De tanto en tanto alguna expresión o término relacionado con la psicología se instala brevemente en el centro del clima cultural durante un tiempo, gozando de un cierto auge para luego pasar a un segundo plano o incluso caer en gracia. Algunas de esas expresiones pueden resultar útiles, condensando y simplificando temas complejos, pero algunas son directamente nefastas.
Para peor, algunas de ellas son adoptadas y repetidas por profesionales de la psicología, lo cual les da un aire de legitimidad que las vuelve aún más dañinas. Hay una en particular que cada vez que escucho me genera un leve tic nervioso en el ojo izquierdo, y sobre ella querría hablar hoy: el autosabotaje o autoboicot.
Oh, sí. Hablemos del condenado autosabotaje.
De términos y conceptos
En caso de que hayan vivido en un frasco durante la última década, estamos hablando de la idea de que una persona puede intencionalmente actuar de manera tal de hacer fracasar los propios planes o proyectos. Hay varios motivos por los cuales esos términos resultan nefastos –si no tienen nada mejor que hacer, permítanme que enumere algunos de ellos.
Empecemos por uno de los aspectos que más me molesta de la cuestión, porque sugiere que quienes han acuñado el término han tenido alguna suerte de carencia terminológica: boicot es un término muy específico que se refiere al cese de relaciones comerciales con una persona u organización (más precisamente, Boycott es el apellido de una persona que resultó un caso emblemático de esta práctica). En otras palabras, boicotear consiste en dejar de comprar los productos o servicios de una persona o de una organización, pero no en estropear u obstaculizar su funcionamiento de ninguna manera. Hablar de un autoboicot sería entonces… ¿interrumpir las relaciones comerciales con uno mismo? ¿dejar de comprarse cosas a uno mismo? ¿cerrar su autocuentacorriente?
Sabotaje, en cambio, significa intencionalmente estropear o dañar una actividad o instalación o de impedir su funcionamiento. Originalmente el término se utilizó para designar a una forma de protesta laboral, y luego se generalizó a actividades por fuera del campo laboral, al punto que hoy es un término más frecuente en el ámbito militar que en el laboral. Entonces, si estamos hablando de obstaculizar o estropear proyectos y planes propios, hablar de autoboicot no tiene pies ni cabeza, pero autosabotaje sería un término más adecuado. Pero más allá de qué término utilicemos, el concepto en sí es una bazofia.
Autosabotaje, tengamos en mente, implica que la persona está estropeando deliberadamente sus propios planes u objetivos. No es una descripción, sino que es una interpretación de un evento: vemos a alguien que, por ejemplo, procrastina en lugar de sentarse a estudiar, o que intentando dejar el alcohol tiene una sobreingesta, o cualquier otro tipo de plan que male sal, y entonces se explica el evento diciendo que la persona se está autosaboteando.
El concepto involucra un aspecto crucial. En particular, requiere que la intencionalidad de ese supuesto autosabotaje sea inconciente. Esto es indispensable para el concepto porque, claro está, por lo general nadie tiene la intención explícita de que sus proyectos o planes fracasen, nadie dice “quiero que mi tienda de accesorios para bigotes fracase estrepitosamente”. De manera que, si el supuesto autosaboteado protesta diciendo que su intención es que a su tienda de accesorios para bigotes le vaya bien, el explicador puede decirle que en realidad es una intención inconciente. Ya saben, el inconciente, ese señor que vive adentro de uno y hace las cosas. Esa intención que se puede aducir recurriendo selectivamente a indicios que parezcan dar la razón, y omitiendo otros que resulten inconvenientes.
Decir que la intención es inconciente es la palabra mágica para que esa interpretación sea imposible de negar. Si digo que intencionalmente me estoy perjudicando, entonces el explicador tiene razón; si digo que no he tenido tal intención, el explicador puede aducir que en realidad tal intención fue inconciente, y que mi opinión no importa, ya que quien realmente sabe cómo son las cosas es el explicador. Es el mismo esquema interpretativo que se utiliza para explicar que algo fue voluntad de algún dios: dado que la divinidad, al igual que el inconciente, no está disponible para opinar al respecto, le podemos hacer decir y desear cualquier cosa. Es una forma de decir algo y lavarse las manos.
