El interés de antaño por el estudio del fenómeno de la guerra y sus consecuencias en la psique humana, tuvo su punto alto a mediados de los años 80 con diversas investigaciones destinadas a identificar y comprender los resultados perniciosos de la guerra en la psicología del individuo y del colectivo, en parte debido al avance en la compresión y clasificación del trastorno por estrés postraumático publicado en el DSM-III en 1980.
Teoría del trauma psicosocial de la guerra
A continuación, se expone parte de la teoría del trauma psicosocial de la guerra y se abordan por último dos hallazgos de este fenómeno a partir de dos situaciones históricas: La II guerra mundial y el contexto de la guerra fría en Nicaragua (guerra civil sandinistas – contras).
Para el psicólogo social, Ignacio Martín-Baró (1990), la guerra produce un trauma psicosocial, definido como la cristalización traumática en las personas y grupos de las relaciones sociales deshumanizadas. Para este autor, el trauma psicosocial experimentado por las personas expresa unas relaciones sociales enajenantes, que niegan el carácter humano del “enemigo” al que rechaza como interlocutor en cuanto tal y al que incluso se busca destruir.
La polarización social es otra secuela y tiende a la somatización, y las mentiras institucionalizadas precipitan problemas de identidad y la violencia aboca a una militarización de la mente. De esta situación planteada encuentra su razón de ser la tarea psicosocial de despolarización, desideologización y desmilitarización del país.
A nivel individual la guerra supone cambios cognoscitivos y conductual ocasionados por la necesidad de que la persona pueda adaptarse, entre ellos: la desatención selectiva y el aferramiento a prejuicios, la absolutización, idealización y rigidez ideológica, el escepticismo evasivo, la defensa paranoide y, por último, el odio y deseo de venganza. Estos esquemas cognoscitivos y conductuales surgen y se configuran a partir de tres dinamismos adaptativos o de supervivencia: la inseguridad frente al propio destino, la carencia de propósito y aún de sentido en lo que se tiene que hacer, la necesidad de vinculación o pertenencia personal a algún grupo.
Let There Be Light
Let There Be Light (1981) es un documental realizado por el director John Huston, el cual forma parte de una serie de documentales sobre el servicio prestado por miembros de la fuerza armada de Estados Unidos durante la II Guerra Mundial. Esta pieza cinematográfica retrata el desconcertante panorama de un grupo de militares que retornan a su país luego de prestar sus servicios al ejército estadounidense.
Al iniciar el documental, el director menciona que aproximadamente el 20% de las bajas del ejército norteamericano eran de naturaleza neuropsiquiátrica. Agregando que estos ex-militares sufrían de miedo incesante, aprensión psicológica, sensación de que un desastre inminente está a punto de ocurrir, desesperanza y aislamiento.
Huston estructura el documental dando seguimiento a los excombatientes desde su ingreso al Mason General Hospital hasta el día que el personal del hospital les da de alta. Acompaña los procesos de recuperación personal a través de sesiones individuales, sesiones grupales, terapia ocupacional, sesiones de hipnosis y narcosíntesis, esta última referida al uso de barbitúrico para adormecer al paciente y realizar el ejercicio de revivir o rememorar la situación traumática.
Estas sesiones psicoterapéuticas se encuentran registradas en el documental, convirtiéndolo en un producto cinematográfico altamente educativo. Por otro lado el estilo de dirección de Huston, permite que los ex-militares y médicos orienten el documental hacia su relación médico-paciente. Debido a su contenido impactante y visión alternativa de la guerra este documental fue censurado por el gobierno de Estados Unidos por casi 34 años.
John Huston (2012) sobre la censura:
“… se debió también a que mostrar heridas físicas, héroes sin piernas ni brazos, resulta más aceptable porque hablan del amor por la patria y destilan un cierto valor romántico, pero los hombres heridos mentalmente, cuyo espíritu ha sido destruido, son más difíciles de aceptar, y el ejército deseaba mantener el mito del guerrero que regresa fortalecido de la experiencia.”
