Cuando una persona decide cooperar con otra para desarrollar una actividad asume un cierto riesgo. Nos explicamos. Cooperar implica un intercambio mutuo de beneficios entre aquellos que colaboran. Sin embargo, existe el riesgo de que alguno de los miembros de ese equipo decida aprovecharse del resto, y con este comportamiento oportunista, privar de los beneficios a todo el grupo. A pesar de ello, sabemos que las personas de todas las culturas prefieren embarcarse en aventuras de colaboración con otros seres aún a sabiendas del riesgo de que les ‘exploten’, en contra de lo que predeciría la Teoría económica clásica. Pero, ¿por qué esta conducta prosocial se mantiene a pesar de la incertidumbre que acompaña a los procesos sociales?
Se ha planteado que la cooperación se basa en dos tipos de razonamientos. Uno, de tinte económico según el cual actuaríamos motivados por los intereses propios y cooperaríamos si los intereses del resto coinciden con los personales. Otro, de tipo social, que propone que las personas tendrían una tendencia natural a la cooperación porque habría sido determinada por la naturaleza como una buena forma de sobrevivir.
Confiamos en la interacción social propia de las relaciones cooperativas, pero ¿cuáles son los procesos de razonamiento que subyacen a ella? En una interesante publicación en Brain & Cognition, Carolyn Declerck y sus colaboradores de la Universidad de Antwerp en Bélgica, nos proporcionan una nueva visión de la toma de decisiones en relación a la conducta prosocial: una visión neuroeconómica. Los autores plantean que el cerebro está preparado para usar tanto el razonamiento de tipo económico como el social, aunque se encontrarían representados en diferentes redes neurales, las cuales pueden actuar juntas o independientes en el proceso de tomar la decisión de cooperar.
La motivación para la cooperación surgiría del sistema cerebral de recompensa (desde la corteza estriada hasta la prefrontal ventromedial) pero estaría modulada por dos sistemas neurales:
– Un sistema de control cognitivo (centrado en la corteza prefrontal lateral) que procesaría los incentivos externos de la cooperación.
– Un sistema de cognición social (unión temporoparietal, corteza prefrontal medial y amígdala) que procesa las señales de confianza y amenaza.
Y además, según explican los autores, existirían diferencias individuales con respecto a la frecuencia de uso de un tipo u otro de razonamiento. Las personas más individualistas tenderían a utilizar una estrategia racional más de tipo económico y usarían más el primer sistema porque responden mejor ante los beneficios externos de la cooperación. Las personas más orientadas a los demás utilizarían con mayor frecuencia el segundo sistema al tener más predisposición al uso de estrategias racional social, y serían más sensibles a las señales de confianza que les facilitan evitar que les engañen.
Sea cual sea la razón última de nuestro comportamiento cooperativo (el interés personal o el del grupo), parece que éste se encuentra bien establecido en nuestros cerebros. Ser capaces de decidir cuándo colaborar y con quién hacerlo es hoy, y en un mundo como el actual, una habilidad importante y el cerebro se encarga de recompensarnos por ello. Coopera y tu cerebro te lo agradecerá.