Kristing Suleng en El País describe el mito de que hay que dormir poco para ser muy productivos:
La relación entre el tiempo de sueño y el éxito profesional es producto de la sociedad posindustrial. En la literatura anterior al siglo XIX no se asociaba el hecho de dormir mucho o poco al triunfo ni la pereza, recuerda Francisco José Puertas, jefe del servicio de Neurofisiología y de la unidad de Sueño del Hospital Universitario de la Ribera (Valencia) y vicepresidente de la Sociedad Española del Sueño (SES). “Napoleón decía que los hombres necesitaban cinco horas y las mujeres seis, y que solo los tontos precisaban más, pero hay constancia de que él se dormía en el carruaje del emperador. En algunas cartas perdía el trazo por la somnolencia. Con la luz eléctrica, aparece el concepto de dormir ocho horas seguidas y la gestión del trabajo nocturno, pero con el tiempo surgió también la idea de que el que necesita pocas horas de sueño es más productivo”, dice Puertas.
Una buena vigilia, como la de Albert Einstein, necesita buenas horas de sueño, entre siete y ochos horas, advierten los expertos, y no se puede decir que eso es dedicar tiempo a una tarea improductiva. Una de las funciones del sueño es procesar y consolidar el aprendizaje, la atención y la memoria. “Grandes genios han hecho grandes descubrimientos al despertarse después de un buen sueño. Dormir implica seguir trabajando, porque el cerebro limpia el bombardeo de información acumulado durante el día. Nuestra biología está preparada para periodos cortos de falta de sueño en situaciones estresantes o de urgencia, pero no en el largo plazo”, advierte el neurofisiólogo.
Numerosos estudios han revelado que el hábito de dedicarle pocas horas al sueño reduce el rendimiento cognitivo, provoca un déficit en la atención y pérdida de capacidad para tomar decisiones, además de aumentar los estados de estrés, ansiedad y depresión. “Los seres humanos somos ‘animales circadianos’, programados para ciclos de sueño-vigilia con una duración de 24 horas. Dormir pocas horas es una agresión fisiológica a nuestro organismo y, de modo particular, al cerebro. De modo crónico, esto altera el patrón neurohormonal, con problemas cognitivos y emocionales que se traducen en dificultades para adquirir nuevos aprendizajes y provoca problemas para archivar nuevas informaciones, además de un aumento del nerviosismo y la ansiedad hasta la aparición de trastornos alucinatorios, en los casos más extremos”, señala José Antonio Portellano, especialista en neuropsicología y psicología clínica.