Hoy, siguiendo con la serie “el conductismo es cool”, vamos a explorar una aplicación poco conocida del conductismo: Farmacología conductual.
En un artículo previo estuvimos hablando de los principios conductuales aplicados a los videojuegos y mencionamos de pasada el concepto de “programas de reforzamiento”, que básicamente se refiere a las condiciones bajo las cuales un refuerzo es administrado.
Clasificamos los programas de reforzamiento en “programas de razón“, en los cuales el refuerzo se obtiene según la tasa de respuestas (como por ejemplo, recibir una paga luego de pintar 40 metros de pared), o programas de intervalo, en los cuales el refuerzo se obtiene luego de un determinado lapso de tiempo (por ejemplo, recibir la paga una vez por día), y mencionamos que los programas de refuerzo tienen una profunda influencia en la frecuencia y otras propiedades de una conducta.
Hoy vamos a cavar un poco más profundo para ver el efecto que los programas de refuerzo pueden tener sobre un tema más sensible que los videojuegos: el efecto de los psicofármacos.
La investigación en psicofármacos generalmente sólo considera las propiedades bioquímicas de las drogas: qué neurotransmisor afecta, de qué manera, en qué área cerebral, etc., pero rara vez considera el contexto en que las drogas son administradas. Cotidianamente, consideramos que un sedante es un sedante y un estimulante es un estimulante. No tenemos en cuenta qué efecto tiene la historia de aprendizaje y el contexto de quien consume esas drogas, porque un sedante es un sedante. Punto.
Pero… hay más para contar en esta historia, hay preguntas muy interesantes para hacer. Y por suerte para nosotros (no sea que nos toque investigar), algunas preguntas así ya fueron formuladas hace bastante tiempo: ¿qué efecto tienen el ambiente y la historia de aprendizaje en el efecto de las drogas psicoactivas? Para responder a eso, citaremos a Batman: “pronto Robin, al laboratorio”.
Palomas, maíz y pentobarbital
Como decíamos recién, la investigación conductual en esta área (denominada Farmacología Conductual), tiene ya medio siglo de antigüedad. Veamos algunas de las investigaciones. Tengan paciencia, que el camino es arduo pero entretenido.
En 1955 Dews entrenó a varias palomas para que picotearan una tecla bajo una tasa fija o bien bajo un intervalo fijo de presentación de comida. Es decir, entrenó a las mismas palomas para que picotearan una tecla en dos situaciones distintas: en la primera condición de investigación, de tasa fija, las palomas recibían comida luego de picotear 50 veces una tecla (tenían que ganarse el pan a picotazos, dicho de otro modo); en el segundo caso, el de intervalo fijo, las palomas recibían comida cada 15 minutos, sin importar cuánto picotearan. (si quieren ver un ejemplo estándar de cómo funciona una cámara de condicionamiento operante, pueden ver este video).
La siguiente fase del experimento consistió en administrar pentobarbital a las palomas, un barbitúrico que hace algunos años se utilizaba como sedante. Las palomas que recibían comida cada cierto intervalo fijo de tiempo mostraron una disminución en el picoteo, redujeron su cantidad de respuestas. Esto es perfectamente esperable, si a ustedes les administraran pentobarbital intramuscular probablemente también perderían por completo las ganas de picotear (no lo intenten en casa). Pero lo asombroso del experimento es lo que sucedió con las palomas bajo un programa de tasa fija, las que tenían que picotear para recibir comida: la tasa de picoteos aumentó.
Permítanme que lo repita y traten de estar sentados mientras leen lo siguiente: al recibir un sedante (tan potente que se solía usar como sedante preoperatorio), esas palomas aumentaron su nivel de actividad. Dicho de otro modo, la misma droga funcionó como un sedante o como un estimulante según el tipo de programa de refuerzo que se utilizara.
Un dato adicional: Dews no observó ningún cambio conductual dependiente de la dosis recibida, los efectos descriptos fueron los mismos con una dosis de 1 mg o una de 2 mg (si bien suponemos que al llegar al kilo y medio de pentobarbital tanto las palomas como Dews hubieran recibido un knock out técnico).
