Hace unos días, gracias a la cobertura que periódicos y noticieros de televisión le dieron al caso, saltó a la fama un caballero de dudosa moral cuyo principal mérito, que lo llevó a ganar cierta triste notoriedad seguramente pasajera y el repudio más o menos generalizado de la población, fue estafar a más de cien mujeres de la alta sociedad argentina, apelando a promesas románticas y variadas ostentaciones que no se correspondían en absoluto con su realidad económica.
Concretamente, lo que este señor hizo, fue fingir que pertenecía al estrato superior de la escala social, para obtener los favores de mujeres incautas que se dejaban llevar por la fabulación que les vendía con absoluta convicción y desparpajo. Según las propias declaraciones que el “gigoló argentino” hizo en diferentes programas de televisión, confesó que para perpetrar sus fechorías, utilizaba apellidos falsos que aparentaban ser del alta alcurnia, vestía ropa de marca, les enviaba mensajes a sus víctimas desde teléfonos celulares caros, y se encargaba de que todo el mundo supiera que era un polista consumado.
Lo notable del asunto es que este sujeto no es a simple vista especialmente agraciado. Es sencillo embaucar mujeres si se tiene el rostro de George Clooney, pero dado que este no es el caso, el embrollo tiene un barníz de incredulidad y desconcierto generalizado.
Curiosa y coincidentemente, hace poco más de un año, algunas observaciones que hice en este sentido dentro del marco de la vida cotidiana, me llevaron a preguntarme si sería posible que un contexto de alto valor social, pudiera hacer que un hombre cualquiera, sin ser especialmente bello ni especialmente feo, fuera percibido como más hermoso desde un punto de vista meramente estético a los ojos de una mujer promedio.
Hay muchas investigaciones que han demostrado que un vino tinto de bajo costo es juzgado como de calidad exquisita y fastuosa cosecha, incluso por catadores expertos, cuando es servido en una fina copa de cristal, en comparación a cuando se lo sirve en un vaso común. Sentía curiosidad por saber si, en forma análoga, podía un hombre ser juzgado por las mujeres como más bello si se lo mostraba vestido de acuerdo a ciertos indicadores culturalmente aceptados de estatus social.
No habían diferencias significativas en el nivel de atractivo físico que las mujeres de ambos grupos le atribuían al hombre
Simplificando aún más el problema: El estatus social de un hombre ¿tiñe la percepción de agradabilidad de las mujeres? ¿O ambas variables no están relacionadas, y el hombre les parecerá igual de lindo o feo con independencia de a qué estrato social crean que pertenece?
Me propuse averiguarlo. Para ello, diseñe un experimento científico y lo llevé adelante junto a un grupo de colaboradores.
La biología y la psicología evolutiva han explicado muy bien en qué se fijan hombres y mujeres a la hora de elegir pareja.
Esencialmente, los hombres buscan una buena capacidad reproductiva que se traduce en indicadores como la juventud y cierta proporción entre la cintura y la cadera de la mujer. Para ellas, en cambio, tiene mucho peso la autosuficiencia, y la capacidad de protección que exhiba el hombre en relación a la familia. Los signos más fiables de esto último lo constituyen cierta experiencia de vida y soltura económica.
A su vez, estos dos factores se ponen de relieve en las exhibiciones materiales que el hombre puede hacer, ya sea que ostente un auto de alta gama, ropa de marca, o una ocupación asociada a un respetable ingreso económico mensual.
Después de deliberar un poco sobre el tema, llegué a la conclusión de que la profesión de médico concentraba los requisitos de estatus social que necesitaba para mi experimento.
Lo que hice fue lo siguiente. Tomé una muestra de 120 mujeres de edades comprendidas entre los 20 y los 65 años, y las dividí azarosamente en dos grupos de 60.
A las participantes del primer grupo les mostré en forma individual una foto tamaño carta y a color de un caballero posando en primer plano de la cintura hacia arriba. El sujeto, de alrededor de 35 años, lucía una camisa blanca y mostraba una expresión neutra estampada en su rostro. A esta condición del experimento la denominé “neutra” o “sin estatus”.
A las participantes del segundo grupo les mostré, de igual forma, una foto del mismo caballero, en condiciones contextuales y escenográficas idénticas a las de la imagen anterior, pero con una diferencia: La camisa blanca había sido reemplazada por un guardapolvo blanco de médico. También llevaba un estetoscopio colgando del cuello y una credencial prendida a su indumentaria que indicaba su profesión. A esta condición del experimento la denominé “estatus social”.
Antes de que se alcen voces críticas en mi contra he de aclarar que factores como la edad de las mujeres de ambos grupos, así como su nivel educativo, fueron debidamente bloqueados merced a las características del diseño experimental escogido. Soy consciente de que algunas variables como las mencionadas pueden influir sobre las elecciones personales en materia de gustos masculinos, de ahí que decidiera neutralizarlas convenientemente.
