A veces, despertarse por la mañana no es más que una rutina coreografiada: el mismo café, el mismo trayecto, las mismas conversaciones vacías. No hay tragedia visible, solo una sensación sorda, como si la vida se hubiese vuelto demasiado silenciosa para notarse. Si te sientes así, no eres el único.
Esa sensación de vacío no siempre viene acompañada de una explicación clara. A veces se instala lentamente, como una humedad imperceptible que va debilitando las estructuras internas. En otros casos, golpea de frente: una pérdida, una traición, un diagnóstico. Y, muchas veces, simplemente está ahí, sin aviso ni razón. Solo el eco de una pregunta incómoda: ¿esto es todo?
Los psicólogos conocen bien este terreno. El aburrimiento existencial, la falta de propósito, no siempre se debe a una enfermedad mental, pero puede estar relacionada. La depresión, los trastornos del estado de ánimo, incluso una ansiedad constante, pueden quitarle color a la vida. Lo que antes te entusiasmaba, hoy solo existe como una tarea más.
Pero también hay causas menos clínicas. Un trabajo que no conecta con tus valores. Relaciones que se sienten vacías. Una vida social en piloto automático. Todo eso puede hacer que la vida se sienta mecánica, como si estuvieras viviendo el guion de alguien más.
¿Qué se puede hacer? Lo primero: no tratar de resolverlo todo con frases bonitas o consejos rápidos. La búsqueda de sentido no es una receta. Es una práctica. Y muchas veces, es incómoda.
Vivir con intención
Uno de los primeros pasos es observar. No de forma pasiva, sino con una atención radical. Preguntarte por qué hacés lo que hacés. ¿Por qué aceptás ciertas invitaciones? ¿Por qué sigues en ese trabajo? ¿Por qué evitas ciertas conversaciones?
Vivir con intención no significa tener una gran misión o una lista de metas. Es algo más íntimo: alinear tus acciones cotidianas con lo que valoras. Puede empezar con algo tan simple como darte tiempo suficiente para prepararte en la mañana, en vez de correr siempre con el tiempo justo. O dejar de hacer scroll automático en el teléfono mientras tomas café, y prestar atención al sabor, al aroma, al momento.
¿Qué cosas te generan alegría?
No tiene que ser una alegría grandiosa. Puede ser algo pequeño: cuidar una planta, cocinar para alguien, caminar sin auriculares. La pregunta no es solo qué te gusta hacer, sino qué te hace sentir que estás presente. ¿Qué cosas te hacen perder la noción del tiempo? ¿Cuáles te hacen pensar: “Esto importa”?
A veces, estas pistas están en la nostalgia. Volver a ver fotos viejas. Escuchar música que amabas a los quince años. Llamar a alguien que conoces desde siempre. No para vivir en el pasado, sino para recordar que hubo momentos llenos de sentido. Y que todavía pueden existir.
Gratitud, pero no como mantra
La gratitud no es repetir que estás agradecido mientras todo arde. Es notar lo que sí funciona. Es reconocer a quien te sostuvo cuando estabas mal, escribirle una carta, o simplemente darle las gracias. Es hacer una lista –mental o escrita– de lo que valoras hoy, aunque sea breve. Esto no niega lo que duele. Solo amplía el panorama.
La compañía correcta
No es menor con quién compartís tu tiempo. Las relaciones que suman son aquellas donde puedes ser tu, sin adornos ni filtros. Donde no tienes que dar explicaciones todo el tiempo. Estar rodeado de personas que escuchan, que validan tu experiencia sin minimizarla, puede ser un ancla cuando el mundo parece flotar.
Darle valor a lo cotidiano
El sentido no siempre está en las grandes decisiones. Muchas veces está en cómo te lavas los dientes, en cómo saludas a tu pareja, en cómo terminas tu día. La psicóloga clínica Noelle Nelson sugiere mirar esos actos con atención: abrazar porque quieres, no porque toca; poner la alarma temprano para no vivir apurado. Pequeños gestos con intención.
Buscar ayuda profesional
Cuando todo esto se vuelve demasiado, hablar con un terapeuta puede ser un punto de inflexión. No porque ellos tengan las respuestas, sino porque saben hacer las preguntas correctas. Un buen terapeuta no te dice qué hacer: te ayuda a entender qué querés hacer tu.
Y si sientes que no tienes con quién hablar, buscá un profesional. No hay que estar “muy mal” para ir a terapia. A veces, basta con sentirse desconectado.
La vida, en sus mejores momentos, es profundamente ambigua. No siempre hay una historia coherente ni un destino épico. Pero dentro de esa ambigüedad, puedes construir algo significativo. No para siempre, no perfecto. Pero tuyo.
Y en un mundo donde todo cambia rápido y las promesas se agotan, eso ya es bastante.