En vista a generarse algún cambio, casi todo proceso psicoterapéutico comienza por tomar conciencia de la situación, entender qué es lo que pasa.
Fomentamos el acercamiento, que los adultos dialoguen con sus hijos, alumnos, etc., pero muchas veces nos encontramos con que no saben cómo hacerlo porque desconocen o minimizan las variables involucradas en las problemáticas adolescentes y los vemos reproduciendo mitos o creencias que terminan ayudándolos poco o nada.
Por supuesto que no hay una sola manera de acercarse, de hablar y orientarlos y que el adolescente no es un ente que recibe de manera pasiva la información o vivencias, sino que las procesa y transforma, dándoles un significado singular. Este artículo no pretende en lo más mínimo ser exhaustivo, sino que intenta poner de relieve algunas variables psicosociales que frecuentemente intervienen en las problemáticas cotidianas del adolescente para poder entender un poco más su mundo y su forma de actuar porque considero que es a partir de ahí que recién se puede generar un acercamiento genuino y efectivo.
¿Qué variables explican las problemáticas psicosociales del adolescente?
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Cambios endócrinos y neurobiológicos
La corteza prefrontal culmina su desarrollo recién durante los primeros años de la adultez. Esta área está neuroanatómicamente vinculada con las “Funciones Ejecutivas”; un conjunto de capacidades que permiten responder de forma adaptativa a situaciones nuevas que están en la base de varias habilidades cognitivas, emocionales y sociales (Lezak, 1995) por ejemplo: Control emocional, planificación, flexibilidad cognitiva, generación de hipótesis, formación de conceptos, toma de decisiones, regulación, juicio y autopercepción. Entonces podemos pensar que un infradesarrollo de la corteza prefrontal puede en mayor o menor medida interferir en la capacidad de solucionar problemas (por falta de planificación y rigidez cognitiva) y de reflexionar sobre las consecuencias a largo plazo de las propias acciones, así como también una dificultad en el manejo emocional. Paralelo a esto, tenemos que considerar que las modificaciones en los niveles hormonales también influyen en las emociones y el comportamiento.
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Impacto individual de los cambios corporales
En la adolescencia se generan cambios físicos evidentes, internos y externos, algunos deseados y otros indeseados, pero que impactan en la percepción de sí mismo, identidad y autoestima de acuerdo a las expectativas previas generadas durante la niñez. Es lógico pensar que si lo fantaseado previamente en relación a los cambios físicos, las vivencias o la posición social, por ejemplo, se aleja mucho de lo que finalmente termina ocurriendo en comparación con los producidos en el grupo de pares, se genere mucha frustración.
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Reproducción de pautas sociales
La sociedad, el grupo familiar y el grupo de pares permiten o inhiben, mediante refuerzo y castigo, la expresión de determinadas conductas. El primer marco normativo y de referencia que se aprende es el de la familia pero en la adolescencia sobresale el del grupo de pares y las pautas que se llegan a captar desde la sociedad. Estas últimas, pautas de consumo, de comportamiento de belleza, etc., marcan, de manera implícita y explícita lo que se espera de una mujer o de un hombre dentro de una sociedad determinada, y se transmiten principalmente a través de los medios de comunicación masivos, interpersonales y de entretenimiento (sobre todo los legitimados por los pares). El adolescente, al estar en pleno proceso de desarrollo de su identidad juega o ensaya, si se quiere, roles adultos. El problema es que muchas veces los mensajes que recibe suelen ser contradictorios y/o los pone en situaciones de riesgo ya que no están madurativamente preparados para evaluar las consecuencias de sus acciones en profundidad y son fácilmente sugestionables. Así que cuando escuchemos a alguien decir que ¨los adolescentes de hoy están terribles¨, pensemos que nos están devolviendo una imagen grotesca de lo que como sociedad reforzamos.
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Grupo de pares como regulador de autoestima
La identidad del adolescente adquiere significado en contraste con su grupo de pares, quienes funcionan de referentes principales en esta etapa. La aceptación o el rechazo por parte de ellos es uno de los principales reguladores de su autoestima. En pos de obtener la aceptación y pertenencia frecuentemente recurren a conductas nocivas, poniéndose en riesgo o a veces lastimando a alguien generalmente externo al grupo. Este tipo de comportamiento no es propio del adolescente, se observa también en dinámicas grupales en donde un depositario de todo lo malo mantiene cohesionado un grupo (a nivel macrosocial basta pensar en las últimas guerras) disminuyendo la tensión en su interior. Los grupos de pertenencia pueden ser muy diferentes y pueden funcionar como factor de riesgo o protector.
