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Creer o no en un ser supremo, en una deidad (o varias), forma parte de la cosmovisión personal. No está demás señalar la importancia del respeto que merece la concepción individual sobre este tópico, máxime cuando puede no coincidir con la propia.
Algo irónico resulta entender que tanto la creencia como la incredulidad en sí mismas están determinadas, en parte, por lo que hacemos con nuestras emociones, sostiene el profesor Christopher T. Burris, autor de una nueva investigación que encontró que el ateísmo está asociado con la restricción habitual de las manifestaciones emocionales (Burris, 2020).
“Esta línea de investigación comenzó con un descubrimiento casual mientras examinaba datos demográficos hace más de una década. Se convirtió en un documento de 2011 que mostró que los ateos informaron emociones positivas y negativas menos intensas en relación con los creyentes religiosos (Burris & Petrican, 2011).”
En la nueva investigación, el equipo de Burris procuró averiguar por qué sucedía esto y qué implicaciones puede tener.
Para eso, encuestaron a 1059 estudiantes universitarios de psicología respecto a sus creencias religiosas. Los participantes completaron una evaluación de sus tendencias de regulación emocional. Cerca de la mitad de los participantes se identificaron como cristianos, mientras que el 30% se identificó como agnósticos o no religiosos; 15% se identificaron como ateos. El resto se identificó como musulmán, hindú, budista, judío u otro.
Los que se autoidentificaron como ateos tenían más probabilidades de informar que reprimían emociones, comparados con las personas religiosas y agnósticas/no religiosas. Los ateos tendían a estar más de acuerdo con afirmaciones como “cuando siento emociones positivas, tengo cuidado de no expresarlas.”
Sin embargo, no hubo diferencia entre estas personas y otros participantes en lo que respecta al uso de la reevaluación cognitiva como estrategia de regulación de las emociones (“Controlo mis emociones cambiando la forma en que pienso sobre la situación en la que me encuentro”).
Para comprender mejor por qué el ateísmo está relacionado con la supresión emocional, Burris realizó un experimento con 247 estudiantes universitarios, en el que halló que los participantes que fueron instruidos para ocultar sus emociones tenían menos confianza en la vida después de la muerte en comparación con los instruidos para sentirse libres de expresar sus emociones. Pero esto solo era cierto entre aquellos que preferían usar la supresión sobre la reevaluación como una estrategia de regulación de las emociones.
En un segundo experimento, se grabó a 8 estudiantes universitarios ateos y 8 estudiantes universitarios religiosos mientras describían una experiencia reciente que los hizo sentir frustrados o molestos y una experiencia reciente que los hizo sentir felices o alegres. Luego, una muestra de 100 estudiantes universitarios vieron los videos con el sonido apagado y calificaron la expresividad emocional, la confiabilidad y la simpatía de cada orador. Los participantes que vieron los videos desconocían la afiliación de cada orador.
Burris descubrió que los ateos eran vistos como menos expresivos emocionalmente en promedio en comparación con los individuos religiosos, especialmente cuando se trataba de manifestaciones de emoción positiva.
Según investigaciones anteriores, la experiencia espiritual ha sido relacionada con las emociones positivas, y su manifestación (es decir que no habría lugar para la restricción de su expresión). En ausencia de una experiencia espiritual alimentada por una emoción positiva, una cosmovisión atea puede parecer más convincente. “En otras palabras, parece que la supresión expresiva impulsa el ateísmo, en lugar de viceversa,” señala el autor.
“En situaciones cotidianas, las personas que son difíciles de leer pueden considerarse poco confiables porque son básicamente impredecibles. Este es un problema porque los ateos como grupo ya son blanco de prejuicios porque se considera que no son confiables. La mayor dependencia de los ateos en la supresión expresiva puede reducir sus posibilidades de romper ese prejuicio a través de interacciones positivas uno a uno con los no ateos,” explicó Burris.
Finalmente, el autor advierte que esta investigación no se basó en una muestra aleatoria del mundo, y las diferencias grupales documentadas no toman necesariamente la experiencia de ningún individuo.
“Un tema más importante es que las personas de la gran muestra fueron encuestadas en un solo punto en el tiempo, principalmente en la adultez emergente. Sin embargo, ni las cosmovisiones ni las estrategias de regulación de las emociones pueden mantenerse estables a lo largo del tiempo. Por lo tanto, un estudio de seguimiento natural implicaría el seguimiento de los cambios en ambos para ver si los cambios en la supresión expresiva predicen fluctuaciones en la ocurrencia de experiencias que las personas etiquetan como “espirituales”, así como los cambios correspondientes en sus visiones del mundo,” señaló finalmente.
Referencia bibliográfica:
Burris, C. T. (2020). Poker-faced and godless: Expressive suppression and atheism. En Psychology of Religion and Spirituality. https://doi.org/10.1037/rel0000361
Burris, C. T., & Petrican, R. (2011). Hearts Strangely Warmed (and Cooled): Emotional Experience in Religious and Atheistic Individuals. En International Journal for the Psychology of Religion (Vol. 21, Número 3, pp. 183-197). https://doi.org/10.1080/10508619.2011.581575
Fuente: Psypost
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