Le estoy inmensamente agradecida a mi querida amiga Sol Genafo por haberme hecho partícipe de esta hermosa carta. Una carta impregnada de un gran sentimiento de amor hacia una amiga desaparecida hace ya diez años, el tiempo que ella ha tardado en ser capaz de poder escribirla.
“Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos. Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos” (Hellen Keller)
A pesar de saber “intelectualmente” que somos mortales, el fallecimiento de un ser querido resulta un acontecimiento terrible, muy difícil de aceptar. La ruptura del vínculo, tan fuerte e importante, produce mucho sufrimiento y pone en cuestión los fundamentos del ser y existir humanos, afectando de manera importante a las relaciones familiares y sociales más básicas.
En el duelo se altera el concepto del tiempo, un factor que va a influir en la manera de enfrentarse con la realidad en la ausencia del ser querido.
Existen varias formas de tiempo, entre ellos:
• Tiempo cronológico. Es el tiempo social compartido por todos.
• Tiempo Kairos. En Terapia Gestalt es el momento oportuno para hacer algo y, sólo se sabe, cuando se hace.
• Tiempo subjetivo. Es el modo de vivir el tiempo cronológico. Cuando existe algo en el entorno que motiva el tiempo cronológico se vive más corto que el tiempo subjetivo.
En el duelo, el futuro se queda despoblado ya que previamente había construido un futuro con la persona ausente y, cuando ésta desaparece, lo hace también el futuro construido con ella. El pasado se traslada al presente alterando con ello el tiempo cronológico que se hace eterno , desapareciendo así el tiempo subjetivo.
Al escribir esta carta, mi amiga Sol, sin ser consciente de ello, sitúa el pasado y el presente en su lugar. De este modo construye “pequeños futuros” que implican una línea de futuro.
Acabar con un duelo no significa acabar con el recuerdo.
“La muerte se lleva todo lo que no fue, pero nosotros nos quedamos con lo que tuvimos.” (Mario Rodjzam)
Elena, amiga mía:
Hace mucho que no te escribo, es verdad, pero siempre en la creencia de que allí donde estés cualquier palabra va a tardar mucho en llegar, lo he ido dejando.
¡Todo acabó de una manera tan brusca…! Lo recuerdo como si acabara de ocurrir. Estaba yo traduciendo Cicerón (De Amicitia) pues al día siguiente tenía el último ejercicio de la oposición. Sonó el teléfono; era tu madre, desde su casa. Qué raro; la suponía contigo, pues acababas de dar a luz a tu segundo hijo. Me dijo que te habías ido, para siempre. – No -le dije- te tienes que estar equivocando. ¡Qué torpe es uno cuando le oprimen los sentimientos! Insistí, incluso: “- Aurora, mañana, al salir de mi examen, voy a ir a llevarle unos gladiolos” “No, querida, se los tendrás que llevar al cementerio, pues mañana…” La interrumpí: “- Aurora, no son para una fría lápida, son para mi amiga”…- No seguí escuchando; sólo oía, como si tuviera la cabeza dentro del agua, palabras como “negligencia médica”, ” ella te quería mucho…” No fui al entierro. Han pasado 10 años.
Te podría contar que por aquí todo sigue igual; con distintos nombres, propios y comunes, pero igual. En el Archivo de Palencia tus compañeros siguen con sus códices y manuscritos, agazapados en la Edad Media, huyendo del doloroso día a día de nuestra edad mediocre. Todos saben que nunca volverán a tener una Directora como tú.
Sigo yendo a menudo a Israel aunque ya, desde tu posición privilegiada, no me dirías: “Cuánto has tardado en volver, te echaba de menos”. Además cualquier día, como esto siga así, me voy para allá, a refugiarme en las Cuevas de Qumrán con la congregación de los esenios.
¿Sabes? He estado releyendo nuestro abundante intercambio epistolar y compruebo que me sigo riendo por las mismas cosas, que muchos de mis anhelos se han cumplido y resulta que algunos, una vez conseguidos, no eran para tanto. En cambio, también me doy cuenta de que he dejado de ilusionarme de aquella manera con los sueños; será la edad, que desaconseja dibujar castillos en el aire.
Por cierto, cuando juego a imaginar cómo estarías ahora con cuarenta y siete años, siempre me detengo en el mismo punto, qué música escucharía ahora una melómana como tú. Supongo que allí, música celestial y poco más, ¿no?
¿Te acuerdas, Elena, cuando, después de estar un tiempo sin tratarnos, como pasa a veces en cualquier amistad, nos llamamos para anunciarnos atropelladamente una a la otra, que nos casábamos? Oh, destino travieso, amigas desde la infancia y sin calcularlo nos casamos a unos días de diferencia. Aún conservo con emoción el pañuelo de encaje que envolvía tu ramo. Ese trocito de tela y el abrazo que nos dimos después, los guardo en mi cajón secreto de cosas importantes.
Y qué más… que han caído algunos muros, que se han levantado otros y que yo sigo dándome contra la pared porque, como escuché una vez, aún no he aprendido a derrapar. Y mira que me lo advertías. Nadie como tú conoce los recovecos de mi alma.
Todavía me estremezco cuando pienso en una llamada que hice a tu casa para hablar un poquito con tu hijo Víctor; el otro era tan pequeñín que todavía no sabía decir nada. Le dije que seguramente no recordaba quién era yo, pero que le quería mucho y él, con la espontaneidad de sus cinco añitos, me contestó que sí, que yo era “ la más mejor amiga de su mamá” y que tú le habías contado muchas cosas de mí, “antes de irte al Cielo”. A esa parte especial reservada a las mamás, que nunca mueren del todo mientras tengan que cuidar a sus hijos -pensé yo. Claro, a partir de ahí, a duras penas pude añadir nada. Me limité a decirle que tenía un regalito para él. La verdad, entre nosotras, lo hice sabiendo que esa frase nunca falla con los niños y despedirme así para deshacer a solas el nudo de mi garganta. Eso sí, tiempo después, cuando le vi, le di lo prometido, un pequeño telescopio. ¿Qué te parece? A él le hizo mucha ilusión la idea de contemplar las estrellas.
No te lo vas a creer, pero hace poco he vuelto a ver a antiguos compañeros del colegio (“Wish you were here”). Ya sabes, siempre nos quedará Port Bou. Uno de esos viajes que se hacen para no volver, al menos no del todo. Allá, curiosamente cerca de la frontera, se quedó una parte de todos nosotros, de aquellos colegiales que cantaban, reían, coqueteaban con el amor…inmersos en esa alegría inconsciente que nunca volverá.
Ya sabes, Elenita, que tengo muchos, demasiados, seres queridos donde tú estás. Así que, por favor, hazles llegar mil besos mil y la petición de que me sigan cuidando. Ya sé que a menudo me echan un capote pero les necesito tanto…Así como necesitaría oír tu bondadoso y siempre oportuno, “Nena, tú vales mucho”, que tanta seguridad me daba.
Pues eso, Amiga, guárdame sitio como en el cole, cuando nos levantaban el rígido orden alfabético. A poder ser, para dentro de mucho tiempo. No es por falta de ganas de verte, es que tengo miedo a las Alturas.
Besines como los de tu tierra. Sol.
(Conoce más sobre la terapia Gestalt en el blog de Clotilde Sarrió)
Imagen: IsleShire en Flickr