Una de las críticas usuales al conductismo es que solamente se ocupa de la conducta observable pero ignora u omite fenómenos menos claramente observables, tales como emociones, pensamientos, recuerdos, motivación, etc. Empecemos con un spoiler: la acusación es falsa. Desde hace más de medio siglo que el conductismo se ocupa de esos fenómenos (como muestra basta revisar el índice de Ciencia y conducta humana, de B.F. Skinner, publicado en 1951). Pero, nobleza obliga, podemos reconocer que hay dos factores que permiten comprender el porqué de dicha acusación.
El primero es que la investigación y desarrollo conceptual que el conductismo ha tenido sobre dichos fenómenos ha sido relativamente menor si se la compara con la producción sobre otros aspectos de la conducta. Este factor se puede descartar con facilidad si se considera lo siguiente: en cualquier disciplina científica la investigación procede de lo más simple a lo más complejo — no se pueden investigar las partículas atómicas antes de poder dilucidar el funcionamiento de una polea — que algo quede para más tarde no significa que no se lo considere importante, sino que con frecuencia lo contrario es verdadero.
El segundo factor es el tema de este artículo. Se trata de que la forma que tiene el conductismo — y aquí me refiero al conductismo radical y vertientes similares — de abordar las experiencias internas en particular, y las definiciones todas en general, es algo bastante atípico y fácilmente malinterpretable.
Para ver de qué se trata, tenemos que empezar hablando un poco del lenguaje. Quizá piensen que se trata de un tema poco relacionado con la cuestión, pero probablemente después de leer las siguientes secciones del artículo cambien de opinión y empiecen a pensar que no está para nada relacionado.
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Hablando se entiende la gente
Cotidianamente usamos el lenguaje como si se tratara de palabras que refieren a cosas. Existe una cosa gato, y yo uso el sonido “gato” que se refiere a dicha cosa.
Académicamente, a esta posición se la denomina teoría de referencia o referencialismo, si estamos entre gente conocida (si no, queda feo). Esto implica que si quiero saber qué significa un término dado, su sentido, debo encontrar su referente: el sentido de la palabra “gato” está en el gato contante y sonante que está ahí durmiendo la siesta mientras lector y escritor maldicen respectivamente la lectura y escritura de este artículo.
Cuando se trata de objetos concretos esta forma de considerar el lenguaje funciona bastante bien. El gato está ahí, lo puedo distinguir bastante bien de la mesa sobre la cual duerme, más o menos la cosa funciona.
Pero esto fue un problema cuando la psicología empezó a desarrollarse como disciplina científica, allá por los finales del siglo XIX.
La naciente disciplina, cargaba con un conjunto bastante grande de términos y conceptos que no eran tan tangibles como un gato: conciencia, emociones, voluntad, impulsos, deseos, recuerdos, etc.
También cargaba con una tradición no sólo muy popular sino también filosóficamente bastante desarrollada denominada dualismo. El dualismo consiste en postular la existencia de dos realidades, una física y una no física. Esta segunda realidad puede ser llamada mental, formal, psíquica, espiritual, etc., pero siempre en el dualismo se trata de una segunda realidad que en principio es inaccesible o conjetural y es distinta de la realidad que experimentamos directamente.
Cuando digo que es conjetural y no directamente accesible, me refiero a que, por ejemplo, nadie puede observar directamente la “motivación” ni la “mente” — sí, ya sé, ya sé, podemos considerarla un constructo hipotético, pero en cualquier caso estamos postulando un ente conjetural que no se encuentra en el ámbito conductual directamente observable. No estoy diciendo que esté bien ni mal (aún), sino meramente describiendo la situación.
La psicología inicialmente fue abordada como la ciencia de esa segunda realidad, la ciencia de la mente o lo psíquico (no hay que buscar demasiado, está ahí mismo en su nombre). La conducta, lo directamente observable en la realidad física, se consideró a lo sumo como un epifenómeno de lo mental y por tanto menos importante como objeto de investigación.
