Era excepcionalmente brillante. Un estudiante de Leyes sobresaliente, miembro destacado del Partido Republicano y poseedor de un carisma y dotes sociales que le permitieron abrirse paso fácilmente hacia la élite de su entorno. Sin embargo, cuando se descubrió al Ted Bundy oculto, aquel espejismo de hombre decente y encantador fue sepultado por la atrocidad de sus crímenes: una serie de violaciones, torturas, mutilaciones y asesinatos llevados a cabo entre 1974 y 1975. Oficialmente, fue vinculado con treinta y seis homicidios; extra oficialmente, se sospecha que pudo haber sido el autor de más de cien.
Mujeres jóvenes, delgadas, de tez clara, con cabellos largos, lacios, oscuros, y una partidura en el medio. Las víctimas de Bundy cumplían con un evidente patrón de selección que garantizaba que todas guardasen franca semejanza física con una persona en específico: su ex novia de la universidad, “primer amor” y primer desengaño amoroso, Stephanie Brooks.
Entre la recopilación de diálogos contenidos en el libro Conversations with a Killer de Stephen G. Michaud y Hugh Aynesworth, producto de una serie de entrevistas realizadas durante su reclusión en la Prisión Estatal de Florida, Bundy expresa: “La sociedad quiere creer que puede identificar a la gente malvada, o a la gente mala, o a la gente que hace daño, pero no puede. El asunto es que hay gente menos preparada psicológicamente para el fracaso. Algunos pueden lidiar con el fracaso de una manera positiva; otros no”. (Michaud, Aynesworth, & Bundy, 2000).
De la insatisfacción a la impotencia. De la depresión al enfado. De la ira a la violencia… La violencia es, en el contexto rutinario, solo una de las posibles vías que elige el ser humano para plantar cara tanto al malestar que ocasiona la pérdida de un estímulo deseado como a la angustia que produce el temor a perderlo. La violencia es, sin duda, el más censurable y catastrófico remedio susceptible de ejecución como alivio inmediato a la tensión que conlleva el no cumplimiento de una expectativa, pero, ¿y si fuera, justamente, el más efectivo mecanismo de adaptación que hemos diseñado? ¿Y si la estrategia evolutiva más eficaz para la resolución de conflictos arraigados a impulsos y necesidades primarias, no fuese otra que la praxis del homicidium?
La teoría de la adaptación homicida
Oscar Wilde escribió: “Destruimos, siempre, aquello que más amamos”, y el psicólogo, sociólogo y catedrático de la Universidad de Texas, David Buss, no difiere mucho de este enfoque. Conocido por su extensa y profusa investigación en el campo de la violencia vista bajo la lupa de la psicología evolutiva, Buss es miembro distinguido de la American Psychology Association, premiado con el G. Stanley Hall Award por sus contribuciones al campo del estudio del comportamiento y autor de varios libros, entre ellos: The murderer next door: Why the mind is designed to kill (2005).
Las investigaciones de Buss acerca de la violencia como componente intrínseco a la naturaleza humana, convergen en una vasta publicación de informes y artículos que postulan el homicidio como una respuesta eminentemente adaptativa, hipótesis que sugiere que el ser humano es, en esencia, siempre igual: sucumbe ante los mismos impulsos y se ve aturdido por las mismas pasiones, reaccionando de forma prácticamente invariable ante aquellas condiciones impuestas por el medio que suponen una amenaza para su integridad individual, su garantía reproductiva o su status de reconocimiento social.
En la teoría de la adaptación homicida, publicada por primera vez en el año 2005 y posteriormente actualizada dentro del boletín Agression and Violent Behavior (2011), David Buss, en colaboración con Joshua Duntley, profesor de ciencias sociales y del comportamiento,enumera una serie de posibles escenarios en los cuales una persona aparentemente normal puede recurrir a dar caza a un miembro de su propia especie como resolución eficaz a un conflicto dado. El argumento, en palabras de Buss, es simple: “en la fría y calculadora lógica de la evolución, a veces matar es ventajoso”. (Buss, 2009).
Prevenir la injuria, ofensa o daño sobre uno mismo, una pareja o aliados de una coalición; salvaguardar el estatus social, evitando ser percibido como débil o vulnerable; proteger recursos, territorio, alimento; eliminar rivales, vigentes y potenciales; prescindir de lazos de parentesco innecesarios, y de todo agente externo que interfiera en la conservación y expansión de las propias fuerzas. El homicidio, según Buss, ha sido a lo largo de millones de años un procedimiento tan funcional y plausible para solventar problemas de orden adaptativo que es razonable plantear la hipótesis de que ha prevalecido evolutivamente a través de mecanismos de selección natural y sexual. Aquel que muere deja de ser un rival para quien lo mata; un competidor muerto pierde de inmediato la capacidad de influir directamente en el medio que antes compartía con su asesino; en consecuencia, este obtiene acceso a un número mayor de recursos en un espacio de tiempo reducido e invirtiendo, para ello, un esfuerzo menor.
La teoría de la adaptación homicida respalda la existencia de dos condiciones frecuentes bajo las cuales un hombre es propenso a recurrir al homicidio como estrategia evolutiva. La primera involucra la pérdida o amenaza de pérdida de una pareja sexual, y la segunda, el deterioro de su estatus social a raíz de una humillación pública. La pérdida o amenaza de pérdida de una pareja encierra tanto la infidelidad como el abandono definitivo, siendo este último el detonante más potente, ya que la infidelidad -explica Buss- puede ser vista por el hombre como un fracaso puntual, mientras que el abandono irremediable de la mujer supone el triunfo incuestionable del rival, la privación de un valioso recurso reproductivo y una grave ofensa a la reputación y al prestigio social.
