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Nuestra retina capta las imágenes en dos dimensiones y a partir de esto podemos organizar las percepciones tridimensionales. La visión de objetos en tres dimensiones se denomina percepción de la profundidad y nos permite calcular a qué distancia se encuentran los objetos.A simple vista, estimamos la distancia de un automóvil que se aproxima o la altura de una casa. Esta capacidad es, en parte, innata. Eleanor Gibson y Richard Walk, descubrieron esta capacidad en 1960 con la utilización de un precipicio visual en miniatura con un abismo cubierto por un cristal resistente. La inspiración de Gibson para el experimento sucedió cuando ella se encontraba almorzando en un borde del Gran Cañón. Ese día se preguntó si un bebé, al mirar hacia abajo, percibiría el peligro y retrocedería.
Nos permite calcular a qué distancia se encuentran los objetos
Cuando retornaron al laboratorio de la Universidad de Cornell, Gibson y Walk ubicaron a bebés de 6 a 14 meses en el borde de un “cañón” donde no corrían ningún tipo de peligro, es decir, un precipicio visual. Sus madres trataban de persuadirlos para que gatearan sobre el cristal. La mayoría se rehúsa a hacerlo, lo cual demostró que los bebés pueden percibir la profundidad. Es probable que los niños aprendan a percibir la profundidad en esta etapa de la vida. Sin embargo, algunos animales recién nacidos que prácticamente no tienen ninguna experiencia visual, como los gatos pequeños, las cabras de un día de vida y los pollitos recién nacidos, responden del mismo modo.
En circunstancias normales, todas las especies, cuando empiezan a caminar, tienen la capacidad perceptiva que necesitan. Más aún, durante el primer mes de vida, los bebés tratan de evitar los objetos que se aproximan directamente hacia ellos, mientras que no se sienten intimidados por cualquier cosa que se les aproxime en un ángulo que no los alcanza directamente (Ball y Tronick, 1971). A los 3 meses ya utilizan los principios de percepción de la Gestalt, al mirar mas detenidamente los objetos agrupados de manera diferente (Quinn y col., 2002).
La madurez biológica nos predispone a tener precaución frente a las alturas y la experiencia la aumenta. La precaución de los bebés ante las alturas aumenta cuando empiezan a gatear, independientemente de la edad en que comiencen a hacerlo. Los bebés que empiezan a caminar se vuelven más cautelosos ante las alturas (Campos y col., 1992).
Fuente: Myers, D. (2006), Psicología 7ma edición, Editorial Médica Panamericana:Madrid
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