Jaime Rubio Hancock escribió para Verne un lindo artículo sobre las ventajas de ser tímido:
Los tímidos somos conscientes de que a menudo “las conversaciones son rituales vacíos, mero relleno de silencios incómodos”. No todas las conversaciones “pueden ser trascendentales o profundas porque nuestra vida interior siempre será más rica que nuestra capacidad para articularla”. Y eso significa que si pasamos un rato callados no pasa absolutamente nada.
Es decir, no es que los tímidos y los introvertidos seamos incapaces de desenvolvernos con comodidad en lo que en inglés se llama small talk, las charlas sobre nada en concreto, sino que estamos en contra de estas conversaciones.
El small talk a menudo se traduce como “charla de ascensor”. No es casual: el etnólogo sueco Åke Daun explica que en su país es habitual subir por las escaleras para no verse atrapado en un ascensor con un desconocido, “por miedo a no ser capaz de pensar en algo acerca de lo que hablar”. No es algo que ocurra solo en Suecia. Hay tímidos en todo el mundo.