El cerebro está en la base de todo aquello que somos y hacemos.
Es la sede de nuestra personalidad, responsable de nuestras emociones, y de cómo nos sentimos durante el día; pero también es el órgano que nos posibilita masticar un chicle, patear una pelota, salir a tomar un café con un amigo, leer un libro, planificar dónde iremos de vacaciones, preparar un trabajo práctico para la universidad, enamorarnos, elegir una iglesia para casarnos y miles y miles de etcéteras. Desde la acción aparentemente más pequeña y trivial hasta los procesos mentales más sofisticados.
A los fines del artículo que nos convoca, el lector debe saber que el cerebro está dividido en dos grandes estructuras que se conocen con el nombre de hemisferios cerebrales.
Los dos hemisferios conforman un todo; el cerebro trabaja como una unidad
El hemisferio izquierdo y el hemisferio derecho son, en apariencia, morfológicamente iguales, como si uno fuera la imagen reflejada en espejo del otro. Se encuentran a ambos lados de la cabeza, levemente separados por una fisura externa, pero conectados en su interior por un grueso manojo de fibras nerviosas denominado cuerpo calloso.
El hemisferio izquierdo es la sede de la comprensión analítica, la comprensión numérica y el análisis lógico. También aquí se encuentra la región responsable del lenguaje.
El hemisferio derecho, no aprende en forma teórica, como en el caso anterior, sino a través de la experiencia directa. Se ocupa de procesar la información no verbal y afectiva del lenguaje, como puede ser el tono de la voz, el ritmo y el significado emocional de lo que está escuchando.
Como se puede apreciar, estas diferencias son complementarias. Los dos hemisferios conforman un todo; el cerebro trabaja como una unidad y es justamente el cuerpo calloso el que permite la comunicación e interacción permanente entre ambas estructuras.
Otro dato que no es menor: el hemisferio izquierdo controla el lado derecho del cuerpo, y el hemisferio derecho controla el lado izquierdo.
Vamos a ver un ejemplo sencillo. Si usted cierra el ojo derecho y observa la fotografía de un tulipán, el estímulo viaja preferentemente hacia su hemisferio izquierdo, y de allí cruza al hemisferio derecho a través del cuerpo calloso. De esta manera, su cerebro percibe la imagen en sus diferentes aspectos pero en forma integral. Obtiene una comprensión cabal de lo que está observando; puede asegurar sin lugar a dudas que se trata de un tulipán. Puede describirlo e incluso recordar todo lo que sabe sobre esa flor y verbalizarlo.
Pero hace algunos años, un grupo de científicos se percató de una serie de fenómenos extraños en pacientes diagnosticados con epilepsia y que recientemente habían sido sometidos a una operación conocida con el nombre de ablación del cuerpo calloso.
Por supuesto, hay diferentes tipos de epilepsia y de distinta magnitud, la mayoría de ellas controlables con medicación. Pero en los casos severos, cuando la frecuencia y la intensidad de las crisis son muy altas, y se han agotado todos los tratamientos posibles, existe un último recurso: se trata de una intervención quirúrgica en la que se secciona el cuerpo calloso, dejando a los hemisferios cerebrales permanentemente desconectados.
El cerebro humano ha evolucionado para ayudar al individuo a entender y adaptarse lo mejor posible a la complejidad de un mundo cambiante
Desde luego, esto no cura la enfermedad, pero al menos evita que la crisis epiléptica que se inicia en uno de los hemisferios cerebrales, tome por asalto al hemisferio de la vereda de enfrente, que cruza raudamente por el cuerpo calloso.
Pero resulta que el procedimiento deja algunas secuelas insospechadas, una serie de efectos colaterales tan extraños como intrigantes: cuando se les preguntaba a los pacientes por el motivo por el cual habían tomado una determinada decisión, y dependiendo de qué hemisferio procesaba la información, podían mentir abiertamente en sus respuestas, y lo que era peor, parecían no ser conscientes de que lo hacían.
