¿Cómo construir un psicoanálisis contemporáneo, abierto a los intercambios con otras disciplinas y al desafío que impone cada coyuntura sociocultural? Necesitamos entender los fenómenos psíquicos y las dimensiones subjetivas de los procesos sociales. Pero abundan los reduccionismos. Intercambiar con los que piensan diferente no es una mera cuestión de buenos modales. Es la única manera de estar intelectualmente vivos. El psicoanálisis está en las fronteras. Fronteras de sí mismo con las otras disciplinas. Ahora, cuando se advierten signos de agotamiento del discurso psicoanalítico, recordemos que el espíritu de la época no nos pertenece sino que nosotros le pertenecemos. El psicoanálisis no es una isla. Es una práctica entre otras, a las que afecta y por las que es afectada. Más que insertar al psicoanálisis en la cultura se trata de asumir lo obvio. ¡Está inserto!
El psicoanalista no se alimenta sólo de psicoanálisis. Vean, si no, la lista de los autores leídos por Freud, poetas, filósofos, literatos, historiadores, políticos, biólogos. Vean cómo mantiene el timón en el mar embravecido de tanta lectura, que a otro llevaría al eclecticismo. Podemos atribuirlo a su genio. Prefiero atribuirlo a su coraje, no menos indudable.
El psicoanalista no se alimenta sólo de psicoanálisis
La multidisciplina es cosa seria. No basta con una pátina de sociólogo, de químico o de matemático. Más que de improvisarse sociólogo, se trata de reflexionar sobre la inserción social del psicoanálisis. Nadie es etnólogo en su propia sociedad; pero es fundamental entender el psicoanálisis como un conjunto teórico-práctico y cuya lógica de difusión y cuyas funciones en relación con el conjunto de prácticas que con él coexisten dentro del mismo campo social hay que dilucidar. Sin academicismos. El academicismo actúa como si las escuelas fueran eternas, como si la tradición nunca hubiera variado. Daña la libertad, la originalidad, la invención y la audacia. Es regodearse en el estilo culto o universitario.
De la esclerosis a la innovación
El psicoanálisis está en crisis. Arrastra el peso muerto de los análisis “ortodoxos”, con su técnica esclerosada y su falta de swing. Lo novedoso, lo creativo tiene que hacerse un espacio en una tradición que privilegia lo instituido.
La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservar un monolitismo que ya no existe. Propone un psicoanalista “objetivo” como garante de la ortodoxia. No vio que los afectos del psicoanalista son necesarios para acceder al inconciente del analizando.
Mediante su implicación el analista multiplica potencialidades y disponibilidades proporcionando una caja de resonancia a la escucha. La contratransferencia es producción (y no reproducción) del espacio analítico, si concebimos al psiquismo como sistema abierto auto-organizador que conjuga permanencia y cambio.
Freud dialogaba con los pacientes. Está documentado. La ortodoxia es una máquina de impedir: borra el espacio para la imaginación, pontifica que el pasado determina absolutamente el presente, sobredimensiona la transferencia, ritualiza la diversidad. Hay una brecha creciente entre lo que se legisla en las instituciones y una praxis enfrentada con apremiantes demandas. Hay demasiadas diferencias entre lo que se hace con los pacientes y una producción escrita redundante que tiene por función proveer contraseñas de pertenencia. Hagamos de la brecha una herida dolorosa
Una práctica innovadora se redujo a una técnica estereotipada. Sin embargo, hace mucho que algunos analistas trabajan con modalidades técnicas variables. Y, en cuanto a estilos, a veces es eficaz un estilo activo, ocasionalmente de confrontación. A veces, uno expresivo. A veces, uno más silencioso e interpretativo. Con determinado enfoque un paciente se siente seguro y “contenido” y otro se siente amenazado.