Traumas de la guerra en la población rural de Nicaragua
Cabrera (2002) señala que Nicaragua es un país poli-traumático debido a sus continuas intervenciones militares, guerras civiles y amenazas naturales. Luego del triunfo de la revolución popular sandinista, el 19 de julio de 1979, Nicaragua se preparaba nuevamente para otra guerra civil; esta tenía como característica ser una guerra de “baja intensidad” sin embargo sus estragos a lo largo de la década de los 80s son sumamente significativos hasta nuestros días.
A consecuencia de esta guerra (1980-1989), murieron alrededor de 61,826 nicaragüenses y otros 300,000 migraron, Nuñez et al. (1991). Hoy, después de 30 años y con los sucesos ocurridos a lo largo de 2018, es necesario recapacitar sobre nuestra historia contemporánea y la manera en que ha dictaminado y condicionado nuestro entramado psicosocial.
Los investigadores Derek Summerfield y Leslie Toser (1991) realizaron un estudio tipo mixto (cuantitativa y cualitativa) en una pequeña comunidad rural de Nicaragua, “La Urbina” ubicada en el departamento de Nueva Guinea. Para el tiempo del estudio (1989) vivían alrededor de 215 campesinos, 86 de ellos mayores de 18 años. La mayoría habían migrado de zonas aledañas huyendo de la guerra sandinistas-contras, sus condiciones de vida eran muy precarias y las familias eran numerosas. Se estima que las mujeres tenían aproximadamente 10 hijos y de ellos usualmente 1 o 2 morían al poco tiempo de haber nacido.
La metodología de la investigación fue la siguiente, se realizaron entrevistas a profundidad (1-2 horas) a 43 habitantes (21 hombres, 22 mujeres), de esta muestra el 50% era mayor de 18 años, guardando siempre la misma distribución en el sexo. La entrevista estaba dirigida a que ellos comentaran sobre “cómo la guerra les ha afectado sus vidas y su reacción emocional ante lo que les ha ocurrido”. Esta información posteriormente fue contrastada con una entrevista semi-estructurada, que consistió en la aplicación del General Health Questionnaire (GHQ) de 28 ítems. El cual contiene 4 sub-escalas: síntomas psicosomáticos, ansiedad e insomnio, disfunción social y depresión severa.
Resultados
Las puntuaciones del GHQ por arriba de 5 puntos representan los casos clínicos. En La Urbina el 62% de los hombres alcanzaron un promedio 8.6 y el 91% de las mujeres 12.2, lo que muestra una perturbación psicológica generalizada y severa.
De la muestra, el 25% de los hombres y el 50% de las mujeres cumplían con los criterios diagnósticos para estrés postraumático. Alguna de las situaciones que generaban angustia a la población se debía a duelos no resueltos.
Solamente el 14% de las personas entrevistadas no mostró perturbación psicológica, posiblemente debido a que en sus historias de vida los traumas de la guerra fueron menos directos en comparación al resto de la muestra.
Entre la sintomatología presente más frecuente se encuentran:
- Somatización.
- Trastorno sostenido del sueño.
- Hipervigilancia.
- Otra sintomatología basada en la ansiedad.
- Problemas de concentración.
La guerra tiene rostro humano
La investigación de Summerfield y Toser contiene relatos de algunos de los participantes, estas historias personales son agrupadas de acuerdo a su contenido y categorizadas por sintomatología. Entre ellas se encuentra la siguiente:
Recuerdos traumáticos específicos
Juana Jirón Romero, fue una de las entrevistadas, para la época tenía 24 años de edad y había perdido al menos 5 familiares cercanos por asesinato y secuestro a manos de la contra. Para marzo de 1987, su comunidad fue atacada por la contra quien disparó a corta distancia a la mamá de su esposo y lanzó una granada contra el resto de su familia mientras trataban de huir. Juana, para ese entonces estaba embarazada, y al tratar de huir fue herida por la metralla de los disparos del comando contra, su hija Lisbet fue alcanzada en el abdomen.
