Hace unos meses dicté una serie de seminarios acerca de la influencia que las redes sociales tienen en la percepción de belleza.
Profesionales allí presentes, la mayoría del área de la estética y la belleza, mencionaron lo que estaban observando en sus consultorios: una ola de pacientes que demandaban verse igual, en la realidad, a cómo se lucían en sus fotos de Instagram. Una de ellas comentó que una adolescente fue a la consulta porque sus amigas le decían que tenía que parecerse más a la que se mostraba en las redes, porque ahí era más linda.
Los filtros de belleza, en especial los faciales, representan el uso más popular y extendido de Realidad Aumentada (RA) y posibilita que cada vez haya más y mejores aplicaciones para modificar o editar un cuerpo. Aparecieron por primera vez en Snapchat en 2015, y son una extensión del fenómeno de las selfies. En aquel entonces los usuarios podían ensayar usar una especie de disfraz virtual, como por ejemplo, decorarse unas partes de la cara o parecer un animal. Lo que antes parecía un juego, hoy, monta un escenario que permiten representar ideales, casi siempre inalcanzables: satisfacer el ideal de belleza.
Pasando por un conjunto de selecciones personales, sociales y técnicas la imagen que construimos en las redes sociales no es ingenua. En el caso de los y las adolescentes, que todavía están descubriendo quiénes son, se han convertido en la puesta a prueba de muchas de las herramientas de RA que distorsionan el cuerpo. Para ellos navegar entre su imagen digital y analógica, podría ser especialmente complicado. Y todo eso está ocurriendo casi sin supervisión.
Los investigadores aún no saben qué impacto puede tener el uso prolongado de la RA, pero sí saben que existen riesgos concretos.
Como vemos en los consultorios, lo que empezó como un juego para jóvenes (y no tan jóvenes podría potenciar una ola de dificultades emocionales asociadas por ejemplo, a la dismorfia corporal, un trastorno que se caracteriza como la preocupación excesiva por defectos en la apariencia física (puede ser la nariz, la boca, el abdomen) que generalmente son irrelevantes o inexistentes, pero que son percibidos por quien los sufre y repercuten en sus actividades sociales y ocupacionales. En ocasiones, puede traer aparejados trastornos alimentarios.
En un discurso dirigido a los inversores en febrero de 2021, el cofundador de Snapchat, Evan Spiegel, expresó: “Nuestra cámara ya es capaz de hacer cosas extraordinarias. Pero la RA es la que está impulsando nuestro futuro”. Spiegel se refiere a los filtros como “un servicio”. Por ejemplo uno de los últimos filtros de TikTok, Bold Glamour, se convirtió en el más viral de la red. Muchos usuarios se han expresado con enojo tras comprobar el cambio tan radical de la imagen que provoca el filtro y están compartiendo sus opiniones en cientos de vídeos cuestionando si ya se está llegando a límites que rozarían hasta la ilegalidad.
No creo que haya que tener un título universitario específico para darse cuenta de que algo podría no ser saludable. Es nuestra tarea como profesionales hablar de lo que supone usar los filtros de forma abusiva.
Tal vez la solución no sea prohibir estos filtros, sino educar a los adolescentes para que hagan un uso saludable de estas aplicaciones. Lamentablemente dudo que aún seamos capaces de entender cómo los filtros afectan la percepción que tenemos de nosotros mismos. Pero vale la pena no banalizarlos.