Esto, sin embargo, traería sus propios inconvenientes cuando se trató de hacer que la psicología fuera una disciplina científica. Uno de los principales problemas fue — y sigue siendo — el siguiente: ¿cómo hacemos para definir ese corpus de términos tradicionales que deberíamos estudiar? Digamos, la psicología es la ciencia de la conciencia. Bien. Ahora ¿cómo demonios definimos la conciencia?
Aquí el referencialismo le hecha agua a un bote que está zozobrando. Nos podemos poner más o menos de acuerdo respecto a que el término “gato” denota esa bolita peluda que ahora duerme sobre el sillón, pero si intentamos lo mismo con los términos psicológicos más corrientes se nos cae todo el edificio.
Consideremos el término “emoción”, que utilizamos hasta el hartazgo en psicología. En la década del 80, un relevamiento de las definiciones más usadas en el campo encontró 92 definiciones diferentes del término(Kleinginna & Kleinginna, 1981), que a pesar de los esfuerzos de los autores resultaron imposibles de unificar. Si avanzamos al 2010, Izard realizó un relevamiento a 34 personas destacadas en el campo de investigación en emoción, para encontrarse con que la situación seguía prácticamente igual. Escribe Izard (2010):
“El problema (…) no es que el término emoción no tenga significado. El problema es que emoción tiene muchos sentidos, divergentes y a menudo no especificados. Más aún, hay poco consenso respecto a que alguno de ellos pueda proveer un faro para una comprensión e investigación más profunda.”
Los términos psicológicos tradicionales son fenómenos complejos, en el sentido más fuerte del término; esto es, permiten múltiples niveles de acercamiento e involucran múltiples tipos de factores. Las circunstancias en las cuales alguien puede decir “siento miedo”, son extraordinariamente diversas y con múltiples funciones. El problema es que si queremos investigar propiamente necesitamos definiciones precisas. Por ejemplo, ¿Cómo evalúo si una persona está teniendo una emoción? ¿cómo sé cuándo empieza y cuándo termina? ¿cómo distingo una emoción A de una emoción B? ¿tiene dimensiones una emoción? ¿cuáles son y cómo las distingo? ¿cómo es que una emoción genera una conducta?
¿Cómo hacemos para investigar algo que no es públicamente observable? A menudo las personas tienen dificultades para nombrar incluso sus emociones más intensas, ¿qué chances podemos tener entonces de investigar con precisión lo que están experimentando?
Una alternativa sería entrenar a las personas en que observen con muchísima precisión lo que están experimentando. Eso fue precisamente lo que hicieron los primeros abordajes de psicología experimental, utilizando abordajes introspectivos. No nos referimos aquí a la introspección poética, en donde alguien contempla su vida interna recostado sobre un árbol (si puede encontrar alguno). Esos métodos introspectivos eran rigurosos, los sujetos que participaban en las investigaciones eran previamente entrenados minuciosamente en introspección, realizando hasta 10.000 ensayos de entrenamiento antes de embarcarse en la investigación propiamente dicha (Moore, 2008, p.18). Pero incluso bajo esas condiciones, los resultados eran poco confiables, a menudo contradictorios entre distintas investigaciones y la posibilidad de una unificación y colaboración entre los conocimientos así producidos parecía en extremo remota (op.cit).
El problema aquí no es sólo que los términos psicológicos tradicionales sean complejos y que provengan de contextos culturales específicos (“emoción”, por ejemplo, solo aparece como término psicológico en Occidente a principios del siglo XIX, véase Dixon, 2012), sino que además el dualismo entierra el supuesto referente en una realidad inaccesible. Este combo amenazaba con derribar por knock outa la naciente disciplina si no se encontraba una solución.