Añadiendo a esto, Marc Branch , un investigador en este campo, relata que suele realizar demostraciones en las cuales dos palomas son entrenadas en una jaula en la cual reciben refuerzo según el número de picoteos en un disco. Se administra pentobarbital a ambas palomas, con el efecto inmediato de que ambas se adormecen; sin embargo, al poner a una de ellas en la jaula en la cual había recibido refuerzos según el número de picoteos, su tasa de picoteos aumenta luego de recibir el pentobarbital. Al sacarla de allí, vuelve a adormecerse; luego se repite lo mismo con la otra paloma, con idénticos resultados: al ponerla en la caja aumenta su tasa de respuestas.
Si nos detenemos en esto unos segundos, resulta fascinante. Son las mismas palomas, en jaulas que son muy parecidas (una es una jaula estándar, la otra es la jaula con el mecanismo que entrega comida al ser picoteado), a sólo unos centímetros de distancia una de otra, palomas que han tenido la misma historia de aprendizaje y a las cuales se les administra la misma dosis de la misma droga. Y basta con cambiarlas de jaula para que el efecto del pentobarbital pase de inhibitorio a excitatorio.
¿Todavía siguen pensando que un sedante es siempre un sedante?
Citando a Branch (1984) :
“El trabajo de Dews (…) indicó que las variables ambientales pueden modificar la manera en que las drogas influyen sobre actividades que son topográfica o funcionalmente similares”
Esas variables ambientales se pueden describir utilizando varios principios conductuales. Luego de la investigación de Dews, investigaciones similares se dedicaron a los efectos que otras variables ambientales tenían sobre la administración de psicofármacos, tales como el tipo de estímulo discriminativo (e.g., Laties & Weiss, 1966), la historia de entrenamiento (Terrace, 1963), o la presencia o ausencia de castigo (Geller & Seifter, 1960; Morse, 1964)
Por ejemplo, McKearney (1974), demostró que la morfina producía incrementos en las respuestas que recibían la presentación de una descarga eléctrica cada 5 minutos (intervalo fijo), mientras que disminuía las respuestas que recibían la presentación de comida cada 5 minutos. Es decir, la morfina aumentó las respuestas bajo control aversivo pero disminuyó las respuestas bajo control apetitivo (nota: “aversivo” y “apetitivo” son formas de hablar respecto a la función que tienen ciertos estímulos: un estímulo “aversivo” es uno “desagradable” al cual el organismo busca ponerle fin, como por ejemplo, encontrarse ciertos programas de televisión que se emiten por las noches, mientras que “apetitivo” es un estímulo “placentero” que generalmente buscaremos… como ciertos programas de televisión que se emiten por las noches)
Los efectos del ambiente en el efecto de los psicofármacos pueden ser extraordinariamente complejos y sutiles. Byrd (1974), entrenó chimpancés para que oprimieran una tecla bajo dos programas de refuerzo distintos: uno en el cual se presentaba comida luego de presionar la tecla 30 veces y otros en el cual se presentaba comida cada 30 minutos. Pero Byrd introdujo un factor más: en una condición de investigación, cada vez que se presionaba una tecla, se escuchaba un “click” audible, mientras que en la otra condición de investigación no se emitía sonido alguno al presionar las teclas. Es decir, en una condición había un “feedback” auditivo (como el “bip” que se escucha al presionar las teclas en una pantalla táctil de celular). Luego de la fase inicial se administró clorpromazina (un tranquilizante). La clorpromazina aumentó la tasa de respuestas bajo el intervalo fijo (recibir comida cada 30 minutos), pero no la tasa de respuestas bajo la tasa fija (presionar la tecla 30 veces). Y aquí viene lo curioso: la adición del “feedback” audible potenció el aumento de respuestas en el programa de intervalo fijo, pero no en el programa de tasa fija. (eso sí, todavía no hay investigaciones respecto a si la administración de clorpromazina hace que las personas puedan soltar durante diez minutos su celular).
Conclusión
Ante todo, si han llegado hasta aquí, mis más sinceras felicitaciones. O mis condolencias. El tema es arduo, los conceptos expuestos son poco conocidos y, honestamente, muy poco sexies en lo que a denominaciones concierne (convengamos que “programa de refuerzo” no es un término muy “pop” que digamos). Ese es el asunto con el conductismo: los conceptos son engañosamente simples, y las conceptualizaciones parecen aburridas al principio, pero a la primera de cambio terminamos lidiando con construcciones de muy alta complejidad. El análisis experimental de la conducta proporciona una serie de conceptos increíblemente útiles: los estímulos discriminativos en juego, los programas de refuerzo, si la conducta está bajo control aversivo o apetitivo, etc. Hasta donde sabemos, y como veíamos en las investigaciones con las palomas, esas variables pueden tener una enorme y decisiva relevancia en el efecto que una droga tiene sobre un ser vivo.
