Es ampliamente conocida aquella expresión de san Agustín de Hipona (s. IV) que dice: «Ama y haz lo que quieras». Se la ha citado una innumerable cantidad de veces y en diversos contextos. Sin embargo, pocas veces se tiene en cuenta que en el pensamiento agustiniano el amor es la más elevada manifestación de una consciencia lúcida y una autodeterminación libre. Aplicando estos conceptos al ámbito particular de las relaciones humanas, podríamos decir que si hay desconocimiento, engaño o autoengaño que impida reconocer la realidad —lo más objetivamente posible—, y/o si hay algún tipo de dependencia, coacción o temor que impida una autodeterminación libre, no se trata propiamente de ‘amor’. Lo cierto es que en ocasiones se llama ‘amor’ a diversas experiencias individuales e interpersonales basadas en patrones relacionales disfuncionales muy poco saludables y a la vez adictivos, en los cuales, además, está considerablemente comprometida la objetividad y la autodeterminación. Tal es el caso de la dependencia emocional.
La dependencia emocional es un problema que actualmente presentan muchas personas, al punto que se está convirtiendo en tema de creciente relevancia en el ámbito de la psicoterapia en las dos últimas décadas. Se trata de una problemática compleja en la que gran parte de la perturbación y el sufrimiento de quienes la padecen gira en torno al tema del amor, específicamente en el área del vínculo de pareja (Castelló-Blasco, 2005).
El peculiar foco del dependiente emocional en recibir afecto, atención y valoración por parte de su pareja, permite distinguir este trastorno del trastorno de personalidad dependiente del DSM-V, el cual describe un tipo de dependencia que podríamos considerar de carácter instrumental, según la cual lo que el dependiente demanda del otro no es sólo afecto, sino también ayuda en términos concretos y materiales, orientación para tomar decisiones, y protección en sentido amplio.
Por otra parte, dentro de la dependencia emocional se han reconocido dos perfiles distintos, a saber, el demandante y el dador/ayudador/salvador.
En suma, podemos decir que hay tres grandes tipos de dependencia hacia las personas:
- Dependiente instrumental: rol de necesitado; demanda cuidado, orientación y protección.
- Dependiente afectivo: rol de necesitado; demanda afecto, atención, valoración.
- Codependiente: rol de dador, ayudador, salvador; genera dependencia en el otro, volviéndose imprescindible para él, para asegurar su permanencia.
Dejando de lado por el momento la dependencia instrumental ─acerca de la cual hay abundante literatura─, en esta oportunidad presentaremos algunos conceptos centrales en relación a dependencia emocional, tema de creciente relevancia en la actualidad. Nos preguntamos: ¿qué es la dependencia emocional?, ¿puede ser considerada una adicción?, ¿cuáles son los objetivos del tratamiento psicológico de esta problemática?
Si bien no hay a la fecha una definición ‘oficial’ de este trastorno, aunando conceptualizaciones de reconocidos autores que trabajaron desde hace varios años sobre el tema, podemos decir que la dependencia emocional consiste en un patrón de creencias, emociones y conductas caracterizado por la experiencia subjetiva de una intensa y siempre insatisfecha necesidad de afecto, junto a una exagerada y persistente demanda de atención y valoración, dirigida a un otro significativo, que usualmente es la pareja del dependiente emocional (Castelló-Blasco, 2005; Sánchez-García, 2010; Lemos-Hoyos, 2007).
Algunos autores consideran que, puesto que dicho patrón es inflexible, generalizado y crónico ─de larga data en la vida del sujeto, habiendo comenzado aproximadamente en la adolescencia─, y está asociado a un malestar significativo en el área personal y relacional, la dependencia emocional debe ser considerada un trastorno de personalidad (Castelló-Blasco, 2005), aunque aún no ha sido incluido como un trastorno específico en los manuales diagnósticos de las patologías mentales, DSM-V y CIE-11.