Si a una persona común se le pide que realice una acción concreta, como por ejemplo, que cierre los ojos, y luego se le pregunta por qué lo ha hecho, con naturalidad responderá que simplemente se ha limitado a acatar la orden que se le dio.
Pero esa respuesta esperable, sincera y espontánea, cambiaba drásticamente cuando el neuropsicólogo se inclinaba sobre el paciente recientemente operado y le susurraba la orden al oído izquierdo, y luego le preguntaba por las razones de su conducta, pero al oído derecho.
En ese caso, para sorpresa de todo el mundo, el paciente daba una respuesta falsa.
“Me duele un poco la cabeza, y necesito descansar los ojos”, podía decir tranquilamente, con la seguridad de quien se sabe honesto y está diciendo la verdad.
“Levante un brazo”, se le podía ordenar al oído izquierdo. “¿Por qué ha hecho eso?”, se le preguntaba luego al oído derecho. “Bueno, estoy un poco tensionado y necesitaba estirarme”, respondía el paciente lo más campante.
¿Qué estaba sucediendo? Hagamos un repaso
Antes dijimos que la información viaja al hemisferio contralateral. Si determinado dato ingresa por el ojo o el oído izquierdo, viaja hasta el hemisferio derecho, y luego se integra al resto del cerebro cruzando por el cuerpo calloso.
También sabemos que el lenguaje es una función bien lateralizada, y que se encuentra ubicada en el hemisferio izquierdo. Puede decirse, simplificando un poco el tema, que el hemisferio derecho del cerebro, es un hemisferio mudo.
Si aunamos estos dos conocimientos, tenemos la respuesta al problema.
Si el puente que conecta las dos mitades del cerebro fue dinamitado, la crisis epiléptica queda restringida a uno de los hemisferios. Pues bien, lo mismo ocurrirá entonces con cualquier información que ingrese a través de los sentidos.
Cualquier instrucción que el experimentador pudiera darle al paciente, inexorablemente quedaba atrapada en el hemisferio derecho. Equivale a decir que este lado del cerebro conocía las verdaderas razones para la realización de la acción solicitada, pero cuando al paciente se le preguntaba, no podía verbalizarlas, ya que las áreas del lenguaje se encuentran en la otra mitad.
Como contrapartida, el hemisferio izquierdo puede hablar, pero desconoce lo que está ocurriendo. Ha seguido la conducta realizada por el individuo, ya que cuando se tocaba la punta de la nariz o se paraba en una sola pierna, ambos ojos monitoreaban lo que estaba haciendo, aunque no pudiera dar cuenta del porqué.
Las justificaciones que estas personas hacen de sus acciones son el resultado de los esfuerzos que hace el cerebro por encontrarle un sentido a aquello que está observando
Sin embargo, y aquí viene lo sorprendente, lejos de admitir con humildad su desconocimiento, de aceptar que no tiene la respuesta para todo lo que observa, el hemisferio izquierdo se aventura a dar una explicación, que en principio puede sonar razonable, pero que en realidad se encuentra muy alejada de los verdaderos motivos que dieron origen a la conducta.
“¿Por qué se ha puesto a cantar?”, se le preguntaba al paciente luego de darle la orden al hemisferio derecho.
“De repente me vino esa melodía a la mente”, respondía el hemisferio izquierdo. O bien: “Creo que hoy me siento especialmente feliz”.
A la pregunta: “¿Por qué se está rascando la cabeza?”, el paciente con los hemisferios cerebrales escindidos miraba sorprendido al hombre de la bata blanca que lo está evaluando y replicaba, con cierto desdén: “Porque me pica, ¿qué más podría ser?”. A la luz de estos descubrimientos, es lícito pensar que una de las tantas funciones del hemisferio izquierdo es la interpretación de la realidad.
Las justificaciones que estas personas hacen de sus acciones son el resultado de los esfuerzos que hace el cerebro por encontrarle un sentido a aquello que está observando.
