El conocido filósofo español Fernando Savater (1991) afirma que la envidia “es la virtud democrática por excelencia” y que por ello no debe verse como pecado siguiendo los cánones tradicionales. Gracias a ella se evita que otros tengan más derechos que uno/a mismo empujándonos a todos a buscar la igualdad social. Por ello, según Savater, habría que considerarla más una auténtica virtud que un vicio. Incluso este filósofo relata cómo la envidia le ayudó a emular y desear parecerse a determinados intelectuales que ha ido admirando a lo largo de su vida, y cómo esto le ha ayudado a su propio desarrollo personal.
Las afirmaciones de Savater, reconociendo sus aportaciones, como veremos al hablar de la “envidia mimética”, son cuestionables. Por lo pronto parece confundir envidia con admiración, y por otro, contradice la experiencia real y directa de muchas personas que han padecido o recibió los actos envidiosos.
La gente no suele reconocer que tiene envidia y, a lo sumo, afirma que solo tiene “envidia sana”, si es que eso realmente existe. Nadie va a la consulta del psicólogo quejándose de que tiene envidia. Las demandas psicológicas habituales suelen ser por “depresión”, y solo en el despliegue biográfico de la persona al ir relatando distintos aspectos de su vida, en un clima de confianza y seguridad, aparece muchas veces la presencia de la envidia hacia otros, casi siempre próximos (hermanos, familiares, compañeros de trabajo, etc.).
La mayoría de los psicólogos y psiquiatras, y aún más los de orientación psicoanalítica, han destacado los aspectos destructivos y patológicos de la envidia. Rattner (1974) describe cuatro formas generales de envidia: la envidia entre los hermanos (que tiene un origen en las experiencias de la infancia), la envidia entre los sexos (dado que la cultura ha valorado más lo masculino en general), la envidia entre los compañeros de trabajo (que da lugar a no pocos casos de “mobbing” o acoso laboral) y la envidia fomentada socialmente (el espíritu competitivo de la sociedad de consumo).
¿Y cuáles son los orígenes y causas de la envidia?
Por lo pronto, hay que situar su origen en las experiencias del niño/a en su tierna infancia. Algunos psicoanalistas como M. Klein (1957) consideran que la envidia tiene su raíz en el primer objeto de importancia para el niño: su madre. El niño distingue entre el “pecho bueno” cuando su madre le amamanta y sacia su deseo de hambre, y el “pecho malo”, cuando su madre frustra su deseo de saciarse; siendo esto universal y relativamente dependiente de los cuidados que realice la madre. De hecho, otros autores han insistido más aún en el papel de las primeras experiencias de frustración del niño (Ferenczi, 1913; Rank, 1924). El psicoanalista español Guerra Cid (2004, 2006) afirma que en la historia personal de quién padece envidia aparece una intensa frustración que aumenta cuando el otro tiene lo que él anhela. Ese deseo, salvo en personas con mentalidad más simple, no suele ser de las cosas materiales que el otro posee, sino más bien de sus cualidades que le permiten tener la admiración y bienes materiales.
El gran envidioso suele desear, fantasear y hasta llevar a cabo, acciones de perjuicio o destrucción dirigida al envidiado. Es un ser amargado incapaz de aceptar sus limitaciones, al que habría que aplicarle el refrán tradicional de “Dime que envidias y te diré de qué careces”. La persona con envidia suele utilizar una curiosa “racionalización” para mantener su estado de envidia: argumenta que en su vida ha tenido mala suerte y que el envidiado, por el contrario, ha sido agraciado por la buena suerte.
Si se mira despacio en la vida del envidioso suelen ser frecuentes las experiencias de múltiples fracasos en su vida amorosa, laboral y social; y no precisamente a causa de la mala suerte sino por no contar con numerosas variables de la realidad para tomar sus decisiones, precisamente por su baja tolerancia a la frustración y su deseo de tener las máximas satisfacciones en el plazo más inmediato. Desde esta óptica, la “envidia sana” no existe, solo hay una y es “patológica”.
El carácter enfermizo de la envidia ha sido considerado incluso en la tradición escolástica tomasiana. Según el psicólogo tomista Martin Echevarria (2005), la envidia es una forma enfermiza o viciosa de la tristeza desordenada que deriva de la vanagloria de querer tener siempre más y de poseerlo todo; y que tendría dos causas (siguiendo al aquinate): una intelectual o cognitiva (desconocimiento de los propios límites y cualidades) y otra afectiva (el temor a fallar en lo que se considera que supera las propias capacidades).
También en muchos casos se añaden verdaderas tradiciones familiares de envidiosos que educan al niño en el resentimiento hacia el envidiado. Si en ese ambiente familiar y hasta escolar, se prima mucho comparar al niño con las cualidades de otro, la envidia estará servida y el daño al niño realizado.