Ahora bien, ¿cuál es la relevancia de todo esto para nosotros? Para empezar, es un hecho que el consumo de psicofármacos está en aumento. El clonazepam, por ejemplo, es ampliamente conocido y sobremedicado, y el repertorio de psicofármacos disponibles crece cada día.
Por un lado, los psicofármacos son una ayuda inestimable en los tratamientos de ciertos trastornos, y eso es innegable. El problema es que prácticamente toda la investigación en esa área se centra solamente en las propiedades químicas de las drogas, en el efecto que pueden tener, pero casi nunca se considera el rol del ambiente y la historia de aprendizaje de quien consume un psicofármaco. La Farmacología Conductual se ha estado ocupando de esto desde las primeras investigaciones de Dews, pero ha sido eclipsada por la investigación puramente bioquímica de los psicofármacos. Y esa es la otra cara de la moneda: las propiedades químicas de los psicofármacos no son suficientes para explicar los efectos que generan. Lo que sugieren las investigaciones conductuales hasta ahora, es que los efectos de un psicofármaco van a estar fuertemente influenciados por el ambiente. Si ignoramos eso, lo que tenemos son datos parciales, insuficientes. Tenemos mala investigación, vamos.
Las propiedades químicas de los psicofármacos no son suficientes para explicar los efectos que generan
Por ejemplo, a menudo se observan reacciones paradójicas frente a los psicofármacos en los seres humanos, en donde al administrar un sedante (un barbitúrico, por ejemplo), se genera un efecto excitatorio. Es posible que las reacciones paradójicas de los medicamentos que a veces se observan en la clínica puedan ser parcialmente explicadas por los mismos fenómenos aquí descriptos. Lo que nos sugieren estas investigaciones es no sólo que los psicofármacos tienen efectos distintos en cada persona, cosa que ya sabemos, sino que además, es posible esperar, para la misma persona, distintos efectos en distintos momentos, según el ambiente (los estímulos discriminativos, el refuerzo o castigo, el programa de refuerzo, etc.)
El punto es, si queremos tener una comprensión más profunda de cómo actúan los psicofármacos, es necesario ampliar nuestra mirada. Abarcar el individuo, su contexto y las interacciones entre ambos. Los principios están allí, las investigaciones están allí, necesitamos pasar la antorcha.
Pero hay implicaciones más serias de estos principios. Consideremos el caso del abuso de sustancias, en particular el abuso de heroína. Las personas que consumen heroína suelen desarrollar tolerancia a la droga, es decir, a medida que consumen, cada vez necesitan mayores cantidades de droga para obtener el mismo efecto. Ahora bien, las sobredosis suelen ocurrir al consumir en circunstancias en las cuales no se había consumido previamente. Es decir, las investigaciones sugieren que la tolerancia está también ligada al contexto , con lo cual, cuando una persona que consume cierta cantidad de heroína, cantidad a la cual está habituada, consume en un lugar nuevo la misma dosis, puede ocurrir una sobredosis porque no hay tolerancia desarrollada en ese contexto. Y como todo lo que hemos visto en este artículo, es cuanto menos, intrigante: es el mismo cerebro, la misma persona, la misma cantidad de droga, pero basta con cambiar el ambiente para que esa misma dosis, en ese mismo cerebro, resulte en una sobredosis.
En el artículo previo, veíamos cómo los programas de refuerzo pueden dar cuenta de cómo nos enganchamos a los videojuegos. En este artículo repasamos cómo los mismos principios pueden servir para profundizar nuestro conocimiento de las complejas interacciones entre psicofármacos, conducta y ambiente, para hacer mejores preguntas, para conocer un poco más acerca de cómo el mundo nos marca.
Una nota importante: todos estos datos que vimos no significan que los psicofármacos no funcionen. Si estás tomando alguna medicación, no la discontinúes sin consultar con tu psiquiatra. Estas investigaciones apuntan sólo a que hay más en juego que el efecto puramente bioquímico de los psicofármacos, no que éstos no sean útiles..
Imagen: DevianArt