El cerebro humano ha evolucionado para ayudar al individuo a entender y adaptarse lo mejor posible a la complejidad de un mundo cambiante. Por esta razón, una de sus principales funciones es interpretar la realidad, formular y esgrimir teorías que puedan explicar las vicisitudes a las que nos vemos expuestos durante el transcurso de nuestro ciclo vital.
Algunas veces esas teorías son verdaderas y se ajustan bien a la realidad, pero todo parece indicar que la mayoría de las veces, solo se trata de meras especulaciones, pero que sin embargo son tomadas como válidas por la persona, ya que su aceptación contribuye a crear certidumbre en un mundo plagado de fenómenos misteriosos, y sensación de control sobre lo incontrolable.
No sabemos muy bien por qué hacemos lo que hacemos y lo que es peor, desestimamos las influencias externas
Así, el hemisferio izquierdo es un incansable fabricante de racionalizaciones, argumentos ilusorios creados para satisfacer las propias expectativas y hacer de este mundo un lugar un poco más predecible.
Y lo que es válido para los estímulos externos, es decir, todo aquello que ingresa a través de los canales sensoriales, también es válido para los estímulos internos.
¿A qué llamamos estímulos internos? Pues bien, a los pensamientos.
El cerebro recoge información del mundo por medio de los cinco sentidos. Pero también es cierto que no necesita de la vista ni del oído para generar pensamientos. Y los pensamientos, estimado lector, son la materia prima para las representaciones mentales, ese cúmulo de explicaciones con las que justificamos todo lo que somos y hacemos, tanto a nosotros mismos como a los demás.
Tenemos una explicación para todo pero, ¿es la explicación real? ¿O es tan solo una interpretación posible entre tantas otras?
¿Por qué compramos una marca de mermelada y no otra? ¿Por qué vamos a la cafetería de la otra cuadra y no a la que está en la esquina? ¿Por qué optamos por un auto de dos puertas y no de cuatro? ¿Por qué nos gusta Mozart y no Beethoven? ¿Por qué preferimos Mar de las Pampas para salir de vacaciones en lugar de las sierras de Córdoba? ¿Por qué nos ponemos de novios con Fulana y no con Mengana? ¿Por qué decidimos estudiar Derecho y no Medicina?
Todas estas son preguntas que usualmente podemos responder con facilidad pero, ¿son fiables nuestras respuestas?
No sabemos muy bien por qué hacemos lo que hacemos y lo que es peor, desestimamos las influencias externas que nos pueden haber empujado a hacer tal o cual cosa.
En otras ocasiones, ocurre exactamente lo contrario: sobre-estimamos factores que apenas están relacionados, atribuyéndoles un peso o poder que no es tal.
Es lo que muchas veces ocurre cuando nos sometemos a un tratamiento determinado, con cierto monto de expectativas positivas.
El simple hecho de creer que una terapia nos va a ayudar a sentirnos mejor con nosotros mismos, o a bajar de peso, o a controlar la ansiedad que nos aqueja, hace que experimentemos una mejoría mucho más importante de la que se podría dar cuenta objetivamente. Y cuanto mayor sea el tiempo y el dinero invertido, más convencidos estaremos del beneficio obtenido.
¿Cómo podemos estar seguros, luego de conocer estos experimentos, de que las explicaciones con las que vamos por la vida no son otra cosa que el producto resultante de una parte de nuestro cerebro dispuesta a opinar de todo y obsesionada por argumentar sobre lo que nos va aconteciendo?
Pues bien, amigo lector, ahora ya sabe que no puede tomarse demasiado en serio sus propias creencias y pensamientos, y esto incluye todas esas “certezas” acerca de sí mismo y de los demás. La historia de la humanidad da cuenta de las nefastas consecuencias de dejarnos llevar por fanatismos e ideas aparentemente incuestionables. Debemos procurar siempre, tener en cuenta que nuestra cosmovisión, la forma en la que vemos el mundo, es solo una “interpretación” posible, pero no necesariamente verdadera, ni la única. En la medida que nos permitamos dudar y nos animemos a bucear en el cuestionamiento, nos iremos acercando lenta pero inexorablemente a la verdad.