Dos años después Juana aún recuerda que viajó toda la noche a pie, y en panga para poder obtener ayuda médica para su hija, eventualmente logró llegar al hospital de Juigalpa, aproximadamente 150 kilómetros de viaje; en donde su hija murió luego de 3 semanas de sobrevivencia en el hospital. Este relato gráfico continúa vivo en su memoria, para ella lo peor de todo es su memoria de su hija llorando y rogándole por agua y comida y ella verse incapaz de poder responderle porque los doctores lo habían prohibido – debido a que presumían que Lisbet tenía el intestino perforado. Juana continuaba reprochándose el hecho de no haberla llevado a Managua en donde ella creía que podía recibir una atención médica que le salvará la vida a su hija.
Juana no podía pensar con claridad y pasó con muy poco apetito todo el año luego de la muerte de su hija, y continúa experimentando la sensación de “no sentirse normal”, luego de 2 años aún continúa escuchando la voz de su hija, suplicándole por agua. Estos recuerdos vívidos son acompañados de síntomas psicosomáticos como: dolor en el pecho. Summerfield relata el final de la entrevista así: -de pie en su choza casi desnuda, dijo: “Ahora no tengo nada de ella… ¿Cómo puedo demostrar que ella vivía?” Luego dijo que poco antes del ataque algunos viajeros extranjeros que pasaban por casualidad habían tomado una fotografía de su familia. “En algún lugar en el extranjero”, dijo, “había pruebas de que Lisbet había existido”-.
Como ocurrió con muchas familias de desaparecidos en Argentina, Juana estaba preocupada por demostrar que Lisbet Jirón Romero no era una ilusión privada o alucinación, sino que definitivamente había existido. Al escuchar la historia sobre los extranjeros que fotografiaron a Juana a inicios de 1987, y realizando las indagaciones Summerfield y Toser determinaron que se trataba de un grupo de trabajadores de “Witness for Peace”.
Al final se hizo entrega de esta fotografía a Juana Jirón.
Referencias
- Amidon, A. (2013). The Preservation and Restoration of John Huston’s “Let There Be Light”. [Figura. Recuperado de https://unwritten-record.blogs.archives.gov/2013/11/07/the-preservation-and-restoration-of-john-hustons-let-there-be-light/
- Cabrera, M (2002). “Vivimos y sobrevivimos en un país multiduelos”. Revista Envío, número 249. http://www.envio.org.ni/articulo/1190
- Huston, J. (1946). Documentary “Let There Be Light”. Available on Netflix and Youtube.
- Martín-Baró, I. (1990). Psicología Social de la Guerra: Trauma y Terapia. Colección Lecturas Universitarias Vol. 4. UCA EDITORES.
- Nuñez, O. et al. (1991). La Guerra En Nicaragua. CIPRES.
- Summerfield, D. & Toser, L. (1991). “’Low Intensity’ War and Mental Trauma in Nicaragua: A Study in a Rural Community”. Medicine and War, VOL.7, 84-99.
- Vogel, S. (2012). John Huston film about WWII soldiers that Army Suppressed is restored. The Washington Post. https://www.washingtonpost.com/politics/john-huston-film-about-ww-ii-soldiers-that-army-suppressed-is-restored/2012/05/23/gJQA7LS3lU_story.html?utm_term=.24b74ef9098f
- Kernan, M. (2012). 1981 review of ‘Let There Be Light’: War Casualty. The Washington Post. https://www.washingtonpost.com/politics/1981-review-of-let-the-be-light-war-casualty/2012/05/24/gJQAPaQ6lU_story.html?tid=a_inl&utm_term=.01820c5444fe