Aprendí a jugar ajedrez recién a mis 28 años, cuando tuve la bendición ser entrenado por excelentes maestros ajedrecistas: dos niños de 8 y 12 años de edad con autismo, que me enseñaron con excesiva paciencia los pasos y jugadas claves de este complicado y apasionante juego. Las partidas las organizábamos por separado después de las sesiones terapéuticas en la clínica donde trabajaba. Nunca les pude ganar, eran muy buenos y yo muy malo, pero durante esos momentos creamos profundos lazos de confianza, de camaradería, de estrategia, paciencia, cuidado por el otro (cuidaban que no cometiera jugadas erradas), atención, desafío y cordialidad, que fortalecieron la relación terapéutica entre esos niños y yo.
Mi experiencia con el ajedrez y los niños de la clínica despertó mi interés por el artículo que la psicóloga María Alejandra Muñoz escribió para el portal Psicocode sobre los beneficios que ofrece el ajedrez en el desarrollo intelectual:
” (…) hablar de ajedrez hablar de mente, de procesos cognitivos, de inteligencia emocional, de personalidad, de estilo, de conducta no verbal, en fin, es necesario hablar de psicología.
La lucha ante el tablero de ajedrez pone en competencia a dos mentes, por lo que acorde a la psicología, es uno de los deportes que exige un mayor nivel de concentración y de dominio de emociones.
Siendo el cerebro un músculo, el ajedrez podría ser considerado como el gimnasio del mismo.
Al ser cada partida de ajedrez distinta a cualquier otra, este deporte representa el enigma de diversas acciones y circunstancias de la vida, desarrollando determinados procesos intelectuales entre sus jugadores. Investigaciones como la efectuada por Krogius (1972), señalan que procesos intelectuales como atención, memoria, concentración, creatividad y razonamiento, entre otros, se ven estimulados y potenciados por la práctica de dicha disciplina.
Siendo el cerebro un músculo, el ajedrez podría ser considerado como el gimnasio del mismo.
Al ser cada partida de ajedrez distinta a cualquier otra, este deporte representa el enigma de diversas acciones y circunstancias de la vida, desarrollando determinados procesos intelectuales entre sus jugadores. Investigaciones como la efectuada por Krogius (1972), señalan que procesos intelectuales como atención, memoria, concentración, creatividad y razonamiento, entre otros, se ven estimulados y potenciados por la práctica de dicha disciplina.”
Yo añadiría que no sólo intelectuales sino también sociales y emocionales. Durante las partidas de ajedrez con los niños con autismo, pudimos practicar la paciencia, la cordialidad, el respeto por el otro jugador, la camaradería. Los padres usualmente sólo piensan en los deportes físicos como el fútbol, baloncesto o fútbol americano, pero el ajedrez puede ser una muy buena alternativa para aquellos niños que no tienen interés por esos deportes físicos y que necesitan de mayor interacción social.