Los abordajes psicológicos más ingenuos a este respecto, o quizá los menos interesados en el desarrollo científico de la psicología como disciplina, hicieron de cuenta que este problema no existía o que no se trataba de algo relevante. Especulemos que es gratis. Una emoción es una emoción, un recuerdo es un recuerdo, la angustia es la angustia, un pensamiento es un pensamiento, etc., todos sabemos de qué se trata, teoricemos como si no hubiera un mañana: así, los términos son explicados antes de ser bien definidos.
Conductual, mi querido Watson
Es por esta situación que el conductismo desde su inicio rechazó todo dualismo, todas las explicaciones y definiciones que apelaran a lo mental, actitud que genéricamente denominó mentalismo.
John B. Watson fue la figura que de manera más prominente propuso descartar completamente todo lo que oliese a dualismo y quedarse solo con lo públicamente observable (Watson, 1913), en lo que fue el impulso inicial para lo que denominamos hoy “conductismo clásico”. Si desglosamos un poco este rechazo, nos encontramos con el conductismo critica dos aspectos del mentalismo:
- La postulación de una realidad mental — una segunda realidad, como mencionamos antes.
- La atribución de eficacia causal a una realidad mental — es decir, se arguye que la realidad mental es la verdadera causade la conducta.
Ambos aspectos serán rechazados por el conductismo, pero el segundo punto lo será con particular énfasis.
El rechazo del conductismo clásico al mentalismo contribuyó a despejar un poco el ambiente y a propulsar la investigación en psicología, pero el esquema estímulo-respuesta que propuso, sin embargo, no terminó de dar cuenta de los fenómenos psicológicos más complejos (véase Moore, 2008, p.38). Todavía estaban las experiencias que se suelen denominar pensamientos, emociones, recuerdos, etc., ¿cómo dar cuenta de eso?
A lo largo del desarrollo de la psicología se ensayaron varias soluciones, y si me permiten, hagamos una simplificación brutal y ocupémonos de tres de ellas. Hay muchas, muchas más, pero creo que son las más populares -y en cualquier caso no estoy tratando de hacer de historiador sino de llegar de una vez a la solución de Skinner (falta como medio artículo, paciencia).
Dualismo, with a twist
Una solución fue reintroducir los términos mentalistas en el abordaje conductual. En eso consistieron básicamente los abordajes mediacionales que surgieron en el seno del conductismo, que mientras metodológicamente estudiaban la conducta, propusieron una serie de variables hipotéticas que mediarían entre estímulo y respuesta, constituyendo así un movimiento que recibió diversos nombres: neoconductismo mediacional o conductismo EOR (por “estímulo-organismo-respuesta”). La idea central, con ciertas variaciones, es que entre estímulo y respuesta hay variables organísmicas (O) que “median”. Aparecieron así términos como expectativas, mapas cognitivos, potencial de reacción, respuestas emocionales difusas, etc.
Esa solución es quizá la más conocida y vigente hoy en la psicología mainstream. Mediante la utilización de recursos estadísticos, operacionalizaciones, y recursos epistemológicos -como en su momento fuera el positivismo lógico — se sigue trabajando con un dualismo que podríamos llamar crítico, proponiendo explicaciones mentalistas bajo la forma de constructos simbólicos, variables intervinientes o constructos hipotéticos (véase MacCorquodale & Meehl, 1948).
En palabras de Chiesa:
“Habiendo atravesado sus propios altibajos en el transcurso del siglo, la psicología experimental se ha establecido en una ortodoxia de métodos que abarcan: diseños de grupos; análisis estadísticos (notablemente estadísticos de nivel de confianza) para controlar la variabilidad; generalizaciones estadísticas acerca de los efectos de las variables independientes; un tipo de construcción de teoría que permite que las explicaciones sean dadas en términos de constructos internos que median eventos causalmente relacionados; y el desarrollo de preguntas experimentales vía razonamiento hipotético-deductivo” (Chiesa, 1998, p. 355)
Esta solución sigue siendo considerada como mentalista por el conductismo radical y afines, porque se siguen postulando y explicando términos que pertenecen a una realidad hipotética. Moore señala: “Los conductistas metodológicos tradicionalmente apelan al principio del positivismo lógico de la verificación, o las definiciones operacionales, en un intento de garantizar el sentido empírico de sus empresas. Entonces, afirman que sus palabras, términos y conceptos son legítimos porque pueden desarrollar alguna medida públicamente observable (…) de lo que cuenta y no cuenta como instancia de un término”(Moore, 1989).