Como dijimos, en el actual DSM-V se consideran los criterios diagnósticos para el trastorno de la personalidad dependiente, cuyos indicadores hacen foco en un tipo de dependencia que podría considerarse instrumental, es decir, una excesiva demanda de cuidado, orientación y protección; en la cual el dependiente se siente desvalido, con escasas capacidades y limitada autonomía, tiene un comportamiento sumiso excesivo, un desmesurado temor al abandono, y experimenta una necesidad exagerada de que lo cuiden, orienten y protejan. Mientras que la dependencia emocional, aunque comparte las características generales de la dependencia instrumental ─sensación de estar desvalido sin el otro, temor exagerado al abandono, limitada autonomía, sumisión─, se diferencia de la instrumental en que la demanda es exclusiva de afecto, atención y valoración, y va dirigida exclusivamente a la pareja del dependiente (Castelló-Blasco, 2005).El dependiente emocional se caracteriza por un marcado déficit en la autoestima, un pobre autoconcepto y desvalorización; la creencia de no valer lo suficiente, de que el otro significativo es mejor y más confiable, por lo cual tiende a idealizarlo y a buscar en él/ella valía, apoyo y seguridad; intensa ansiedad de separación y miedo a estar solo; y sumisión patológica —que llega al extremo de aceptar desprecio, humillación y maltrato para evitar ser abandonado—. Además, varios estudios han hallado que este trastorno, tanto en mujeres como en hombres, según la gravedad del caso, con frecuencia se encuentra asociado a diversos síntomas y patologías, como depresión reactiva —especialmente relacionada con una mala calidad de la relación, separación o divorcio—; celos patológicos y conductas controladoras; histrionismo exagerado y dificultades en el control de los impulsos —escenas dramáticas, ataques llanto, violencia verbal y/o física—; consumo abusivo de sustancias; conductas de riesgo, autolesiones e intentos de suicidio (Lemos-Hoyos et al., 2007; Izquierdo-Martínez & Gómez-Acosta, 2013).
Jorge Castelló-Blasco (2005) propone los siguientes criterios diagnósticos provisionales para lo que él denomina «Trastorno de la personalidad por necesidades emocionales»:
Consiste en una tendencia persistente a las relaciones de pareja caracterizadas por el desequilibrio entre ambos miembros, la necesidad afectiva claramente excesiva hacia la otra persona y el sometimiento inapropiado hacia ella, que empieza al principio de la edad adulta y se da en diversos contextos, como lo indican cinco (o más) de los siguientes ítems:
- Búsqueda continua de relaciones de pareja, planteándose la vida siempre al lado de alguien.
- Necesidad excesiva de la pareja, que deriva en contactos muy frecuentes y a veces inapropiados (p. ej., llamadas telefónicas continuas mientras la pareja está en una reunión de trabajo), y que no se debe a dificultades cotidianas, toma de decisiones o asunción de responsabilidades.
- Elección frecuente de parejas egoístas, presuntuosas y hostiles, a las que se idealiza con sobrevaloraciones constantes de sus cualidades o de su persona en general.
- Subordinación a la pareja como medio de congraciarse con ella, que facilita el desequilibrio entre ambos miembros de la relación.
- Prioridad de la relación de pareja sobre cualquier otra cosa, que puede ocasionar una desatención prolongada de aspectos importantes del sujeto como su familia, su trabajo o sus propias necesidades.
- Miedo atroz a la ruptura de la pareja aunque la relación sea desastrosa, con intentos frenéticos de reanudarla si finalmente se rompe.
- Autoestima muy baja, con menosprecio de las cualidades personales o minusvaloración global del sujeto como persona.
- Miedo e intolerancia a la soledad.
- Necesidad excesiva de agradar a las personas, con preocupaciones continuas sobre la propia apariencia física o sobre la impresión que ha generado en ellas.
Cabe notar que a partir del trabajo terapéutico con los dependientes emocionales, se han observado entre ellos dos perfiles distintos, según dijimos. Por una parte, el dependiente emocional ‘típico’, el que hemos descrito anteriormente; y por otra parte, el dependiente emocional que, aún teniendo baja autoestima como el dependiente típico, a diferencia de éste ─paradójicamente─ posee un elevado autoconcepto ─“Soy bueno, generoso, e indispensable”─, presentando un característico patrón altruista, según el cual asume el rol de dador, ayudador o salvador más que necesitado o demandante, y realiza un gran esfuerzo por volverse completamente indispensable para el otro significativo, asegurándose así la permanencia de éste a su lado ─usualmente la pareja, aunque el rol de dador puede extenderse eventualmente a otras personas significativas de su círculo relacional cotidiano, de quienes los codependientes ‘se hacen cargo’─. Para distinguir los dos tipos de dependientes emocionales, diversos autores adoptaron el término de dependiente afectivo para referirse al dependiente emocional típico ─demandante/necesitado─, y el término de codependiente para referise al segundo tipo descripto –dador/ayudador/salvador─.
