Hoy me encontré este artículo de The New York Times que expone casos de mala praxis en terapia, desde comportamientos inusuales hasta violaciones éticas. Algunos pacientes relatan experiencias preocupantes, como una terapeuta que usaba una bicicleta estática durante la sesión, otro que agitaba una maraca en la cara de su cliente, y un psiquiatra que envió mensajes inapropiados a su paciente. También se reportan terapeutas que se quedaban dormidos, llegaban tarde, mostraban falta de interés o utilizaban procedimientos inapropiados para las necesidades de los pacientes.
La terapia debe ser un espacio seguro y de confianza, donde el paciente pueda sentirse validado y comprendido. Leer estos testimonios es alarmante, porque muestran cómo la falta de profesionalismo—y en algunos casos, el abuso directo—puede hacer que la terapia, en lugar de sanar, se convierta en una experiencia dañina. Es cierto que los terapeutas son humanos y pueden cometer errores, pero cuando la falta de ética es sistemática o se cruzan límites fundamentales, es responsabilidad del paciente priorizar su bienestar y buscar ayuda en otro lugar. Nadie debería tolerar una terapia que genere más daño que alivio. Y nadie que ejerza esta profesión debería olvidar que la confianza del paciente es un privilegio, no un derecho garantizado.