Dicho en otras palabras, esta solución sigue recurriendo al consenso para establecer definiciones y operacionalizaciones sobre los términos psicológicos. Pero el consenso no es un argumento científico válido. Por ejemplo, el argumento para afirmar que el cambio climático está sucediendo no es el consenso científico: el argumento científico son los datos meteorológicos, mientras que el consenso científico meramente le proporciona fuerza a dicho argumento.
Entonces, un problema con esta solución es que no resuelve muy bien la cuestión de la definición de los términos. El caso que mencionamos del término “emoción”, con sus decenas de definiciones distintas, es un buen ejemplo de este problema, y eso es a pesar de que se trata de un término usado cotidianamente por la psicología. No sólo es difícil establecer definiciones semánticas sino también definiciones operacionales: un análisis realizado sobre las siete escalas más usadas para medir depresión encontró que prácticamente no coinciden entre sí – por ejemplo, los síntomas que evalúa el inventario de depresión de Beck no coinciden con los que evalúa la escala de Hamilton (Fried, 2016)
Monismo (without any monkeys)
Otra solución ha sido rechazar el dualismo y adherir a un monismo materialista, la idea de que hay una sola realidad, la realidad física.
“Virtualmente cada monista materialista en psicología desde Hobbes al presente ha sido un reduccionista fisiológico; creer que las proposiciones que se refieren a fenómenos privados, encubiertos, mentales, son reducibles a, o traducibles en, proposiciones que emplean sólo términos fisiológicos; mayormente sólo términos neurofisiológicos. La tradición del materialismo psicológico no ha involucrado, por supuesto, la ejecución de dicha reducción sino la confiada predicción de que sucederá y que involucrará el reemplazo del lenguaje molar psicológico con el lenguaje de la (neuro)fisiología molecular.” (Flanagan, 1980).
Es decir, esta solución postula que los fenómenos complejos que señalan los términos psicológicos tradicionales tales como “emoción” deben ser traducidos o explicados en términos de neurofisiología. No es difícil encontrarse afirmaciones como que la adicción es un problema de la dopamina, el amor se explica por la oxitocina, pensar es algo que sucede en el lóbulo frontal, y así.
Si bien esto permite disipar la ambigüedad del dualismo, presenta dos problemas centrales. En primer lugar, la reducción de fenómenos complejos a mecanismos neurofisiológicos involucra una pérdida de información crucial y una descontextualización de los fenómenos. Cuando se afirma, por ejemplo, que la adicción es una enfermedad cerebral, se está perdiendo de vista que es un fenómeno altamente situado, que puede cesar con un mero cambio de contexto o con el paso del tiempo (véase Satel & Lilienfeld, 2013, p. 49 y sigs.).
En segundo lugar, y quizá por el mismo motivo, en muchos casos no se está más cerca de proporcionar definiciones satisfactorias de los términos. Tomemos nuevamente el caso de la emoción, y consideremos las siguientes palabras de una investigadora del campo de las neurociencias:
“En lo que respecta a emociones y el sistema nervioso autónomo, se han realizado cuatro meta-análisis significativos en las últimas dos décadas, el más grande de los cuales abarcó más de 220 estudios de fisiología y casi 22000 sujetos de investigación. Ninguno de estos cuatro meta-análisis encontró una huella consistente y específica de las emociones en el cuerpo (…) Esto no significa que las emociones sean una ilusión ni que las respuestas corporales sean aleatorias. Significa que en diferentes ocasiones, en diferentes contextos, en diferentes estudios, dentro del mismo individuo y a lo largo de varios individuos la misma categoría emocional involucra diferentes respuestas corporales.(…) A pesar de la tremenda inversión de tiempo y dinero, la investigación no ha revelado una huella corporal consistente ni siquiera para una emoción” (Feldman Barrett, 2017, pp. 14-15)
Tampoco hemos encontrado circuitos cerebrales específicos para las emociones — si les viene a la mente el caso de la amígdala y el miedo, tengan en cuenta que el propio LeDoux (quizá el investigador más conocido en dicha área) escribió un artículo titulado: La amígdala NO ES el centro de miedo del cerebro (LeDoux, 2015), que termina con la frase “sospechen de cualquier enunciado que afirme que un área cerebral es un centro responsable para alguna función“.