Ambos tipos o estilos de dependientes emocionales tienen en común las siguientes características:
- Gran motivación para complacer necesidades, demandas, expectativas y deseos del otro.
- Fuertemente influenciables por la voluntad y el criterio del otro.
- Fuertes sentimientos disfóricos ─angustia, temor y malestar─ frente a la recurrente idea del abandono, y gran ansiedad en situaciones en que están solos.
- Gran idealización del compañero amoroso o pareja, al que se someten y a la vez procuran manipular para evitar el abandono.
- Minimización del conflicto y negación de hechos negativos en la relación, al punto de soportar frecuentemente humillación y maltrato.
- El codependiente, particularmente, realiza frecuentes autosacrificios, autopostergaciones en orden a complacer al otro, y gran autoexigencia, junto a un alto sentimiento de culpa por no hacer nunca lo suficiente.
Es característico de los dependientes emociones el fuerte deseo de estar con el otro significativo, usualmente la pareja; deseo al que experimentan como una necesidad incontrolable de la presencia, cercanía, atención, etc., del otro, cuando éste se ausenta. Tal deseo del otro ha sido comparado con el craving (=deseo voraz) que experimentan los adictos a las sustancias durante la fase de abstinencia. Esa es la razón por la que hay quienes consideran a la dependencia emocional como un tipo de adicción, concretamente una adicción a las personas (Rodríguez de Medina Quevedo, 2013).
El tratamiento terapéutico de los dependientes emocionales dependerá de la perspectiva que se adopte. Si se considera la dependencia emocional como un tipo de adicción, el objetivo terapéutico será la recuperación ─y no la curación─ del dependiente emocional, y el tratamiento será similar al de las adicciones a las sustancias, en la que necesariamente se debe incluir una etapa de aislamiento, abstinencia y desintoxicación respecto del objeto de dependencia. Complementariamente, si se enfoca la dependencia emocional como un trastorno de personalidad, el trabajo terapéutico se orientará a fortalecer la autoestima y autonomía emocional del dependiente; guiarlo en la adquisición de una visión más realista de sí y del otro, procurando identificar y evitar idealizaciones y negaciones; enseñarle a tolerar la soledad ─sin caer en la tentación de hacer llamadas y reclamos directos e indirectos de la atención y/o presencia del otro─; ayudarlo a evitar pensamientos obsesivos y conductas compulsivas, tales como complacencia total y autosacrificio, demandas excesivas de afecto y atención, celos patológicos e hipercontrol del otro, reclamos exagerados, escenas histriónicas o violentas.
Lo más dificultoso en este tipo de problemáticas ─tanto los trastornos de personalidad como las adicciones─ es que, más allá de lo sintomático, tienen un trasfondo de experiencias de relaciones primarias que resultaron traumáticas, particularmente ciertas experiencias del niño con sus padres y círculo primario temprano, que produjeron en el pequeño un tipo de apego ansioso (Sánchez-García, 2010). Dichas experiencias infantiles y el tipo de apego ansioso, favorecerán luego el surgimiento de cierto patrón de pensamiento, emociones y conductas que sostienen la dependencia en el adulto y obstaculizan el cambio.
Como vimos, el patrón cognitivo-emocional-comportamental del dependiente emocional está constituido por una baja autoestima, idealización del otro, gran necesidad de agradar y complacer —descuido de sí, autosacrificio por el otro—, peculiar sensibilidad al abandono y tendencia a generar vínculos simbióticos —como un intento de compensación por una temprana carencia de afecto y fallas en el cuidado adecuado del niño—. De allí que el trabajo terapéutico sobre estos trastornos —desde cualquier escuela—será necesariamente lento y laborioso, y deberá apuntar a una re-educación del dependiente emocional en lo que respecta a fortalecer su autonomía y autoestima; incentivar el autocuidado y la autopreservación emocional.
