Mientras entrevistaba por Skype a Beth, una trabajadora social radicada en los Estados Unidos, ella buscaba entre sus papeles un sobre con el nombre de Toby*, donde había una fotografía, una tarjeta del funeral y algunos dibujos. Una de las cosas que había sobre el escritorio de Beth era una piedra que, me cuenta, a Toby le gustaba tener mientras estaban en terapia. Toby había sido paciente de Beth y se había suicidado hace siete años.
“Nunca lo olvidaré”, dice. “Fue un viernes”. Toby era un paciente de un programa para jóvenes con problemas mentales complejos. “Se negaba a salir de mi oficina”, dice Beth. “Ponía la cabeza entre los brazos y lloraba mientras decía ‘haz que se detenga'”.
Toby se enfrentaba a toda una constelación de dificultades. De bebé, había sido adoptado por una familia con unos principios religiosos que él no compartía, y además pasaba un momento complicado en la escuela. Experimentaba estados de ánimo muy bajos, tenía pensamientos paranoicos y se había sobredosificado en otras ocasiones. Sin embargo, asistía al programa, tomaba los medicamentos y participaba en la terapia.
“Estaba triste”, dice Beth. “Pero también era graciosos y sarcástico; era skateboarder y le gustaba el rock. Era el chico cool pero también era sumamente vulnerable. Estaba muy solo”.
En las semanas previas a su muerte, Toby había empezado a preocuparse por unas inusuales explicaciones frente a su adopción. “Intentaba entender sobre el hecho de ser amado, no ser amado y ser abandonado”, dice Beth.
Ese viernes, Beth había quedado nerviosa. “Fui al psiquiatra y dije, ‘o lo llevamos a emergencias o intentamos internarlo en un hospital'”, dice.
Toby fue examinado pero no admitido esa misma noche. Otros miembros del equipo pensaron que sería mejor para Toby estar en casa, con la opción de regresar si era necesario. Esta clase de decisiones clínicas pueden ser insoportables, con el peso de intentar equilibrar ciertos riesgos con la salud y seguridad de una persona. Los miembros de un equipo no siempre están de acuerdo en cómo obrar, y Beth no lo estuvo.
“Cuando sus padres vinieron a recogerlo, les dije, ‘Toby ha tenido un día muy difícil, no está bien, sean muy cuidadosos con él'”, recuerda Beth. “Les dije, ‘no duden en llamar o traerlo a emergencias’. Él se fue y le dije, ‘nos vemos pronto'”. Beth estaba de turno ese fin de semana.
“A primera hora del sábado recibí una llamada donde me decían, ‘él está en cuidados intensivos, ¿vas a venir?'”. La noche del viernes, mientras su familia comía en el piso de abajo, Toby había ido al baño y se había disparado. Sobrevivió, pero después de un daño cerebral severo, desconectaron el soporte vital luego de unos pocos días.
Aunque no hay muchos datos recientes, se estima que la mitad de los psiquiatras y uno de cada cinco psicólogos en Estados Unidos ha experimentado el suicidio de un paciente. El año pasado se registraron 5.821 suicidios en Reino Unido: 10 muertes por cada 100.000 personas. Sabemos que los efectos son devastadores para familiares y amigos. Se sabe mucho menos sobre las reacciones de los profesionales a cargo. ¿Qué pasa si la persona que murió era tu paciente?
“Me sentía tremendamente triste, afectada y culpable. Recuerdo llorar mucho. Sentí vergüenza. No dormía bien. Luego, durante más o menos un año fue incapaz de tomar decisiones…
Las olas de sentimientos que puede generar un suicidio se esparcen enormemente. “La gente suele creer que el impacto solo llega a un puñado de familiares cercanos”, dice Julie Cerel, presidenta de la Asociación Americana de Suicidología y profesora en la Universidad de Kentucky. “En realidad, nuestro trabajo a encontrado que 135 personas son expuestas a cada suicidio; quiero decir, personas que conocieron a quien murió. Y más o menos un tercio de ellos son impactados profundamente”.
La reacción inicial de Beth fue volcar su vida al trabajo, pero las consecuencias emocionales fueron muy grandes. “Me sentía tremendamente triste, afectada y culpable. Recuerdo llorar mucho. Sentí vergüenza. No dormía bien. Luego, durante más o menos un año fue incapaz de tomar decisiones… pedía ayuda de otros todo el tiempo. Me preocupaba de qué iba a cenar porque, ¿y si tomaba la decisión incorrecta? Y me llevó un tiempo darme cuenta: esto es porque siento que tomé la decisión equivocada incluso cuando la decisión no fue solo mía”.
