John Bowlby y Mary Ainsworth (citados en Delgado, 2012) formularon la teoría del apego, que se refiere al vínculo afectivo establecido entre la madre (figura de apego) y el hijo. Bowlby (1944, citado en Soares y Dias, 2005), observó en un estudio realizado con 44 jóvenes delincuentes quienes habían sido privados precozmente de los cuidados que debiera ofrecer la familia, el impacto que esto causó en aquellos sujetos. Esto lo llevó a desarrollar su teoría del apego.
El modelo de Bowlby incluía la existencia de cuatro sistemas de conducta con estrecha relación entre sí: el sistema de miedo a los extraños, el sistema afiliativo, el sistema de conductas de apego y el sistema de exploración.
Al observar en un famoso experimento de laboratorio llamado Situación Extraña (Strage Situation), que habían diferencias en el apego dependiendo de la calidad del vínculo con el cuidador, Ainsworth (Delgado, 2012; Garrido Rojas, 2006) describió tres tipos de apego:
- Apego inseguro-evitativo: no llora al ser separado del cuidador, exhibe conductas de distanciamiento, evita cercanía, se enfoca en los juguetes.
- Apego inseguro-ambivalente: presentan ansiedad y rabia al ser separados del cuidador, son difíciles de consolar y no retoman la exploración.
- Apego seguro: se observa exploración activa, enojo al ser separado de la figura de apego, pero fácil consuelo.
Si bien Bowlby reconocía que el niño podía mostrar apego hacia más de una persona, creía firmemente que había una figura de apego que era especial, diferente de las otras. Sin embargo, un metaanálisis (Bretherton, 1985, citado en Delgado 2012) encontró que el apego hacia la madre era similar al apego mostrado hacia el padre.
La teoría de Bowlby supone que los seres humanos tenemos una necesidad natural de establecer vínculos afectivos estrechos con otros. Dicha necesidad nos ayudará a ir desarrollando un sistema de regulación emocional (que dependerá del estilo de apego), a través de la satisfacción de nuestras necesidades por parte del cuidador.
Además, jugará un importante rol en el desarrollo de la socialización y el establecimiento de relaciones fuera de la familia. Por ejemplo, una investigación concluyó que los adolescentes que recuerdan una relación con el progenitor basada en la comunicación, el afecto y el fomento de la autonomía, eran quienes desarrollaban mejores relaciones afectivas con sus pares. Además agregan que, si el vínculo formado con la madre y con el padre no coincide, basta con que uno de estos vínculos sea seguro para establecer relaciones positivas con otros (Fonagy, 1999; Penagos, Rodriguez, Carrillo, Castro, 2005; Sánchez-Queija y Oliva, 2014).