Pero sin duda, uno de los psicólogos y psiquiatras que más han estudiado la envidia ha sido Alfred Adler. Para éste, la envidia se configura en una atmósfera familiar infantil donde prima la competitividad y donde la rivalidad entre los hermanos es frecuente. Los niños mayores y menores suelen ser los más vulnerables a la envidia en ese contexto. El hermano mayor porque ha sido “único” objeto de privilegio y atenciones, y ahora se ve “destronado de su reinado” por la venida de otro hermanito con el que rivaliza; y puede recurrir a “apaños” como “ser ahora muy malo”, “orinarse encima” y otras estratagemas conscientes e inconscientes para recuperar el trono de atenciones y afectos perdidos. También el menor porque suele ser objeto de mimos y protección excesivos que cuando sale del ambiente familiar habitual tiene que afrontar un mundo despiadado, difícil y frustrante.
Y, por último, podríamos hablar de la envidia no solo como afecto, sino como una forma de conducta, y hasta como forma de conducirse por la vida que no solo tiene sus “causas”, sino también sus efectos, consecuencias o funciones finalistas” (Marino Perez, 2004). La envidia, desde esta perspectiva, cumple un papel social relacionado con la “función de regulación del poder”.
Habría que distinguir aquí entre una “envidia mimética” donde no solo es importante el objeto del deseo para el propio envidioso; sino que el objeto del deseo es aún más deseable cuanto más sea deseado por otros. La función aquí es orientar los objetos que son deseables y valiosos según la sociedad del momento en cuestión. En la sociedad de consumo esos objetos del deseo son “creados continuamente” sin remitir a necesidades reales, y tienen un claro exponente en los medios de comunicación y la publicidad.
Y, por otro lado, estaría la “envidia maléfica” donde se desea que el otro pierda lo que tiene sin que sea necesario tenerlo uno mismo. En este caso, la envidia está muy relacionada con las comparaciones sociales con otros donde el “rebajamiento del otro” cumple con la función o finalidad de la propia afirmación; operando en una especie de equilibrio tanto real como imaginario. El hecho es que ambas formas de envidia pueden convivir en la misma persona y sociedad. Incluso hay quien “provoca” la envidia en otros haciendo “ostentación” de bienes materiales o cualidades como una forma de sentirse superior al envidioso.
En suma, afirma Marino Pérez (2004), para que se dé la envidia tiene que haber una serie de causas antecedentes: incluyen la presencia de objetos deseados que pertenecen a otros, desigualdades que hacen evidente la inferioridad de otros casi siempre próximos y/o el afán insaciable de igualdad en sociedades democráticas; y una serie de consecuencias o funciones: orientar a objetos de consumo social deseables, equilibrio real o imaginario de la propia inferioridad y/o sentimiento de superioridad ante el otro.
¿Y tiene remedio o solución la envidia?
Para la opinión del psiquiatra cordobés Castilla del Pino (2000) la envidia es intratable e incurable. Para otros especialistas el asunto no es tan pesimista, pero debe contar con varias condiciones. Para la persona que ya está en tratamiento (y no precisamente por admitir su envidia como apuntábamos al principio), ésta debe admitir su propia identidad, con sus limitaciones y cualidades; lo que conllevará “resistencias y defensas frecuentes” y será un trabajo psicológico duro y difícil, pero no imposible. Para los padres y educadores será muy importante en plan preventivo trabajar las conductas de solidaridad y cooperación desde las primeras fases de la vida de los niños; aquello que Alfred Adler llamó “sentimiento de comunidad o interés social” (Ruiz, Oberst y Quesada, 2006). Pero bien es cierto que la sociedad en general no está por esa labor y el “complejo de Caín” seguirá haciendo mucho daño a esta y a las próximas generaciones, por lo que el trabajo es inacabable.
Articulos recomendados:
–¿Existe envidia de la buena?
–El lado bueno de la envidia.
BIbliografía:
- Alfred Adler: El sentido de la vida. Miracle, 1935
- Francisco Savater: Ética para Amador. Ariel. Barcelona 1991.
- F. Oliver Brachfeld: Los sentimientos de inferioridad. Editorial Apolo. Barcelona, 1936.
- Juan J. Ruiz , Úrsula E. Oberst y Antonio M. Quesada: Estilos de vida. El sentido y el equilibrio según la psicología de Alfred Adler. Paidós. Barcelona, 2006.
- Josef Rattner: La persoalidad del hombre. Orientaciones psicoterapéuticas para el conocimiento de si mismo y los demás. Ed. Mensajero. Bilbao, 1973.
- Luis Raimundo Guerra Cid: Esto no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. Descleé de Brouwers. Bilbao, 2006.
- Luis Raimundo Guerra Cid: Tratado de la insoportabilidad. La envidia y otras “virtudes humanas”. Descleé de Brouwers. Bilbao, 2004.
- Marino Pérez Álvarez: Contingencia y drama. La psicología según el conductismo. Minerva Ediciones. Madrid, 2004.
- Martin F. Echevarria: La praxis de la psicología y sus niveles epistemológicos según Santo Tomás de Aquino. Documenta Universitaria. Girona, 2005