Una vez que las mujeres tenían en sus manos la foto que les correspondía, y habiéndola observado detenidamente, les formulaba las siguientes tres preguntas en forma cosecutiva:
- ¿Cuán atractivo le parece este hombre? Es decir, ¿cuánto le gusta desde un punto de vista físico o estético?
(Puntuar de acuerdo a escala de “1” a “10”, donde “1” equivale a la menor calificación posible y “10” a la máxima calificación posible).
- Si no existieran impedimentos morales, religiosos, de fidelidad a una pareja estable actual, o diferencia de edad… ¿Estaría dispuesta a tener una cita con él? (tomar un café, salir a cenar)
(SI / NO)
- Si no existieran impedimentos morales, religiosos, de fidelidad a una pareja estable actual, o diferencia de edad… ¿Tendría relaciones sexuales con él?
(SI / NO)
La primera de las preguntas apuntaba a determinar el grado de atractivo físico que las mujeres le otorgaban al hombre de la foto. Las siguientes dos preguntas, procuraban averiguar, siempre ateniéndose a lo que las participantes podían percibir a través de los ojos, cuan lejos estaban dispuestas a llegar con el caballero en cuestión, en un sentido romántico.
La idea final era comparar estadísticamente el resultado obtenido por ambos grupos y ver si había alguna diferencia significativa.
Lo que procuraba averiguar era si el alto estatus social que eventualmente puede exhibir un hombre tiene algún efecto sobre la percepción de agradabilidad en las mujeres. Es decir, si el rango o la jerarquía que una profesión como la medicina provee a un hombre lo vuelve literalmente más bello a los ojos de las mujeres.
Si esto fuera cierto, entonces las participantes de la condición “estatus social” deberían puntuar mejor, en promedio, la estética del hombre de la foto, en comparación a las mujeres de la condición “sin estatus”.
¿Cuáles cree el lector que fueron los resultados?
Tengo que admitir que me sentí decepcionado al analizar los datos cuando hube concluido el experimento. La hipótesis de un mecanismo cognitivo inconsciente que realzara la percepción interpersonal durante la fase de cortejo me parecía muy interesante.
Sin embargo, en rigor a la verdad, no habían diferencias significativas en el nivel de atractivo físico que las mujeres de ambos grupos le atribuían al hombre. En promedio, el caballero evaluado recibió un puntaje que oscilaba entre los 4.80 y los 5.55 puntos en la escala de belleza masculina; de lo cual se desprende claramente, que una profesión determinada como puede ser la medicina, no hace más hermoso a nadie.
Las mujeres de las dos condiciones tenían plena consciencia de lo que se encontraba frente a sus ojos.
Las participantes de la condición “estatus social” estaban bien predispuestas a llegar mucho más lejos con el caballero
Pero luego me encontré con una sorpresa inesperada, cuando me dispuse a analizar los datos de las dos preguntas cualitativas.
Resultó que así y todo, las participantes de la condición “estatus social” estaban bien predispuestas a llegar mucho más lejos con el caballero aún con pleno conocimiento de que no se trataba de un galán de cine.
Mientras apenas un puñado de las mujeres del primer grupo consideraba que podían tener una cita con él, y prácticamente todas rechazaban la idea de tener relaciones sexuales, cuando el mismo hombre, en idéntica pose y expresión, aparecía vestido como médico, las citas románticas se multiplicaban exponencialmente, así como también los encuentros sexuales en el hotel más cercano.
En otras palabras, las mujeres seguían viéndolo igual de lindo o feo, pero estaban mejor predispuestas a hacer un sacrificio y dejar sus parámetros estéticos de lado.
Vaya un consejo para los lectores masculinos de este artículo. Hacer una carrera universitaria del alto reconocimiento social, y ostentarlo de todas las formas posibles, puede hacer la diferencia a la hora de relacionarse con el sexo opuesto, aunque las mujeres no se enamoren de usted precisamente por su belleza natural. A este fenómeno lo he denominado convenientemente: el “efecto gigoló”.
A las pruebas me remito. A continuación presento una tabla con los valores totales.
Condición | Valoración estética
(Puntaje promedio) |
Cita romántica
(Mujeres que aceptaron) |
Relaciones sexuales
(Mujeres que aceptaron) |
Sin estatus | 5,55 | 10 | 7 |
Con estatus | 4,83 | 22 | 15 |
Como puede observarse, la cantidad de mujeres que tendrían una cita romántica, e incluso relaciones sexuales en forma espontánea con el caballero que acaban de conocer, se duplica por el mero hecho de que el hombre lleva puesto un guardapolvo de médico; no existiendo ninguna otra posible razón que explique el fenómeno.
Queda por verse si los resultados serían los mismos o parecidos ante la presencia de otros indicadores de estatus social, como puede ser un auto caro, ropa o accesorios de elite, etc.
En función de las desventuras que los medios de comunicación revelaron en estos días sobre el gigoló argentino, es lícito pensar que así es. Los resultados son preliminares pero, todo parece indicar que la vieja sentencia que solía pronunciar mi abuela es verdadera: “Por interés baila el mono”.