hemos ofrecido en Psyciencia revisiones de este tipo (la que publicamos sobre el Rorschach o la que hicimos sobre el Test de la Figura Humana, por ejemplo), una crítica frecuente es “se trata sólo de una herramienta y debe usarse junto a otras”. Sin embargo, sumar herramientas de validez dudosa es una mala manera de aumentar la precisión de una evaluación. Si la herramienta A es de mala calidad, la herramienta B también, y la C también, no se ve cómo una conclusión basada en A + B + C podría ser válida; quizá este ámbito sea el único en el cual acumular errores lleve a un acierto, pero parece poco probable.
Ahora bien, ¿por qué se sigue utilizando la grafología si es tan poco válida? Varios autores (Ben-Shakhar et al., 1986; King & Koehler, 2000), señalan que probablemente se trate del efecto Forer, tambien llamado efecto Barnum (sobre el cual hemos escrito esta revisión), el mismo que actúa en los horóscopos, por el cual en las descripciones de personalidad tendemos a sólo considerar los aciertos e ignorar los errores.
En resumen, adhiriendo a lo escrito por Driver y colaboradores, considerando la evidencia disponible, parece que va siendo hora que estas prácticas se pausen hasta tanto haya evidencia que las sostenga.
Referencias
- Ben-Shakhar, G., Bar-Hillel, M., Bilu, Y., Ben-Abba, E., & Flug, A. (1986). Can graphology predict occupational success? Two empirical studies and some methodological ruminations. Journal of Applied Psychology, 71(4), 645–653. http://doi.org/10.1037/0021-9010.71.4.645
- Bushnell, I. W. R. (1996). A Comparison of the Validity of Handwriting Analysis With That of the Cattell 16PF. International Journal of Selection and Assessment, 4(1), 12–17. http://doi.org/10.1111/j.1468-2389.1996.tb00043.x
- Dazzi, C., & Pedrabissi, L. (2009). Graphology and Personality: an Empirical Study on Validity of Handwriting Analysis. Psychological Reports, 105(3), 1255–1268. http://doi.org/10.2466/PR0.105.F.1255-1268
- Driver, R. W., Buckley, M. R., & Frink, D. D. (1996). Should We Write Off Graphology? International Journal of Selection and Assessment, 4(2), 78–86. http://doi.org/10.1111/j.1468-2389.1996.tb00062.x
- Edwards, A. G. P., & Armitage, P. (1992). An experiment to test the discriminating ability of graphologists. Personality and Individual Differences, 13(1), 69–74. http://doi.org/10.1016/0191-8869(92)90220-J
- King, R. N., & Koehler, D. J. (2000). Illusory correlations in graphological inference. Journal of Experimental Psychology: Applied, 6(4), 336–348. http://doi.org/10.1037/1076-898X.6.4.336
- Klimoski, R. J., & Rafaeli, A. (1983). Inferring personal qualities through handwriting analysis. Journal of Occupational Psychology, 56(3), 191–202. http://doi.org/10.1111/j.2044-8325.1983.tb00127.x
- Mouly, S., Mahé, I., Champion, K., Bertin, C., Popper, P., De Noblet, D., & Bergmann, J. F. (2007). Graphology for the diagnosis of suicide attempts: A blind proof of principle controlled study. International Journal of Clinical Practice, 61(3), 411–415. http://doi.org/10.1111/j.1742-1241.2006.00960.x
- Neter, E., & Ben-Shakhar, G. (1989). The predictive validity of graphological inferences: A meta-analytic approach. Personality and Individual Differences, 10(7), 737–745. http://doi.org/10.1016/0191-8869(89)90120-7
- Tett, R. P., & Palmer, C. a. (1997). The validity of handwriting elements in relation to self-report personality trait measures. Personality and Individual Differences, 22(1), 11–18. http://doi.org/10.1016/S0191-8869(96)00183-3
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