Desde el punto de vista evolutivo, hay, en esencia, dos formas de ganar: puedes llevar a cabo acciones que te hagan más fuerte frente a tus competidores o puedes hacer pagar un precio a tus competidores, y el precio más alto que pueden pagar es la muerte. Esto los elimina (Buss, 2009).
Explotable, es el término que emplea Buss para describir el conjunto de cualidades que un hombre, por razones evolutivas, no está dispuesto a tolerar en su imagen pública. La traición y el abandono de un cónyuge flagelan directamente un status quo sin el cual pasa a ser visto como un organismo débil, susceptible de ser humillado por otros, y de baja estimación frente a parejas potenciales. Ante tales circunstancias, hay cabida para dos remedios: el hombre puede confrontar directamente a su rival y descartarlo por superioridad de fuerzas o recursos, recuperando a su pareja y restableciendo la integridad de su prestigio, o bien puede, cuando esto no es factible, recurrir al exterminio de su rival, de la ex pareja causante de su humillación pública, o de ambos.
Los primeros seis meses posteriores al término de la relación constituyen aquel lapso en el cual la mujer corre mayor peligro. Un hombre que, transcurrido este periodo, no ha hallado una pareja sustituta por no considerar que exista ninguna equiparable a la anterior, puede dar inicio a una cacería humana caracterizada por un ritual de asechamiento donde el victimario da seguimiento a su presa y aguarda, agazapado, el momento indicado para atacar. Una mujer que ha dado término a un vínculo amoroso con un hombre cuya propensión a la violencia es evidente y significativa, debe elegir, como mejor opción, el distanciamiento inmediato.
Las motivaciones que empujan a un asesino en serie a matar son las mismas que hay detrás de los homicidios ejecutados día a día, y que se relacionan con status y reputación. Ted Bundy inició su cacería después de que una hermosa mujer perteneciente a la clase alta lo rechazara. Sus motivos para matar eran “robar la más valiosa posesión de las clases establecidas: sus jóvenes, hermosas y talentosas mujeres”.(Bryant, 2005)
Las circunstancias que llevan a un miembro del sexo femenino a cometer homicidio están, en cambio, ligadas a cuestiones de practicidad y condiciones de vida confortables. El aborto espontáneo y el infanticidio son, según Buss, los dos principales mecanismos de adaptación homicida desarrollados por la mujer, y ambos surgen en respuesta a problemas adaptativos como la no disposición o escases de recursos para la conservación de la descendencia, o la convicción de que la misma interfiere negativamente en la posibilidad de obtener recursos aún mejores.
El infanticidio es una práctica común en un amplio número de especies. Las ratas blancas se comen a las crías de otras hembras para apoderarse de sus nidos y criar en ellos a su descendencia. En otros casos, pueden llegar a matar a sus propias crías si estas han nacido con algún tipo de deformación o carácter físico irregular. (BBC.CO.UK, 2012)
Una teoría abierta al debate
Pretender que puede predecirse con exactitud una respuesta homicida en un individuo es tan inconsistente como pretender que puede predecirse con exactitud cualquier otro tipo de comportamiento. La estructura mental del ser humano es tan compleja y se encuentra sujeta a una variedad de estímulos externos tan heterogénea, que Buss reconoce que hablar del homicidio como una respuesta adaptativa, plausible el amparo de la lógica evolutiva, es válido únicamente bajo circunstancias determinadas.
Factores como la crianza, el entorno social, rasgos de la personalidad acentuados e incluso consideraciones de tipo neurológico juegan un papel fundamental tanto en la activación de una respuesta homicida adaptativa como en la inhibición de la misma. No obstante, también existe un elemento que funge como fuerte agente regulador y que podría, incluso, explicar por qué algunas personas recurren a patrones de conducta violenta no letal y no al homicidio per sé: el temor al castigo.
La teoría de Buss no debe ser interpretada como un argumento favorable al homicidio, sino como un enfoque, desde el prisma de la psicología evolutiva, que busca explicar los cimientos de la conducta violenta en el hombre. Los mitos que difunden la creencia en un pasado y naturaleza humana pacíficos, al igual que los alegatos que definen el homicidio como uno de los males de la época moderna, no ayudan -en opinión de Buss- al desarrollo de ambientes de prevención, sino que contribuyen a la formación de esquemas morales peligrosos que dificultan el estudio de una de las facetas más arraigadas a la especie humana, impidiendo, así, llegar a una comprensión profunda de sus circuitos psicológicos.
Referencias bibliográficas:
- BBC.CO.UK. (27 de Mayo de 2012). ¿Por qué algunos animales matan a sus crías?
- Bryant, M. (2005). The Murderer Next Door: Psychologist explores the circumstances and motives that push people to kill. Obtenido de University of Texas:
- Buss, D. (3 de Mayo de 2009). Nuestro instinto asesino. Redes. (E. Punset, Entrevistador)
- Buss, D. M., & Duntley, J. D. (2011). Aggression and Violent Behavior. En Evolutionary Approaches to Explaining Violence (Vol. 16). Estados Unidos: ELSEVIER.
- Feinmann, J. P. (2009). Facundo. Un texto de la filosofía de occidente. En D. F. Sarmiento, & J. P. Feinmann, Facundo (pág. 21). Argentina: Editorial Eduvim.
- Hobbes, T. (1651). El Leviatán. Universidad Nacional Autónoma de México, México.
- Michaud, S. G., Aynesworth, H., & Bundy, T. (2000). En Ted Bundy: Conversations with a Killer (págs. 67-68). Estados Unidos: Authorlink.