Cuando una persona llega a terapia, entra por la puerta con un enorme sufrimiento a sus espaldas. Un sufrimiento global que se presenta bajo toda una variedad de síntomas, como desesperanza, impotencia, bajo ánimo, irritabilidad, ansiedad, etc. Éste suele ser muy intenso, pero en aquellas personas que evitan sus sentimientos, puede tomar formas más sutiles, como un síntoma psicosomático.
Además, al sufrimiento, suele sumársele que muchas veces se tratan a sí mismos negativamente, responsabilizándose de ese dolor que llevan. De esta forma, no solo llevan una herida, sino que esa herida se encuentra con una mirada dura y que juzga, haciéndola más grande e impidiendo que se exprese.
De algún modo, esto es una manera aprendida de lidiar y controlar el dolor. Muchos lo aprenden de niños, como una manera de tener cierto control. Los niños dependen del todo de sus padres, y la inseguridad que genera que ellos no les atiendan, o incluso se vuelvan contra ellos, es muy grande. Para un niño, sentir que él ha hecho algo mal, es más seguro que sentir que sus padres le tratan mal y no le quieren. Lo primero le hace sentir que puede hacer algo, lo segundo es demasiado doloroso y difícil de digerir. En otros casos, este modo de tratarse es la interiorización de cómo se han sentido vistos a los ojos de los padres o de personas significativas.
Como decíamos, esta manera de tratar con el propio dolor y lo que estamos sintiendo, se convierte en dolor adicional y añade confusión a lo que se está sintiendo. En vez de escuchar lo que nuestro cuerpo nos pide, accediendo a lo que necesitamos, nos atascamos en la sensación de culpa. Por ejemplo, una persona puede sentirse muy vulnerable ante algo, sufriendo por ello, y a la vez, machacarse a sí mismo por ser “débil” o “demasiado sensible”. Aquí, la culpa de sentirnos débil o sensibles acaba tomando el protagonismo, a veces inundándonos y haciendo que nos sintamos desesperados atrapados en nuestro caos interno. Todo esto nos distrae de escuchar la fragilidad de la vulnerabilidad, y de quizás poder buscar el refugio o el consuelo que pudiéramos necesitar y resolver así adaptativamente lo que nuestras emociones nos piden.
La desesperanza tapa estos sentimientos, poniendo un parche que no permite escuchar
Desde la Terapia Focalizada en la Emoción, se considera que todo este sufrimiento global e indiferenciado suele estar formado por emociones secundarias. Es decir, reacciones a lo que estamos sintiendo que han acabado tapando las emociones que las generaron. Las emociones primarias, aquellas que buscamos acceder, suelen ser sentimientos profundos de soledad/tristeza (Estoy solo en esta vida), vergüenza (Soy defectuoso) o miedo (Me estoy derrumbando y no puedo sobrevivir). Estos sentimientos suelen ser el fondo hacia los que la terapia apunta, y cuando la persona las siente y se acerca a ella, puede reaccionar con sentimientos de desesperanza (la emoción secundaria). La desesperanza tapa estos sentimientos, poniendo un parche que no permite escuchar.
Estas reacciones, estas emociones secundarias, son improductivas, y el dolor que esconden, es muy difícil de manejar para la persona que llega a terapia. Tiene miedo de sufrir y busca estrategias dentro y fuera de la terapia para escapar del dolor que siente inagotable. Aparece así un círculo vicioso, las emociones dolorosas siguen sin procesar, sin ser escuchadas, y las necesidades que llevan consigo se quedan sin atender. Nuestras emociones nos persiguen, gritándonos que escuchemos, y nosotros huimos todo lo que rápido que podemos. Es como correr de nuestra propia sombra, es desesperante. Poco a poco, cierta resignación va calando, la sensación de que no hay solución.
Una terapia que funciona interrumpe ese ciclo. Primero ayuda a superar esa evitación de la experiencia y después ayuda a soportar y sostener ese dolor emocional, y a diferenciar los matices y lo nuclear de ese dolor, escuchándolo. Es muy distinto saber que estamos “mal” a que estamos “tristes” o “melancólicos”. De aquí podemos acceder más fácilmente a lo que nos pide el cuerpo. Una vez que llegamos a esas necesidades no satisfechas, podemos “curarlas” en terapia, a través del enfado asertivo que protege nuestras necesidades y las da importancia, y de la compasión con nuestras propias heridas, que nos hace responder a ellas de manera distinta. Típicamente, a esto le sigue un proceso de duelo por aquella herida cuya necesidad no fue satisfecha y a sentimientos de alivio y empoderamiento, devolviendo a la persona la sensación de agencia.
Una terapia que funciona ayuda a superar esa evitación de la experiencia
Por ejemplo, aquel adulto que de niño o niña sus padres maltrataban que ponía en el ejemplo del principio, puede haber crecido pensando que no era digno de ser amado, que había nacido defectuoso de algún modo y que era su culpa el que sus padres le trataran así. Esa persona en la terapia puede acceder a los sentimientos de vergüenza, soledad o miedo y transformarlos con ese enfado asertivo que dice “yo me merezco ser amado” y cambiar así la mirada crítica con uno mismo por una mirada compasiva y dispuesta a ayudarse, cuidarse, quererse. Será duro reconocer que sus padres no le quisieron como necesitaba, ahí hay un duelo, pero puede emerger de este proceso con el alivio de la vieja herida curada, con la fuerza y el empoderamiento de saberse que merece.
Éste es, explicado en pocas palabras, el viaje transformador que va haciendo el sufrimiento a través de una terapia que funciona. En futuras entradas visitaremos más en detalle estos tres grandes focos de sufrimiento: soledad, miedo y vergüenza.
Artículo publicado en Aprende Viendo Terapia por Yuri Héctor López Romero y cedido para su publicación en Psyciencia.
Bibliografía:
Elliott, R., Rice, L.N & Greenberg, L. (1996). Facilitando el cambio emocional. Barcelona: Paidós.
Elliott, R., Watson, J. C., Goldman, R., & Greenberg, L. (2003). Learning emotion- focused psychotherapy: The process- experiential approach to change. Washington, DC: American Psychological Association.
Greenberg, L. S., & Watson, J. (2005). Emotion-focused therapy for depression. Washington, DC: American Psychological Association.
Timulak, L. (2015). Transforming Emotional Pain in Psychotherapy. An Emotion- Focused approach. Routledge.