En relación al llamado bullying (o acoso escolar), es frecuente ver que los adultos muchas veces fomentan la escalada de violencia recomendando, por ejemplo, la agresión hacia el agresor o insinuando de alguna manera que la víctima es culpable de lo que le sucede, por acción u omisión, sin repudiar la violencia per se, sea cual fuese el origen, lo cual no hace más que aumentar el sentimiento de culpa en la víctima y normalizar la agresión. Esto suele ser contraproducente, además, varias investigaciones señalan que por lo general la clave está en los reidores o espectadores, que al considerarse como tales la valoración de responsabilidad propia ante los hechos es inexistente, son partícipes (por lo tanto integrados al grupo) pasivos pero mantienen y legitiman la conducta del instigador disolviendo cualquier sentimiento de culpa que pudiere experimentar este último.
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Uso y abuso de las redes sociales
A partir de la expansión de las redes sociales y el acceso a la tecnología (en especial smartphones), surgen problemas y necesidades nuevas. El interjuego de aprobación/rechazo extiende los límites del grupo de pertenencia por fuera de las paredes del colegio. Entre los problemas se destaca el anonimato relativo que permite agredir sin ser claramente identificado, estamos hablando del Cyberbullying.
Un estresor considerablemente nuevo con el que conviven los adolescentes surge del uso propio y ajeno de aparatos de captura audiovisuales (teléfonos con cámaras, videos, grabador de audios) y programas de edición, porque permiten compartir una imagen de sí mismo controlada y perfeccionada pero paradójicamente el uso que le pueda dar el otro escapa del control propio, porque habilita que cualquier persona capture y/o distorsione imágenes, videos o audios con distintos fines y los difunda sin consentimiento.
Hay otros peligros que surgen con la tecnología de los cuales se tiene poca conciencia: el Grooming; protagonizado por adultos que muchas veces se hacen pasar por personas de la misma edad de la víctima para ganarse su confianza con el fin de abusar sexualmente de él o el envío de material pornográfico de sí mismo por medios digitales, llamado “sexting”, que también se puede dar entre pares. El adolescente no considera o minimiza sus consecuencias, que pueden ser difusión del material, cyberbullying, amenazas, extorsión, por mencionar algunas.
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Decremento en la percepción de los padres como figuras de autoridad
En relación al entorno familiar, se nota un cambio de actitud en las últimas décadas de los padres para con los hijos. Por motivos que pueden distar de querer distinguirse de sus propios padres a no querer asumir el paso del tiempo, su edad, o simplemente seguir una moda, muchas veces el adulto se rehúsa a ocupar su lugar e intenta igualarse al adolescente presentándose más bien como un amigo o compinche. El gran problema con esto es que se pierde el lugar de autoridad, de regulador, de proveedor de límite y normas que podrían contrarrestar la fuerza de las de un grupo de pertenencia poco saludable.
Otro fenómeno que se observa en las últimas décadas es que, por cuestiones socioeconómicas, el tiempo que los padres invierten en pasar tiempo con sus hijos se fue reduciendo. Es frecuente que madre y padre trabajen y tengan otras actividades. Si no se compensa esta carencia brindando tiempo de calidad de tanto en tanto, el adolescente puede percibir esto como una falta de atención o interés e incluso potenciar las probabilidades de caer en conductas nocivas ya que no cuenta con la supervisión de una figura de autoridad que lo regule.
Muchas veces los padres en esta situación pueden sentir culpa por no estar presentes y evitan poner límites al comportamiento de sus hijos o cuando lo intentan resulta que no lo pueden sostener en el tiempo. Entonces la figura de autoridad se vuelve poco coherente o incluso contradictoria. Esto también se ve con frecuencia en padres separados cuando no logran ponerse de acuerdo en cuanto a la crianza de los hijos.
Como reflexión final, me gustaría destacar que más allá de las posibilidades de cada uno, y los tiempos que pueda disponer, es fundamental mostrarse predispuesto a dialogar de manera abierta y que el adolescente sienta que se tiene un interés genuino en lo que piensa y siente sobre diferentes cuestiones. Recordar que el rol del adulto es de contención y límites. Esto no significa que debemos resolverles los problemas sino orientarlos, lo que llamamos un problema puede llegar a ser una oportunidad para poner en marcha recursos que ayuden a afrontarlo y fortalezcan su arsenal de recursos e incrementen su autoestima en términos de autoeficacia.
Bibliografía:
Muriel Lezak (1995) “Neurospychological Assessment”, Third edition, Oxford University Press.
Páramo, María de los Ángeles. (2011). Factores de Riesgo y Factores de Protección en la Adolescencia: Análisis de Contenido a través de Grupos de Discusión. Terapia psicológica, 29(1), 85-95. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-48082011000100009
Cerezo, F. (2006). Violencia y victimización entre escolares. El bullying: estrategias de identificación y elementos para la intervención a través del Test Bull-S. Revista electrónica de investigación psicoeducativa, 4(2), 333-352.