Un artículo presentado por la revista Time apunta cuatro estudios nuevos que toman la genética del autismo, encontrando nuevas pruebas de que los padres de edad avanzada corren un mayor riesgo de tener un hijo autista y sugieren que, en general, las raíces genéticas de la enfermedad son increíblemente complejas.
Tres de los estudios, que fueron publicados en la revista Nature, se enfocaron en las nuevas mutaciones genéticas, que no se heredan sino que ocurren espontáneamente en torno a la concepción de los niños autistas sin que sus hermanos se vean afectados. Los investigadores compararon a estos niños entre sí y en algunos casos también a sus padres, y encontraron cambios en seis genes candidatos, tres de los cuales no habían sido previamente asociados con el autismo.
“El descubrimiento básico es que las nuevas mutaciones presentes en las células sexuales conllevan un riesgo importante para el autismo”, dice el Dr. Matthew State, profesor de psiquiatría en la Universidad de Yale, quien dirigió uno de los estudios.
El estudio que dirigió State encontró que el 15% de los casos de autismo en familias que no tienen otro niño autista estaban vinculados con las nuevas mutaciones, ya sea en el espermatozoide o el óvulo que se unieron durante la concepción. Los tres estudios en general confirman investigaciones anteriores que sugieren que los espermatozoides de padres de edad avanzadas son más propensos a llevar a estas mutaciones. En un estudio, investigadores de la Universidad de Washington en Seattle encontraron que las mutaciones tenían cuatro veces más probabilidades de ocurrir en los padres que en las madres, y el riesgo para los hombres comienza a aumentar a los 35 años de edad.
Eso puede ser porque los hombres son mayores, cuanto más tiempo sus células creadoras de espermatozoides tienen copiándose a sí mismas, y cada vez que una célula es copiada, existe la posibilidad de que una mutación se produzca. Estudios previos han encontrado que los hombres mayores de 50 años tienen el doble de riesgo de tener un niño con autismo, a comparación de aquellos menores de 30 años, y la probabilidad se incrementa cuatro veces más para las personas mayores de 55 años.
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En otro de los estudios de la revista Nature, investigadores de Harvard encontraron que las nuevas mutaciones fueron ligeramente superiores en personas con autismo que en la población en general. Los hallazgos podrían ayudar a explicar el reciente aumento en el autismo – un estudio reciente del gobierno estadounidense fijó la tasa de autismo en 1 de cada 88 niños en Estados Unidos – que se ha producido demasiado rápido como para ser explicado por la propagación de los genes hereditarios. Mientras que más de la mitad del riesgo de autismo se cree que es heredado – estudios encuentran, por ejemplo, que del 60% al 90% de los gemelos que son autistas, lo son a veces en diferentes grados – en al menos 70% de los casos de autismo, hay causas genéticas subyacentes que no pueden ser identificadas.
Los investigadores se centraron en las mutaciones que eran más propensas a interferir con la función de los genes – no las que la mayoría de las personas adquieren, pero que son inofensivos – reduciendo de ese modo sus investigaciones a aquellas mutaciones que pueden ocurrir sólo en personas autistas. Luego, estrecharon aún más la investigación enfocándose en los genes que tenían al menos dos de estas mutaciones. Las probabilidades de que dos o más mutaciones que causan serios problemas con el ‘elaborador de proteínas’ en el mismo gen también se produzcan por casualidad en el autismo, son infinitesimales.
“Estos son como los rayos en el genoma”, dice State, señalando que las técnicas utilizadas por los investigadores para encontrarlos, debería permitirles llegar al punto de partida de los genes que son realmente importantes en el trastorno. “Estamos en condiciones de determinar cuál debe ser el umbral para denominar a algo como gen del autismo”.
“Ahora tenemos un verdadero camino por delante”, dice State, explicando que “a medida que uno empieza a acumular estos genes individuales que sabe que están relacionados, se empieza a abrir la puerta a la comprensión de la biología.” Una vez conocido el gen, se puede examinar la proteína que elabora. Entonces, incluso en personas que no tienen el gen dañado, añadir aquella proteína podría ayudar porque un déficit en esta proteína podría resultar en un nuevo camino hacia el autismo.
Sin embargo, a pesar de que algunos de los genes recientemente descubiertos pueden ser responsables de una gran parte del riesgo de autismo en ciertas personas, en general cada uno tiene sólo una pequeña influencia sobre si se desarrollará o no el autismo. State estima sobre los nuevos datos que de 500 a 1.000 genes pueden ser asociados con el autismo y que cada uno va a representar el 1% o menos del riesgo en la población.
El cuarto estudio, publicado en Science Translational Medicine, complica las cosas aún más:
Se encontró que los cambios en un gen que no codifica para la proteína también puede aumentar el riesgo de autismo. Los investigadores descubrieron que un gen no codificante denominado MSNP1AS reside cerca de un gen que elabora códigos de proteína. MSN1PAS interfiere con la función de ese gen, que produce una proteína importante para el desarrollo del cerebro llamada moesina.
Esencialmente, el gen no codificante se traduce en ARN que evita el funcionamiento del gen de la moesina.
La moesina juega un papel en el desarrollo de las conexiones entre las células cerebrales y en el modo en que las proyecciones enviadas de una célula a otra se mueven en su lugar. Sin ella, al menos en una placa de Petri, los axones de las células nerviosas y dendritas “colapsan”, explica Daniel Campbell, profesor asistente de psiquiatría en la Universidad del Sur de California y autor principal del estudio.
Curiosamente, los ratones criados con carencia de moesina, exteriormente parecen normales, aunque nadie ha estudiado su comportamiento debido a que estos animales fueron criados específicamente para estudiar su sistema inmunológico. Campbell planea estudiar los cerebros de estos animales y el papel que juega la moesina en el desarrollo temprano.
“Estamos concibiendo la hipótesis de que en algún momento, durante un tiempo crítico en el desarrollo la balanza se desequilibra ya que no se fabrica suficiente proteína de moesina”, dice Campbell. De hecho, su equipo encontró que los niveles de MSN1PAS eran casi 13 veces mayores de lo normal en la corteza de los adultos autistas examinados post mortem.
En general, los nuevos hallazgos darán a los investigadores del autismo mucho sobre qué trabajar, pero, por desgracia, no hay respuestas claras aún para las personas afectadas por el autismo.
Imagen: Vesaiset