En el caso de la terapia cognitiva conductual aplicada a este trastorno, se apuntará a identificar y modificar los esquemas que subyacen, estructuran y sostienen la dependencia emocional, a la vez que se ensayarán nuevas modalidades de relación del dependiente consigo mismo ─control de la ansiedad, tolerancia a la soledad, aceptación, compasión─, y una nueva modalidad de relación, menos simbiótica, más equilibrada y satisfactoria. Si se trata de una modalidad de terapia de pareja, se apuntará principalmente a crear conciencia, en ambos miembros, de la problemática en cuestión, y a flexibilizar el patrón rígido disfuncional de la pareja —demandas constantes, celos, control mutuo excesivo, manipulación, y en muchos casos agresión verbal y física, etc.—
Pese a lo arduo del trabajo terapéutico en este plano, el cambio es posible. Se trata nada más y nada menos que de aprender a amar.
¡Merece la pena el trabajo conjunto, desde distintos ámbitos, por un mundo con relaciones afectivas más sanas y satisfactorias!
Referencias bibliográficas:
Asociación Norteamericana de Psiquiatría (2013). Manual Dianóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, DSM-V. Washington: APA Publishing
Castelló-Blasco, Jorge (2005). Dependencia emocional: características y tratamiento. Madrid: Alianza.
Castelló-Blasco, Jorge (2012). La superación de la dependencia emocional. Málaga: Corona Borealis.
Izquierdo-Martínez, S. A. & Gómez-Acosta, A. (2013). “Dependencia afectiva: abordaje desde una perspectiva contextual”. En Psychologia. Avance de la disciplina, vol. 7, núm. 1, enero-junio, 2013; pp. 81-91. Universidad de San Buenaventura, Bogotá, Colombia.
Lemos-Hoyos, M., Lodoño-Arredondo, N. H., & Zapata-Echavarría, J. A. (2007). “Distorsiones cognitivas en personas con dependencia emocional”. En Informes Psicológicos, núm. 9, pp. 55-69. Medellín, Colombia.
Rodriguez de Medina Quevedo, Isabel (2013). “La dependencia emocional en las relaciones interpersonales”. En Docencia Creativa – Revista electrónica de investigación, vol. 2, pp. 143-148. Universidad de Granada.
Sánchez-García, Gemma (2010). La dependencia emocional. Causas, trastornos, tratamiento. Madrid: Alianza.
4 comentarios
Buenas noches licenciado, aprovecho para saludarlo e tenido la oportunidad de participar de alguna de sus catedras, y sobre la publicación del articulo encuentro algunas similitudes sobre razgos en mi caracter que pueden estar dando origen a algo que puede ser patológico o ya lo es, yo tenia la creencia que en un mundo que se rige por el ya y la posibilidad de dar herramientas para mejorar la comunicacion el estar “conectado” ya no es bueno. Tengo unos 39 años vivi el mundo con y sin telefono, computadoras, sin acceso al y Ya!, para todo habia que esperar, no se tenia conocimiento de la vida del otro en demacia. Hoy si no contestas ya, si te genera dudas donde esta el otro (pareja) pedis ubicación, controlas los “en linea” lo veo en todos lados, me pasa le pasa a mi entorno, se ve ansiedad, angustia, si no contestas, vivis en las redes viendo los likes, lo que publican en base a un comentario, lo necesario para muchos de ser aceptados, comentados, requeridos. Querria saber si se puede diferenciar lo patologico de lo que hoy en dia para muchos es cotidiano, normal, porque en un mundo tecnologico donde las brechas se achican y el control, la aceptacion se traducen, (mandame ubicacion, hace videollamada, hace 10 minutos que estas en linea, porque tenes tantos amigos en face, porque no agendas contactos, a ver mostrame la foto de what, etc etc) calculo que todo usado en su justa medida es beneficioso pero al no poder controlar la utilizacion del mismo y ser al parecer hoy imprescidible para la vida, hablo del celular como ejemplo. Somos victimas de una enfermedad nueva, o fuimos constituidos en la infancia con alguna clase de carencia. Gracias.
Gracias, Alfredo, por tus resonancias. Esa es justamente la finalidad de publicar un artículo como el presente, poder abrir puertas a la reflexión con base en la experiencia.
Saludos. Marcelo
Es interesante el artículo. No obstante, tal como sostiene, no está oficialmente caracterizado. Yo por el amor de pareja, surgido a los 52 años de edad, pude encontrar la razón personal de vivir y para quién, hasta cuándo y cuánto. Es un tema infinito. Asumo dependencia, codependencia, pero… independencia también. Eso es lo Agustiniano del tema. Hoy, 23 años después, ese amor ha madurado, mejorado aún más, fortalecida la existencia aún entre este marasmo humanitario economicista y materialista.
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