Por supuesto, no estamos aquí en contra de las neurociencias, de ningún modo, sino que estamos señalando las limitaciones de un abordaje reduccionista de fenómenos complejos.
Monismo (pero otro)
La tercera solución que podemos examinar es la solución propuesta por Skinner, y que es la solución que dará origen al conductismo radical.
La forma en que el conductismo radical lidia con los términos psicológicos fue articulada más o menos claramente por primera vez en 1945. Ya todos saben de qué hablo — no se discute ningún otro tema en los programas de tv: el artículo de Skinner titulado El análisis operacional de los términos psicológicos (Skinner, 1945). Se trata de la transcripción de la participación de Skinner en un simposio sobre operacionalismo.
Ese artículo es la historia de origen del conductismo radical: es la historia de los padres de enviando a su hijo en una nave a la Tierra en donde luego se convertiría en Superman; la historia de los padres de Bruce Wayne siendo asesinados, lo cual eventualmente lo llevaría a ser Batman; la historia del creador del reggaetón sufriendo daño neurológico etcétera.
Si quieren entender la posición del conductismo radical, ese es el artículo que hay que entender, o más bien, las ideas que están en ese artículo, ya que el artículo se vuelve bastante denso y algo contradictorio por momentos (véase por ej. Ribes-Iñesta, 2003, pero también Flanagan, 1980)
Traduzco la sección de ese artículo que me parece más relevante a los fines de lo que estamos revisando (hay una traducción circulando en internet, es útil pero no me parece de lo más fiel con respecto a algunos matices cruciales para nuestra cuestión):
Al lidiar con términos, conceptos, constructos y demás, se gana una ventaja considerable si se los aborda en la forma en que son observados – literalmente, como respuestas verbales. En ese caso no hay peligro en incluir en el concepto aquel aspecto o parte de la naturaleza que incluye. (…). El sentido, los contenidos y las referencias se encuentran entre los determinantes, y no entre las propiedades de la respuesta. La pregunta “¿qué es la longitud?” podría ser satisfactoriamente contestada por medio de listar las circunstancias bajo las cuales la respuesta “longitud” es emitida (o, mejor aún, proporcionando una descripción general de tales circunstancias). Si se revela la existencia de dos conjuntos separados de circunstancias entonces hay dos respuestas que tienen la forma “longitud”, dado que una clase verbal de respuestas no se define por su forma fonética sino por sus relaciones funcionales. Esto es verdadero aún si se halla que los dos conjuntos están íntimamente conectados. Las dos respuestas no están controladas por el mismo estímulo, no importa qué tan claramente se muestre que los diferentes estímulos surgen de la misma “cosa”.
