Somos humanos. Dadas determinadas circunstancias, hacer trampa puede ser muy tentador. Incluso, puede percibirse como irresistible. Existen quienes consideran que pequeños actos deshonestos no producen realmente daños relevantes; y otros, que no soportan ni siquiera una “mentira blanca.”
Una interesante investigación se enfocó en los efectos que la deshonestidad puede tener en la persona deshonesta. Con un total de 2588 participantes, la investigadora Julia Lee de la Universidad de Michigan y sus colegas, examinaron si los actos de deshonestidad perjudican nuestra “precisión empática,” la capacidad de detectar las emociones de los demás (Lee, Hardin, Parmar, & Gino, 2019). El comportamiento falso, teorizaron los autores, puede hacer que nos desconectemos de otras personas y, a su vez, puede dificultar la interacción social. Si este es el caso, la deshonestidad podría tener implicaciones significativas para la forma en que mantenemos relaciones, resolvemos conflictos y colaboramos en el trabajo.
En un par de estudios iniciales, preguntaron a 259 adultos con qué frecuencia cometieron actos deshonestos en el lugar de trabajo, y le dieron a otro grupo de 150 personas la oportunidad de hacer trampa en un juego de computadora. Todos los participantes completaron la tarea “Leer los ojos en la mente”, para medir su precisión empática. Esto implicaba ver videos de la región que rodeaba los ojos de los actores y seleccionar una de las cuatro emociones posibles para describir mejor el estado mental del actor. En ambos estudios, una mayor deshonestidad se asoció con un mayor número de selecciones inexactas.
Pero la correlación no necesariamente significa causalidad. Entonces, para descubrir si la deshonestidad reduce activamente la precisión empática, el equipo de investigación ofreció a una muestra de estudiantes universitarios la oportunidad de ganar dinero real en un juego de lanzamiento de dados. Se pidió a los participantes que pronosticaran qué lado del dado mostraría un número más alto, con las conjeturas correctas intercambiables por más dinero en efectivo. Sin embargo, mientras los participantes de control dieron sus predicciones al comienzo del juego, un segundo grupo lo hizo una vez que el dado había sido lanzado, ofreciéndoles la oportunidad de hacer trampa.
En comparación con los participantes de control, el segundo grupo, o “condición de trampa probable”, informó más conjeturas correctas, lo que sugiere que aprovecharon la oportunidad para el engaño. También se desempeñaron peor en la tarea “leer los ojos en la mente,” lo que indica que esta deshonestidad les dificultaba la lectura de las emociones de los demás. En un juego posterior, donde los participantes podían ganar 2 dólares por enviar un mensaje falso a un compañero anónimo o $ 0,50 por decir la verdad, aquellos en la condición de trampa probable también tenían más probabilidades de mentir, lo que sugiere que su deshonestidad original provocó un acto inescrupuloso adicional.
¿Por qué la deshonestidad podría perjudicar nuestra capacidad de lectura de emociones?
Una explicación es que reduce nuestra “autoconstrucción relacional,” la medida en que pensamos en nosotros mismos en términos de conexiones sociales (por ejemplo, “soy una hermana”). Tal distanciamiento social podría ayudarnos a justificar los actos inmorales, porque reduce el grado de atención y preocupación que dedicamos a los demás, una forma literal de evitar “mirar a alguien a los ojos.” De hecho, un quinto experimento con las mismas tareas de precisión de empatía y lanzamiento de dados demostró que los “probables tramposos” se describieron a sí mismos usando menos frases sociales que el grupo de control, lo que explica la relación entre la deshonestidad y la lectura emocional.
También parece que algunas personas pueden ser más susceptibles a estos efectos que otras. En un experimento final, Lee y sus colegas analizaron la “reactividad vagal,” una medida de la frecuencia cardíaca asociada con la autorregulación y la sensibilidad social. Aquellos con alta reactividad vagal no mostraron una precisión empática reducida después de mentir, mientras que aquellos con baja reactividad experimentaron el efecto perjudicial. Los autores sugieren que las personas que son más sensibles socialmente desde el principio aún pueden leer las emociones de los demás incluso después de un comportamiento deshonesto, mientras que aquellos con menos reactividad y, por lo tanto, menos sensibilidad social, son más vulnerables a los efectos dañinos de la deshonestidad.
No está claro cuánto tiempo duran los efectos de la deshonestidad en la precisión empática, y también sería interesante explorar si la deshonestidad dificulta la detección de emociones cuando no podemos ver a otras personas, pero podemos escuchar su voz o ver lo que escriben online. Esto podría arrojar luz sobre acciones deshonestas que afectan a muchos, como la difusión de noticias falsas.
Independientemente de si la falta de honradez es detectada por otros, la evidencia es clara. Hacer trampa puede tener costos personales significativos al reducir nuestra comprensión general de los sentimientos de los demás, y estos son particularmente severos para aquellos que ya encuentran más difícil la interacción interpersonal.
Referencia:
Lee, J. J., Hardin, A. E., Parmar, B., & Gino, F. (2019). The interpersonal costs of dishonesty: How dishonest behavior reduces individuals’ ability to read others’ emotions. Journal of Experimental Psychology: General, Vol. 148, pp. 1557-1574. https://doi.org/10.1037/xge0000639