El psicoanálisis está en crisis. Arrastra el peso muerto de los análisis “ortodoxos”…
Freud como los buenos músicos, improvisaba. Improvisaba porque tenía con qué. (¿No nos estará faltando el “con qué”?) Después el psicoanálisis se militarizó y marcó militarmente el paso, el paso de ganso. Se hipotecó atándose a criterios formales. Responder a preguntas del paciente, sostener una conversación amigable, dar la mínima información personal estaba vedado. A ese psicoanálisis petrificado (y por suerte no siempre ejercido) se lo beatificó con adjetivos supuestamente positivos: “ortodoxo”, “clásico”, cuando no era más que una “idealización” retrospectiva, un photoshop de Freud… Una caricatura sin humor y sin creatividad.
El psicoanálisis debe ser divertido, decía Lacan en sus comienzos. Tiene la alegría de la creación. Es una aventura del pensamiento, eso ya lo había notado Freud al definirlo para una enciclopedia. Claro que hay analistas con furor curandis pero no son más peligrosos que los analistas con furor apaticus. Freud es activo, no activista. En ninguna parte de sus escritos hay una afirmación que justifique esa arrogancia autosuficiente. Ese silencio despectivo que parece de buen tono cultivar. Esa postura oracular conjugada con una apatía mortífera. El analista que propone Freud se asemeja más bien a un trabajador empeñoso, dispuesto a ayudar al otro a desatascarse. Nada que ver con el observador no participante. Participa desatascando.
Freud murió con las botas puestas
Los cambios tecnológicos y culturales parecen haberse acelerado. Muchos habitantes del mundo globalizado están en la miseria. Otros son víctimas de la desocupación. Las papas queman. Pero mientras Freud vivió, él se hacía cargo del horno. La suya no era una teorización apoltronada. Ni siquiera afirmaba que la última idea volvía obsoleta a la anterior. Menos aún afirmaba que la última idea era la infalible. La muerte lo encontró con las botas puestas.
Después de esa muerte, las papas siguieron quemando. Debido al nazismo, los analistas centroeuropeos se desparramaron por otros países. Debido al estalinismo, el psicoanálisis no entró en la URSS. Por razones políticas y culturales casi no hay psicoterapia en China. En Francia un psicoanálisis aletargado fue sacudido por la “vuelta a Freud” y vuelto a aletargar, ahora de una manera más glamorosa por los epígonos de Lacan. Como en el boxeo, hay muchas federaciones mundiales de psicoanálisis.
Un psicoanalista es singular cuando su clínica y sus otras producciones lo muestran, no cuando detenta un rasgo diferencial hecho de emblemas y fueros. El lugar para desplegar los gustos es la lectura, el estudio. Privilegiamos inevitablemente ciertos aspectos de la teoría. En la clínica, en cambio, el que privilegia es el paciente y nosotros somos tan todo-terreno como podamos con la única restricción de nuestra capacidad. La clínica actual nos lleva a conjugar rigor metapsicológico y plasticidad técnica en lugar de técnica rígida y confusos fundamentos. Los fundamentos no son dogmas sino ideas-fuerza, ideas para producir ideas.
¿Quién podría negar que, poco o mucho, Winnicott, Klein, Piera Aulagnier, Lacan (y la lista continúa) son hoy imprescindibles? Entonces hay que leerlos directamente, no en la versión que otros dan de ellos. (Lo que puede ser discutible, pero interesante, es en qué medida a cada uno.) Una lectura variada no tiene por qué ser un caos, si se advierten y respetan los distintos ejes conceptuales. Una condición para respetar la diversidad es poder manejarla. Casi como prestidigitadores. O el psicoanálisis acepta el cambio o se muere. No es una declaración apocalíptica. Es lo que les pasa a cualquier ser vivo o a cualquier ser teórico.
*Artículo de opinión: una opinión es una creencia subjetiva, y es el resultado de la emoción o la interpretación de los hechos. Una opinión puede ser apoyada por un argumento, aunque las personas pueden dibujar las opiniones opuestas de un mismo conjunto de hechos. Este artículo representa la opinión del autor y no necesariamente de aquellos que colaboran en Psyciencia.
Imagen: Espacio Psicoanálitico
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