Lo que queremos saber, en el caso de muchos términos psicológicos tradicionales, es, en primer lugar, las condiciones de estímulo específicas bajo las cuales son emitidas (esto corresponde a “encontrar los referentes”), y en segundo lugar (y esto es una pregunta sistemática mucho más importante), por qué cada respuesta está controlada por su condición correspondiente. Esta última no es del todo una pregunta genética. El individuo adquiere el lenguaje de la sociedad, pero la acción reforzante de la comunidad verbal sigue desempeñando un importante papel manteniendo las relaciones específicas entre respuestas y estímulos que son esenciales para el funcionamiento cabal de la conducta verbal. Cómo el lenguaje se adquiere es, por tanto, sólo parte de un problema mucho más amplio” (Skinner, 1945, pp. 271-272)
Si me permiten una sugerencia, vuelvan a leer con detenimiento estos párrafos. En ellos – en el artículo en general, debería decir — está lo radicaldel conductismo radical, y marca un punto de inflexión bastante significativo no sólo respecto a los abordajes conductuales anteriores, sino también con nuestra forma habitual de pensar el funcionamiento del lenguaje.
Lo que Skinner está planteando es que podemos considerar el lenguaje con el cual designamos a los términos psicológicos tradicionales -y esto incluye al lenguaje que usan los científicos- como conducta verbal, es decir, como un fenómeno psicológico.
Desde esta perspectiva establecer el sentido de un término no está en encontrar sus referentes (la cosa a la cual alude), sino en encontrar las circunstancias en que es utilizado. En lugar de intentar definir qué cosa es una emoción, se considera al enunciado “emoción” como una conducta verbal, y se realizan dos preguntas:
- Bajo qué condiciones se emite esa conducta – esto es, bajo qué circunstancias se usa.
- De qué manera esa conducta ha venido a relacionarse con el contexto y con otras respuestas.
Todo el lenguaje (deberíamos decir conducta verbal aquí) es aprendido en la interacción con la comunidad verbal, que discrimina y refuerza el uso de ciertos términos bajo ciertas condiciones, como por ejemplo, refuerza la utilización del término “gato” cuando están presentes determinados estímulos (por ejemplo, los estímulos que surgen de ver al gato, pero también frente a otros estímulos, como los que surgen de una imagen o los sonidos de una pregunta). Si queremos entonces analizar la emisión de la palabra “gato” por parte de un niño, analizaremos la historia de aprendizaje de esa palabra y los contextos actuales que sostienen su emisión.
Y exactamente lo mismo haremos con los términos que se refieren a eventos privados o fenómenos psicológicos complejos: “Para Skinner, el sentido de un término reside en la relación funcional entre su uso y los estímulos que son antecedentes y consecuentes a tal uso. En otras palabras, entender el sentido del enunciado “Estoy ansiosa” requiere el conocimiento del contexto, tanto actual como histórico, que ocasionó tal enunciado”(Friman et al, 1998; véase en ese artículo el análisis conductual que se realiza del término “ansiedad”).
Por ejemplo, establecer el sentido del término “ansiedad” involucra:
- determinar todos los estímulos que han venido a controlar la emisión de tal término; tanto los estímulos externos (la situación), como también el mundo de estímulos privados de la persona (las respuestas fisiológicas y las conductas encubiertas)
- de qué manera se adquirió la emisión de la emisión “siento ansiedad” y de qué manera la comunidad verbal continúa reforzando su uso en las circunstancias particulares en que se utiliza.
El análisis de los términos psicológicos apunta a encontrar las circunstancias de su aprendizaje y emisión, en lugar de encontrar su referente. Es decir, aproximadamente, que el sentido de un término está en su uso. Filosóficamente esta es una posición muy similar a la del Wittgenstein tardío, coincidencia que ha sido señalada varias veces. Como señala Day (1969): “en ambas perspectivas el lenguaje es visto como algo natural, con un énfasis en los efectos de la conducta verbal y en la situación en la cual sucede la conducta verbal”.
De esta manera, el conductismo radical puede abordar los fenómenos privados como fenómenos psicológicos, más no como fenómenos mentales ni tampoco reduciéndolos a fenómenos fisiológicos. Considera que todo es psicológico, es decir, todo es conducta, pero sin recurrir a una dimensión mental. Así, las experiencias privadas pueden ser abordadas, pero no como causas sino que serán también parte de las respuestas a explicar. Digamos, la ansiedad no causa la conducta de evitación, sino que tanto las conductas de evitación, las reacciones fisiológicas, las conductas verbales, y la interacción entre ellas, son resultado de las condiciones contextuales actuales e históricas, y es allí donde se dirigirá la indagación.