Hay una escasez de estudios frente a las reacciones de terapeutas en casos de suicidios de pacientes, y una gran razón para eso es la reticencia para hablar al respecto. La culpa, la vergüenza y —particularmente en Estados Unidos— el miedo a enfrentar acciones legales pueden generar silenciamiento.
“Los terapeutas suelen sentir las mismas emociones que otras personas cuando hay muertes, y tienen el peso adicional de la culpa”, dice Cerel. “Pero la culpa, que suele ser similar a la reacción de familiares que desearían haber podido hacer más, puede ser interpretada como una confesión de no haber hecho lo suficiente en un sentido clínico y eso podría llegar a un litigio. La mayoría de profesionales de la salud no sienten que puedan hablar abiertamente sobre sus reacciones frente al suicidio de sus pacientes”.
A pesar del reducido número de investigaciones, hay una evidencia creciente alrededor del luto de profesionales. Jane Tillman, psicóloga del Austen Riggs Center de Massachusetts, condujo uno de los primeros estudios cualitativos del campo. Ella entrevistó a 12 terapeutas y encontró ocho temas comunes en las reacciones al suicidio de un paciente, incluyendo las respuestas a traumas, reacciones emocionales al duelo, sensación de crisis, efectos en las relaciones con colegas y efectos en el trabajo con otros pacientes.
Uno de los participantes describió sentirse “sumamente traumatizado”, recuerda Tillman. “Se dio cuenta de que cada vez que sonaba el teléfono a mitad de la noche o en un momento inesperado, sentía un pico de adrenalina. Cuenta que ‘ni siquiera fue así como me enteré de la muerte de mi paciente, pero incluso después de muchos años pienso que un paciente se ha suicidado'”.
Estudios más amplios muestran que aproximadamente 40 por ciento de los terapeutas afligidos reportan el suicidio de un paciente como traumático. Reacciones comunes incluyen la vergüenza, la culpa, el terror y una sensación de desesperanza, o pensar que fueron muy ingenuos o ambiciosos por pensar que habrían podido ayudar.
“Vivimos entre relaciones humanas”, dice. “Nos entregamos a ellas por completo así que cuando perdemos a alguien también sentimos eso con todo nuestro ser, y eso está bien. La gente debería saber que está bien estar de luto y sentirlo”
Tillman cree que hablar es fundamental; tanto para estudiantes como para profesionales calificados. “Suelo decir en los talleres, ‘alcen la mano sí son supervisores'”, dice. “Mucha gente alza la mano. ‘Levanten la mano si han tenido algún entrenamiento sobre qué hacer si alguno de sus subordinados tiene un paciente que se ha suicidado’. Nadie levanta la mano”.
“Esto no es una cosa inesperada y terrible que solo le pase a malos profesionales”, agrega Tillman. “Esto hace parte de estar en el campo, y tenemos que hallar maneras para aprender al respecto, de modo que la gente no se sienta tan abandonada. No es raro estar afligido; no es una debilidad. Es una parte terrible de nuestra vida profesional”.
Cerel cree que el duelo después del suicidio es “similar al duelo tras otras muertes repentinas, pero se diferencia en el sentido que la gente afectada por estas muertes siente que hubo algo que pudieron hacer directamente para prevenir la muerte. Se preguntan por qué durante mucho tiempo”.
Beth aún piensa en Toby, pero no se sentía a gusto hablando de él en el trabajo. “No creo que haya tenido el derecho de procesarlo como una muerte traumática personal. Fue una pérdida profesional traumática, pero se sintió muy personal”. Para todas las estructuras teóricas y profesionales, perder a un paciente al final sí implica un luto, más aún en una situación complicada. Trae consigo todas las emociones humanas complicadas de un duelo.
Beth entiende eso, y quiere que otros terapeutas también lo hagan. “Vivimos entre relaciones humanas”, dice. “Nos entregamos a ellas por completo así que cuando perdemos a alguien también sentimos eso con todo nuestro ser, y eso está bien. La gente debería saber que está bien estar de luto y sentirlo”.
“¿Cómo se recupera uno?”, se pregunta ella. “Uno no lo hace. Pero tener en cuenta ‘qué necesita un individuo cuando pasa por un duelo’ puede ayudar a normalizar el evento”.
*Algunos nombres han sido cambiados.
Escrito por Lucy Madox para Mosaic y re-publicado en Psyciencia bajo licencia Creative Commons. Puedes leer el artículo original en ingles aquí.
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