Diagrama que ilustra los principios cartesianos según Descartes, la glándula pineal (que se muestra aquí detrás de los ojos) transmitía mensajes de los ojos a los músculos mecánicamente, pero también vinculaba a los humanos con la única parte no material del universo, la mente.
Recientemente, como parte de la preparación para la segunda temporada de mi podcast, estuve teniendo entrevistas muy nutritivas. En dos de ellas, una con Mauro Colombo y Ezequiel Centeno y otra con Sergio Strejilevich, surgió por caminos distintos, el mismo concepto: las personas que trabajan en salud mental consideran sus intuiciones y su sentido común como una fuente válida de conocimiento.
Lo interesante es que ambas conversaciones partieron de lugares muy diferentes: con Mauro y Ezequiel hablamos sobre cómo determinadas explicaciones de la conducta son más fáciles de digerir que otras. Mientras que en conductas simples es sencillo seguir la lógica que propone el conductismo, cuando pasamos a analizar conductas más complejas, como la creatividad, la forma de resolver problemas o el lenguaje, no necesariamente lo que hace agua es la teoría, sino nuestra necesidad intuitiva de tener razón: la complejidad de la explicación parece dejar de convencernos y nos impulsa a buscar en otros lados.
Con Sergio abordamos la dicotomía mente cerebro. Por razones evolutivas las personas somos en esencia, dualistas. Esto es, sentimos que somos algo diferente a nuestro cuerpo. Esta “sensación” se puede probar errónea de múltiples formas: cambiamos nuestros estados mentales en función de drogas, enfermedades infecciosas, estaciones del año. Todas cuestiones que no deberían tener mucho efecto en un alma inmaterial. Por otra parte, podemos observar un correlato claro de nuestros estados mentales en resonadores magnéticos o tomógrafos y tener claro que cuando nos alegramos, nos ponemos místicos o nos reímos, nuestro cerebro actúa en consecuencia. Sin embargo, si sentimos que el mundo es maravilloso porque hemos tomado éxtasis posiblemente nos cueste mucho asumir (hasta que se vaya el efecto) que nuestra evaluación de la realidad no es confiable.
La ciencia no es intuitiva. ¿Quién diría que enfermamos porque seres invisibles (a los que llamamos bacterias) se meten en nuestro cuerpo a hacer de las suyas? Y ni hablar del hecho de que en el fondo todos los organismos pluricelulares somos una colonia gigante de seres unicelulares que aprendieron a vivir juntos en equipo. ¿Y quién hubiera pensado que el sol no se va cuando no lo vemos, sino que nosotros damos vueltas? Y que además estamos moviéndonos todo el tiempo de tantas formas que da vértigo: la tierra sobre su eje y alrededor del sol, el sol alrededor del centro galáctico, la galaxia por el espacio hacia colisionar en unos miles de millones de años con Andromeda y así.
Por ello, luchar contra la tendencia a dejarse llevar por la intuición, es algo que a los científicos les (¿nos?) enseñan desde primero de carrera. Sin embargo, los trabajadores de la salud mental parecen tener problemas con ello. Así tenemos neurocientíficos hablando del alma sin ponerse colorados, psicólogos clínicos que no preguntan a sus pacientes cuantas horas duermen o cuanto alcohol consumen y una abrumadora cantidad de errores conceptuales que parten de una visión dualista del sujeto.
Sin ir más lejos, como cuenta Sergio en nuestra charla (puedes escucharla aquí), gran parte de las incumbencias profesionales parecen devenir del dualismo. Cuando un psicólogo dice “esto puede ser neurológico” o cuando un neurólogo dice “no se preocupe, es psicológico” ¿Dónde exactamente están pensando que queda la psiquis? En el fondo en el mismo lugar que Descartes: en una esfera inmaterial conectada casi mágicamente con nuestro cuerpo por una especie de antena de wifi que en el caso del buen René situaba en la glándula pineal.
Puede que nuestra necesidad de ser empáticos y conectar emocionalmente con los pacientes nos lleve a depender de nuestra intuición como herramienta en la clínica, aceptado, pero todos los científicos pueden (¿podemos?) meterse en su bolsillo el sentido común y volverlo a sacar según corresponda. Un físico puede decirle a su pareja a la noche que no deje abierta la puerta porque entra frío, y explicar a sus alumnos a la mañana siguiente que el frío no existe y que en todo caso la disminución de la temperatura es producto de la disipación de la energía calórica. Existen incluso físicos teóricos prominentes que van a la iglesia: pero en horarios de oficina aceptan que, hasta nuevo aviso, como decía Hawking, dios es innecesario para el universo.
