Los trastornos alimentarios se componen de hábitos alimentarios, prácticas de control de peso, actitudes hacia la comida, el peso y la forma corporal y desbalances fisiológicos que se vuelven desordenados y generan una serie de consecuencias en diversas áreas del funcionamiento individual, familiar y social. Además, generan en quien lo sufre un intenso malestar y sufrimiento psíquico, a la vez que pueden tender a aislarse de sus círculos íntimos.
Los trastornos alimentarios afectan a millones de personas en todo el mundo, mayormente mujeres en edad fértil. Investigadores del Instituto Karolinska en Suecia estudiaron a las 1,2 millones de madres que dieron a luz en Suecia entre 2003 y 2014. De esas madres, casi 2.800 tenían anorexia, 1.400 tenían bulimia y 3.400 tenían un trastorno alimentario no especificado. También compararon si el riesgo variaba entre estos diferentes tipos de trastornos alimentarios y si la madre tenía un trastorno alimentario activo o previo.
El estudio mostró que todos los tipos de trastornos alimentarios aumentaron el riesgo de parto prematuro, microcefalia (circunferencia de la cabeza pequeña para la edad gestacional) e hiperemesis durante el embarazo, una forma grave de náuseas y vómitos que afectan a la madre.
El riesgo de anemia fue el doble para las mujeres con anorexia activa o trastorno alimentario no especificado que para las madres sin trastornos alimentarios. La anorexia activa también se asoció con un mayor riesgo de hemorragia anteparto (Mantel, Lindén Hirschberg, & Stephansson, 2019).
Los aumentos en el riesgo eran más pronunciados si la enfermedad estaba activa, pero las mujeres que no habían sido tratadas por un trastorno alimentario en más de un año antes de la concepción también tenían un mayor riesgo de complicaciones en comparación con las madres que nunca habían sido diagnosticadas con un trastorno alimentario.
“Las mujeres con un trastorno alimentario deben ser reconocidas como un grupo de alto riesgo entre las mujeres embarazadas. Desde un punto de vista clínico, esto significa que los proveedores de atención médica necesitan desarrollar mejores rutinas para identificar a las mujeres con trastornos alimenticios activos o previos y considerar exámenes de embarazo prolongados para satisfacer sus necesidades,” dijo Ängla Mantel, investigadora del Departamento de Medicina de Solna en el Karolinska Institutet, médica residente en obstetricia y ginecología en la Karolinska Universitetssjukhuset y autora del estudio.
Según los investigadores, hay varias explicaciones posibles para las asociaciones. Una dieta inadecuada con deficiencias nutricionales posteriores puede limitar el crecimiento fetal. La hormona del estrés, cortisol, tiende a ser alta en mujeres con anorexia y bulimia y anteriormente se ha asociado con microcefalia. Tanto el estrés como algunas deficiencias nutricionales en la madre se han relacionado previamente con el parto prematuro. Las deficiencias de vitaminas y minerales también se han asociado con desprendimiento de la placenta, lo que podría explicar el mayor riesgo de sangrado durante el embarazo.
Respecto de la hiperemesis, los investigadores notaron que parte de la asociación con los trastornos alimentarios desapareció cuando se ajustaron a las condiciones psiquiátricas como la ansiedad y la depresión. Otros resultados se mantuvieron prácticamente iguales después de ajustar por variables como edad, tabaquismo y año de nacimiento.
Referencia bibliográfica:
Mantel, Ä., Lindén Hirschberg, A., & Stephansson, O. (2019). Association of Maternal Eating Disorders With Pregnancy and Neonatal Outcomes. JAMA Psychiatry . https://doi.org/10.1001/jamapsychiatry.2019.3664
Fuente: Psychcentral