Hace un tiempo que nombró “El eslabón perdido en los entrenamientos en crianza” al aporte que me brinda la ciencia conductual contextual al trabajo con familias. La idea central es que, a menudo, los entrenamientos y la bibliografía sobre crianza se centran en decirles a los padres y madres qué deben hacer en determinadas situaciones o cuál es la mejor manera de actuar frente a los desafíos de la crianza. Sin embargo, existe una notable falta de atención hacia el mundo interno de estos cuidadores, y ese es el verdadero eslabón perdido en la intervención.
En mi experiencia trabajando con familias que enfrentan desafíos en la crianza de sus hijos, me he encontrado realizando planillas de análisis funcional de los comportamientos encubiertos de los papás y mamás en conjunto con ellos. Esto se hace con el propósito de ampliar la conciencia de qué es lo que les sucede en esos momentos de actuar: qué piensan, cómo se sienten, cómo se encuentra su cuerpo. Estas reflexiones nos permiten identificar las barreras internas que les impiden hacer lo que racionalmente saben que es mejor para sus hijos.
En las planillas y respuestas a las que llegamos, encontramos coincidencias en juicios relacionados con cómo son sus hijos, reglas sobre cómo deberían ser y pensamientos de hartazgo y saturación. Al no poder tomar distancia de esos pensamientos y fusionarse con ellos, el resultado final es un conjunto de comportamientos que les brindan una sensación de alivio inmediato (reforzamiento negativo a corto plazo), lo cual aumenta la probabilidad de que vuelvan a actuar de la misma manera en el futuro frente a condiciones similares. A largo plazo, sin embargo, este escape los aleja del tipo de padres y madres que quieren ser, es decir, de sus valores (reforzadores abstractos jerárquicos).
Tomando como ejemplo un caso clínico, al realizar un análisis funcional con Paula y Juan, encontramos un ciclo recurrente en el que le gritaban fuertemente a su hijo cuando este gritaba y lloraba para conseguir algo tangible. Este comportamiento les hacía sentir culpa y tristeza posteriormente, incluso provocando discusiones entre ellos. Por este motivo, decidieron acudir a consulta.
La conversación clínica fue una gran herramienta para trabajar con ellos desde la Teoría del marco relacional (RFT), utilizando preguntas como:
- ¿Si este problema no existiera, cómo les gustaría comportarse con su hijo? (Condicional)
- ¿Cómo han cambiado sus comportamientos como padres desde que nació su hijo hasta hoy? (Temporalidad)
- ¿Qué cualidades como padres consideran más importantes y menos importantes? (Jerarquía)
- ¿Cómo piensan que se siente su hijo cuando le gritan? (Perspectiva)
- ¿Si estuviesen en una filmación, cómo les gustaría verse actuando cuando su hijo se comporta de esa manera? (Perspectiva)
Verlos contestar estas preguntas fue maravilloso. A partir de ahí, logramos establecer un camino de trabajo centrado en valores con continuidad. También trabajamos con una escalera gradual de acciones comprometidas (moldeamiento) para que lograran ampliar la conciencia en el paso a paso de los reforzadores, a veces tangibles y a veces abstractos, a los que accedían como consecuencia de sus actos. Esto colaboró con su compromiso y mayor adherencia a las intervenciones, incluso cuando las mismas presentaban importantes desafíos.
Trabajar con este eslabón perdido realmente mejoró mis competencias clínicas. Antes de conceptualizar desde esta unidad de análisis, me resultaba frustrante brindar indicaciones a las familias basadas en modificación de conducta, ya que muchas veces no eran llevadas a cabo debido a esta barrera en el mundo interno, la cual no estaba abordando adecuadamente.
La ciencia conductual contextual ha demostrado ser una herramienta valiosa para superar estas barreras. A través de la observación y el análisis funcional, podemos identificar patrones de pensamiento y emociones que interfieren con la implementación de estrategias de crianza eficaces. Este enfoque no solo ayuda a los padres y madres a comprender mejor sus propias reacciones y comportamientos, sino que también les proporciona las herramientas necesarias para hacer cambios significativos y sostenibles en su manera de interactuar con sus hijxs.
Hoy puedo notar en las experiencias que esta mirada es mucho más amable, compasiva y anticapacitista. Trabajar desde este lugar me acerca a quien quiero ser como terapeuta, alineándome con mis propios valores y la posibilidad de entrenar mis evitaciones (reforzamiento negativo). Esto genera en la clínica un aprendizaje tanto para mis consultantes como para mí. La integración de la ciencia conductual contextual en el trabajo con familias no solo mejora la eficacia de las intervenciones, sino que también humaniza el proceso terapéutico, creando un espacio más comprensivo y respetuoso para todxs los involucrados.
El uso de estrategias basadas en valores transversales a las sesiones clínicas, ayuda a los padres y madres a reconectar con sus objetivos y aspiraciones a largo plazo. En lugar de enfocarse únicamente en los problemas inmediatos, se fomenta una perspectiva más amplia que considera el bienestar general de la familia.