Con el objetivo de legitimar un problema cada vez más común, la Organización Mundial de la Salud incluye oficialmente en su manual “Clasificación Internacional de Enfermedades” (CIE-11) al Síndrome de Burnout.
Será ubicado dentro de la categoría “Problemas asociados con el empleo o el desempleo”.
El término fue utilizado por primera vez en 1974 por un psicólogo llamado Herbert Freudenberger, para referirse a los cambios fisiológicos y conductuales observados en trabajadores de una clínica para toxicómanos.
La definición más popular del síndrome es la de Cristina Maslach (quien también realizó un inventario para medirlo), la cual identifica tres dimensiones que lo caracterizan: cansancio emocional, despersonalización y reducida realización personal.
El CIE 11 lo describe como “un síndrome conceptualizado como el resultado de estrés crónico en el lugar de trabajo que no ha sido manejado con éxito. Es caracterizado por tres dimensiones: 1) sentimientos de agotamiento de energía o cansancio; 2) mayor distancia mental del trabajo o sentimientos de negativismo o cinismo relacionados al trabajo; y 3) eficiencia profesional reducida.”
Resaltan que el burnout se refiere específicamente a un fenómeno dado en el entorno laboral. Adicionalmente los profesionales de la salud deben descartar trastornos de ansiedad o estado de ánimo antes de hacer el diagnóstico.
Aunque el CIE 10 ya contaba con un apartado para el burnout, la nueva conceptualización es más detallada y da más legitimidad a las personas que sufren este síndrome. Algunos opinan que se logrará más conciencia sobre este problema ahora que está claramente definido en éste manual, además de resultar en mejor prevención y tratamiento.
¿Quiénes presentan mayor riesgo de sufrirlo?
Los profesionales cuyo riesgo de sufrir del Síndrome de Burnout es más elevado son aquellos que trabajan directamente con personas.
Existen investigaciones que han encontrado niveles de burnout significativos en varias profesiones, entre ellas:
Críticas
Existen algunos argumentos en contra de este nuevo diagnóstico: hay quienes creen que es peligroso interpretar al agotamiento laboral como una anomalía ya que, al existir una sobrecarga laboral, lo anómalo sería no sentirse así. Se argumenta también que existe una normalización de la “precariedad” y que, aunque el diagnóstico puede traer sus beneficios (por ejemplo, mejoras laborales), también puede acarrear medicalización de la gestión del estrés y cursos de motivación que terminen responsabilizando al trabajador y su actitud, cuando lo que se necesita es reclamar derechos laborales.
Fuente: OMS; El periódico; NPR