Angustia, depresión y ansiedad, son sólo algunas consecuencias negativas asociadas al acoso escolar, tanto en acosadores como en víctimas de bullying. La regularidad con que se presentan estas conductas “pone de relieve una necesidad importante de comprender los predictores del bullying y la victimización, a fin de identificar formas de reducir estas experiencias en los adolescentes,” señalan investigadores de un nuevo estudio que encontró que tanto los acosadores como las víctimas muestran diferencias en la respuesta del cerebro a los rostros enojados y temerosos (Swartz et al., 2019).
Johnna Swartz, de la Universidad de California, Davis y sus colegas estudiaron a 49 adolescentes, de 12 a 15 años, que fueron reclutados en la comunidad local. Primero informaron sobre sus experiencias de “intimidación relacional” (ya sea como acosadores o víctimas) en los últimos 12 meses. Esta es una forma de acoso no físico que implica dañar la posición social y las relaciones de un individuo. Puede implicar excluir a un niño de las actividades sociales, como una fiesta o un grupo en la mesa del almuerzo, o difundir chismes o rumores sobre ellos. A continuación, a los participantes se les mostró una serie de imágenes de rostros elegidos que expresaban miedo, ira o felicidad mientras se escaneaban sus cerebros usando fMRI.
El equipo encontró relaciones claras entre los patrones de actividad en la amígdala (una región del cerebro involucrada en la detección de amenazas) y los puntajes en el cuestionario de acoso relacional.
Una combinación de actividad de amígdala superior a la media para los rostros enojados y baja actividad para los rostros temerosos se asoció con una mayor conducta de intimidación. Mientras tanto, una mayor capacidad de respuesta de la amígdala a los rostros enojados y/o una mayor capacidad de respuesta a los rostros temerosos se relacionó con más experiencias de ser víctima de este tipo de acoso. Los escáneres también sugirieron que el aumento de la actividad en la corteza cingulada anterior rostral (rACC) en respuesta a caras temerosas se asoció con un menor comportamiento de intimidación.
“Estos resultados sugieren que la intimidación relacional y la victimización están relacionadas con diferentes patrones de actividad neuronal ante rostros enojados y temerosos, lo que podría ayudar a comprender cómo los patrones de procesamiento de la información social predicen estas experiencias,” escriben los investigadores.
Aún no está claro exactamente cómo pueden desarrollarse esos patrones, pero los investigadores hacen algunas sugerencias. Cuando se trata del comportamiento de intimidación, los adolescentes con una fuerte respuesta de la amígdala a los rostros enojados pueden estar predispuestos a interpretar a los compañeros en situaciones sociales ambiguas como hostiles, sugieren. Mientras tanto, la baja reactividad a los rostros temerosos puede relacionarse con una menor capacidad para percibir o procesar la angustia de otra persona, lo que podría conducir a una menor empatía o toma de perspectiva. Esta combinación podría hacer que un individuo sea más propenso a la intimidación.
Mientras tanto, los adolescentes con respuestas más fuertes a los rostros temerosos o enojados, o ambos, pueden ser más propensos a evitar a sus compañeros, lo que lleva a un mayor rechazo y aumenta las posibilidades de victimización, sugieren los investigadores.
¿Qué pasa con los hallazgos de rACC? Esta región está involucrada en la integración de información social y emocional.
Swartz y su equipo especulan que una mayor actividad en respuesta a rostros temerosos podría reflejar un mayor procesamiento de la angustia de otra persona, lo que puede promover la empatía y reducir la probabilidad de intimidación.
El estudio tiene varias limitaciones. El tamaño de la muestra fue relativamente pequeño. De hecho, los resultados deberían considerarse preliminares hasta que se repitan en una muestra más grande, señalan los investigadores. Además, como no midieron los niveles de empatía, por ejemplo, las explicaciones propuestas para los patrones en los datos deberán investigarse en futuros estudios. Luego está el hecho de que este fue un estudio transversal. Quizás las diferencias en los patrones de actividad de la amígdala resultaron de experiencias de intimidación o acoso escolar.
Referencia bibliográfica:
Swartz, J. R., Carranza, A. F., & Knodt, A. R. (2019). Amygdala activity to angry and fearful faces relates to bullying and victimization in adolescents. Social Cognitive and Affective Neuroscience, 14(10), 1027-1035. https://doi.org/10.1093/scan/nsz084