Y como un análisis conductual debe especificar siempre las condiciones contextuales actuales e históricas de la conducta, esto implica siempre especificar variables públicamente observables y que son manipulables al menos en principio (el contexto es en principio algo que podemos manipular) -lo cual satisface las metas de predicción y control del análisis de la conducta.
Hay un pasaje de Flanagan que creo es particularmente ilustrativo de lo novedoso de la posición de Skinner:
“Algo que ha obstruido la cabal interpretación filosófica del conductismo de Skinner es que Skinner ha conseguidoser un monista materialista sin ser un reduccionista. Este giro particular y novedoso quizá sea la ventaja más grande del conductismo, pero ciertamente ha contribuido en gran medida a la confusión que estoy tratando de disipar (…) Por ejemplo “pensar” no necesita ser un fenómeno puramente neural, ni siquiera un fenómeno puramente del sistema nervioso central, para ser un fenómeno material. Ese sería meramente un prejuicio de la tradición reduccionista. Y es un prejuicio que Skinner felizmente evita. Cuáles sean las naturalezas moleculares específicas o las localizaciones materiales de los fenómenos conductuales molares es una pregunta importante y abierta; pero una que no necesita ser contestada previamente, salvo de manera general -esto es, tomando una posición materialista”(Flanagan, 1980)
Insisto en esta oración: “Skinner ha conseguido ser un monista materialista sin ser un reduccionista“. Creo que esa oración condensa el corazón mismo de la novedad skinneriana.
Lo que agregaríamos aquí es que también ha conseguido evitar el referencialismo: para el conductismo radical un término no denota una cosa, sino que constituye una conducta, y como tal, situada en un contexto particular. No hay referentes eternos e inmutables, sino conductas verbales situadas en un contexto específico, cuya función puede variar en función de dicho contexto. El significado es contextual.
Una afirmación tal como “la ansiedad es una respuesta fisiológica que consiste en tal y tal cambio del cuerpo” desde este punto de vista es como mínimo incompleta (en tanto no abarca los determinantes contextuales), y como máximo, inconsistente (en tanto adopta un punto de vista referencial y reduccionista). Esto no significa que se prohíba usar esa oración, por supuesto. El lenguaje corriente está repleto de términos mentalistas y metafóricos, y no solo no suele ser un obstáculo sino que generalmente resulta útil para los fines cotidianos -pero es que incluso un físico puede decir algo como “qué pesada es esta valija“, aun cuando se trate de un uso incorrecto del término peso. El problema surge si pretendemos llevar esa forma de hablar, metafórica e imprecisa, a un ámbito que requiere mayor precisión, como el científico.
Cerrando
La novedosa solución skinneriana le ha permitido al conductismo radical abordar todo tipo de fenómenos complejos, tales como emoción (Friman et al., 1998), memoria (Delaney & Austin, 1998), estética(Palmer, 2018), intimidad (Cordova & Scott, 2001), entre otros, evitando con bastante eficacia la formulación de entidades hipotéticas.
Pero, por otra parte, también le ha permitido ser espléndidamente mal comprendido. Como ejemplo podemos citar a Mario Bunge afirmando que el conductismo “deja de lado fenómenos no conductuales como la emoción, la imaginación, y la conciencia” (…) “se interesa exclusivamente de la conducta y se desentiende por completo de la mente” (Bunge & Ardila, 2002, p.63). Se lo asocia erróneamente con el positivismo lógico y con el materialismo reduccionista, porque camina en una dirección que parece consistente con esas posiciones, aunque en realidad sea un camino muy propio.
Por eso creo que es relevante interesarse por la filosofía del conductismo (lo cual es casi una tautología, ya que el conductismo es una filosofía), y por eso hemos dedicado estas miles de líneas al tema.
Referencias
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