Entonces, se trata de interpretar a todo resultado negativo como si hubiese sido secretamente deseado. Ese esquema interpretativo puede ser aplicado a cualquier tipo de desenlace. ¿Perdimos un partido de fútbol? Es que inconcientemente queríamos perderlo. ¿Perdimos la llave de casa? Es que queríamos perderla ¿Nos dio un cáncer? Es que inconcientemente queríamos tenerlo. ¿Tropezamos? Es que queríamos tropezar ¿Disminuyó el poder adquisitivo de nuestro salario? Es que inconcientemente queríamos que disminuyera.
Obstáculos y objeciones
El concepto de autosabotaje, claro está, es una falacia, una pseudoexplicación en la cual se confunde el ponerle un nombre a algo con explicarlo. Siempre es una buena práctica plantear esta pregunta: ¿bajo qué condiciones podríamos decir que la interpretación de autosabotaje para un determinado evento es errónea? ¿Qué tipo de información sería necesaria para que el explicador dijese algo como “ah, mala mía, he razonado fuera del recipiente”? Si no hay nada que pueda contradecir a una interpretación, entonces no estamos lidiando con una explicación, sino con un dogma.
Pero, más allá de sus fallas lógicas, el concepto me parece problemático porque es poco compasivo y es poco útil. Ambas objeciones están cercanamente relacionadas. El término resulta una forma velada de culpabilizar a una persona: le fue mal porque en el fondo quería que le fuera mal (como mencioné, si la persona dice que quería que le fuera bien, se la puede refutar con el sencillo procedimiento de decir que era inconciente). Es la versión soft de culpar a la víctima: si te pasó algo, es porque inconcientemente querías que te pasara (con la misma impunidad podríamos decir que hablar de autosabotaje es inconcientemente un autosabotaje en el cual se utiliza un concepto inútil para no resolver nada).
Pero un aspecto mucho, mucho más serio, es que explicar un problema partiendo de hipotéticas motivaciones pasa por alto las circunstancias modificables de las cuales el problema es función. Interpretar que, por ejemplo, la procrastinación de estudiar para un examen se debe a un autosabotaje inconciente, impide considerar otros posibles escenarios: quizá hubo obstáculos externos, quizá hubo un mal manejo del tiempo o pobre planificación, quizá faltaron habilidades para lidiar con aspectos clave de la situación, tales como creencias o emociones difíciles.
El problema, en última instancia, es que interpretar de esta manera es dejar de escuchar, tanto a la persona como a sus circunstancias. Interpretar de esta manera es imponer un sentido global a lo observado más allá de sus particularidades. Es una opinión disfrazada de descripción.
En todos los años que llevo de clínica, jamás he visto a una persona que se autosaboteara. He visto, eso sí, a personas haciendo cosas contraproducentes respecto a sus objetivos o valores importantes, pero sin excepción, lo que hemos encontrado cada vez han sido dificultades lidiando con emociones o pensamientos, soluciones fallidas, factores contextuales o interpersonales problemáticos. Personas procrastinando como forma de evitar la ansiedad que algo genera; relaciones interpersonales fallidas por intentar seguir reglas contraproducentes; proyectos descuidados por pobres habilidades de gestión del tiempo. Cada vez, se ha tratado de personas haciendo lo mejor que podían con las herramientas de las que disponían, personas con miedo, con vergüenza, con su historia a cuestas.
Por supuesto, me podrán decir que en realidad el autosaboteo es una forma de referirse a la evitación de malestar, o a algún otro factor concreto. Perfecto, pero si es ese el caso, el concepto es innecesario: pueden ahorrarse el concepto intermedio de autosabotaje y sus connotaciones condenatorias, y pasar directamente a las circunstancias y conductas particulares de las cuales depende el problema en cuestión.
El problema principal de las pseudoexplicaciones es que detienen el análisis, detienen la curiosidad, detienen la escucha. Nos inventamos una explicación, la blindamos de todo contraargumento, y dejamos de explorar, dejamos de buscar activamente de qué manera podríamos estar equivocándonos.