Aceptar la perplejidad
Es posible, trascender el dualismo o el reduccionismo y llegar a buen puerto, pero para eso hay que aceptar que el hecho de que un concepto sea poco amistoso, poco intuitivo o hasta desagradable, no quiere decir que no sea correcto.
Richard Feynman (Premio Nobel, y una de las mentes más brillantes del siglo XX) decía sin ponerse colorado que no creía que nadie entendiera la física cuántica (ni siquiera él mismo). Feynman podía utilizar la teoría, obtener predicciones, comprobar resultados, pero su mente humana no era capaz de aprehender realmente lo que allí sucedía, porque para hacerlo no solo tendría que tener más información, sino que, probablemente, también debería procesarla de una forma diferente (no secuencial, por ende no verbal, etc.).
Hay problemas más simples donde cotidianamente asumimos la complejidad. Pensemos en las computadoras: una imagen, un video, un programa que permite predecir el clima o jugar un juego, todo se reduce a cientos de millones de 0 y 1 agrupados en cadenas de 8 dígitos (un bit). Podemos decir que no existe nada más que un código binario y que todo es reducible a él, o podemos tener una visión dualista de la computación y decir que hay algo (el programa) que no es reducible a su código y que cualitativamente hay algo extra.
Pero, aunque nadie plantea esto último, tampoco sucede que las personas intentemos escribir o leer en código binario. Reconocemos que nuestros cerebros no pueden intuitivamente manejarse de esa forma y en consecuencia los lenguajes de programación (Python por ejemplo) tienen una lógica más parecida a la de un código verbal, que luego es compilado en lenguaje máquina (binario). Lo que muestra este ejemplo es que (a) una mente diferente a la humana podría evidentemente programar directamente en 0 y 1; (b) el ser humano acepta que es incapaz de entender el mundo de esa manera y (c) busca un sistema de transcodificación que no implica que crea ontológicamente que existe una diferencia cualitativa e insalvable entre los 0 y los 1 y una línea de Python.
Por más difícil que nos resulte creer que esos 0 y 1 en realidad pueden formar un juego como el Fornite, creo que podemos lidiar con eso. ¿Qué tan diferente es aceptar que nuestros sueños, nuestras sensaciones y pensamientos pueden reducirse a patrones de activación-desactivación de millones de neuronas? No es necesario que seamos capaces de transformar un poema de Benedetti en un patrón de activación de neuronas colinérgicas en el área temporal izquierda, nos basta con saber que, por más complicado que sea, cuando codificamos en la memoria el poema Viceversa estamos haciendo justo eso.
Podemos parafrasear a Feynman y decir que ningún neurocientífico entiende exactamente cómo funciona el cerebro, pero eso no es motivo para invocar espíritus, sino para convivir con dicha perplejidad.
Cuando una persona aprende a tocar la guitarra, podemos establecer tres niveles. En el primero, la persona toca música, la conducta observable es compleja, creativa y aparentemente irreductible. En el nivel del análisis conductual, podemos identificar miles de microconductas reforzadas o extinguidas, que explican desde la elección de un tema o un estilo musical, hasta la forma de colocar el dedo meñique. En un nivel anatómico, en nuestro SNC se han generado conexiones nuevas entre diferentes áreas de asociación y la corteza motora primaria, específicamente en dónde se encuentra la representación motora de los dedos.
Podemos aceptar, hipotéticamente que no hay pérdida de información entre cada uno de estos niveles y que en realidad simplemente se trata de traducciones más o menos útiles para un fin determinado, sin embargo, el ser humano es incapaz de comprender determinados aspectos en determinados niveles. En ese sentido, la psicología cognitiva permite realizar modelos conceptuales sobre cómo funcionan complejas estructuras neuroanatómicas compuestas de muchos millones de conexiones.
Nuevamente, aunque conceptualmente es factible transformar un modelo cognitivo en otros códigos (conductuales, fisiológicos), esto no necesariamente está a nuestro alcance y podemos evaluar el nivel de ajuste de una teoría cognitiva por su poder explicativo en situaciones experimentales.
El ser humano evolucionó durante miles de años para pensar de una manera “útil” no de una manera científica. Pensar que todo lo que se mueve rápido al ras del piso es una víbora, puede ser fenomenal para atravesar vivo un tramo de selva, pero no va a hacer que alguien llegue muy lejos en su carrera de biólogo.
Todos tenemos que aprender a luchar contra la tendencia a tomarnos demasiado en serio nuestras ideas intuitivas de la realidad y recordar que, hasta donde sabemos, esa sensación visceral de que una idea es correcta o incorrecta, tiene exclusivamente que ver con heurísticos a veces genéticos, a veces basados en nuestra historia de aprendizaje, hechos para sobrevivir y no para publicar papers o curar pacientes.