Creo que tener mal a un ser querido es una de las peores experiencias posibles. Verle destrozado, roto por la preocupación, el miedo o el dolor arrasa con uno por dentro. Sentimos, o más bien decidimos, que su dolor es el nuestro porque nos importa, porque le queremos, y eso nos mueve a intentar ayudarlo, a querer hacer lo que esté en nuestra mano por calmarlo, y, sobre todo, por intentar solucionar su problema.
El problema es que muchas veces es esa angustia que sentimos al ver sufrir a un ser querido lo que nos lleva a hacerlo de forma brusca, y sobre todo, tratando de “zanjar” el asunto cuanto antes: darle una solución y animarlo. Esas prisas (aunque evidencian lo mucho que nos importa la persona y nos conmueve su dolor) conllevan una serie de problemas y errores frecuentes que voy a intentar desgranar es este texto.
En primer lugar y como regla fundamental, no critiques ni juzgues a la persona que está mal, por mucho que su malestar provenga de sus propias acciones o actitud al encararlo. Básicamente porque si está jodido, que le metas los dedos en las heridas no le va a ayudar, más bien lo contrario, y, a la postre, si se siente atacado se cerrará en banda y no escuchará nada de lo que le digas, por mucho que sean verdades como puños. Piensa en un niño llorando, angustiado y lleno de dolor y rabia, ¿crees que en ese estado emocional va a entender nada de lo que le digas? Primero necesita consuelo, y, una vez se calma, puede tener apertura mental para otras cosas.
Si los problemas son fruto de su comportamiento, muestra interés y ayúdale a entender por qué lo está haciendo mal y se sabotea, preguntas del tipo “¿qué es lo que te lleva a actuar así? ¿de qué tratas de protegerte con eso?” son frecuentes en las terapias porque son tremendamente clarividentes. Muchas veces hacemos las cosas mal y no las podemos cambiar porque no entendemos por qué funcionamos así.
Como segunda idea, céntrate en la persona más que en el problema en sí. Por un lado, porque muchas veces te vendrán con un problema sin solución (“mi madre ha muerto”) o que tiene una solución que no depende al 100% ni de ti ni de él (“estoy en el paro”). Con frecuencia, como vemos mal a un ser querido nos centramos en el problema, ya que es algo más “neutro” y que cuesta menor mirar que el dolor, pero cuando las personas tienen un problema, en el fondo tienen dos: el problema en sí y cómo se sienten con el problema propiamente dicho.
Normalmente las personas se sienten furiosas consigo mismas, tristes por lo que ocurre, asustadas o vulnerables por el problema, ya sea porque es algo que va inherente en el problema en si (como cuando cierra la empresa en la que trabajamos), porque toca algo de ellos, como por ejemplo tienen poca autoestima y todo lo atribuyen a que son tontos, o porque para manejar su dolor entran en esos estados mentales de preocupación o culpa. En ese segundo problema (el cómo se sienten con ello) siempre puedes hacer algo, porque no es lo mismo estar triste porque te ha dejado tu novia y sentirte solo, que estar triste porque te ha dejado tu novia, pero sentirte acompañado por tu amigo. Muchas veces, al centrarte en el problema, dejas a la persona sola (no le preguntas por cómo está, no le das cariño, ya que sólo hablas de “cómo solucionarlo” o de lo que ha pasado).
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No le pidas que sea optimista o mire el lado bueno de nada, la persona está mal, está con su dolor, la vida le ha dado un buen golpe y tiene derecho a estar así (de hecho, estará así hasta que alguien le de consuelo) ya sea él mismo, pero también, y eso sí que es una ayuda eficaz, puedes ser tú. Antes de hacer algo y librar una batalla necesitamos reponernos del golpe y curar las heridas (aunque sólo sea parcialmente) y tenemos derecho a gritar o llorar de dolor un momento. El mal llamado “pensamiento positivo” está privando a la gente del derecho a lo que es la respuesta natural, cuando algo te duele, estás triste. Sería incongruente y profundamente deshonesto que no fuese así. No culpabilicemos a la gente por estar mal cuando algo le duele y la vida le golpea. Además, que no mirar el problema y ver “el lado bueno” no le va a ayudar a solucionar el problema ni a asumir su difícil y no querida situación actual. Y para salir de algo, primero tienes que aceptarlo y eso sólo se hace mirándolo y llorando.
Tampoco le digas a la persona “que pase” del problema o que no es tan importante, si su cabeza va a ese tema una y otra vez, es porque ese tema tiene algo por resolver y no necesita evitarlo, sino responsabilizarse y afrontarlo. Además de que psicológicamente no es posible, estamos diseñados para que nuestra atención se focalice en ello.
Quédate a su lado y ofrece un hombro sobre el que llorar, muéstrale que te conmueve y te importa. Normalmente, necesitamos más un bastón en el que apoyarnos que un consejero.
Artículo publicado en el blog de Buenaventura del Charco Olea y cedido para su republicación en Psyciencia.