Valorando la tradición de un enfoque lineal, centrado en el problema, algunas fuentes de trabajo psicoterapéutico –que incluyen la psicología y la psiquiatría- se desarrollan explorando detalladamente la “naturaleza” de los síntomas, orientadas a prevenir que no se les escape ningún detalle que confirme las características de una etiqueta diagnóstica, sin analizar las consecuencias que esta práctica puede tener en relación –y resultados- con los clientes y, sobretodo, con la construcción social de la psicoterapia.
En La psicoterapia: gramática y sintaxis (1991), Luigi Cancrini advierte lo siguiente:
Una fase de la entrevista dedicada formalmente a la evalución diagnóstica suele traducirse, sobretodo en los pacientes considerados graves, en un procedimiento de invalidación, que puede volver bastante difícil el trabajo ulterior.
En 1983, Carlos Sluzki, en Proceso de producción y pauta de mantenimiento de síntomas, advertía aún más señalando que un enfoque amplio de resolución de conflictos, del tipo “exploremos qué problemas tienen como familia y elaborémoslos”, contenía el germen de una profecía autocumplida. Como si al otorgarle a una persona una etiqueta diagnóstica estuviéramos asegurándole un futuro colmado de síntomas, un guión predeterminado –y prejuicioso- de vida. Una vez que las personas logran entender su vida y sus acciones en términos de déficit e incapacidad mental, son más sensibles al potencial problemático de sus todas sus actividades ya que las encuentran infectadas o disminuidas en relación con su contexto social.
Y si buscamos otros antecedentes, recordamos que mucho años antes (1967) Salvador Minuchin había resaltado el valor de abandonar el “discuro del déficit” para (con) centrarnos en los recursos: “Es especialmente importante escuchar todo lo que se refiera a los logros y a las área de fortaleza que quizás nunca hayan sido valoradas abiertamente”. Minuchin advertía la necesidad de los terapeutas de contar con un “tercer oído” que enfatice todos los aspectos positivos de las familias. Recordemos que Minuchin empezó su trabajo en contextos multiproblemáticos, con familias pobres y relatos de violencia y exclusión.
Es común que las personas lleguen a consulta–o no lo hagan motivadas precisamente por esta idea- decididas a contarnos una historia saturada de problemas que terminan apresándolas y dejan sin cabida ni lugar a los relatos de experiencias no problemáticas, como señalaron en algún momento Michael White y David Epston. Dejar sin cabida estos relatos de sus experiencias pueden privar a las personas de desarrollar las posibilidades que puedan desprenderse de ello, sobretodo la posibilidad de crear sentido, es decir, de que podamos orientar juntos eso que dicen de ellos que es muy bueno y llamamos excepciones.
El peligro de centrarnos en el problema es que las personas acaban dejando que sea el problema el que los defina a sí mismos, sus relaciones y su vida, ignorando y perdiendo elementos que podrían ser muy importantes en su recuperación y nuestro trabajo terapéutico, ya que perdemos elementos que pueden convertirse en valiosas competencias que ya se encuentran en su vida y pueden definirlas de otra forma, alentando expectativas.
Como señala Guy Ausloos en La competencia de las familias, “cuando un terapeuta se fija en el síntoma, contribuye a fijar el síntoma”.
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