Ya hacia unos días había notado que mi hija menor no podía dejar de llorar cada vez que me sentaba a hablar con ella sobre algo que no me había gustado. Sin levantar la voz siquiera, ni gestos de desaprobación, pero ella respondía así. Pude notarlo, muy a mi pesar, ella me temía. Cada vez que hablo de mis hijas tengo esa rara sensación de que las palabras adelgazan y no pueden abarcar lo que ellas significan para mí. Solo me sale esto, son mis cosas importantes.
¿Cómo es que no puedo (me animaría a decir que “no podemos” pero prefiero seguir hablando en primera persona) cuidar mis cosas importantes? ¿Cuáles son los obstáculos que acontecen en el camino hacia nuestras cosas más valiosas? ¿Cómo explicarle a María Pía lo que yo estaba sintiendo?
Cada vez que hablo de mis hijas tengo esa rara sensación de que las palabras adelgazan y no pueden abarcar lo que ellas significan para mí
Una mañana distinta, de esas donde el sol mira con ojos cómplices y el tiempo se dilata, salimos a caminar. Y decidimos conversar, pero no solo conversar esas charlas donde se llenan silencios, conversar como sólo nosotros dos sabemos. Caminar en la vieja vía de trenes que pasa por detrás del consultorio. Los dos dispuestos a algo diferente, salimos a caminar, sintiendo el sol que acariciaba mi espalda de padre y su espalda de hija.
Pía, le dije, ¿sabes qué?. Hace un tiempo que puedo notar que cuando te reto, o te digo algo que no me gusta te angustias y se te llenan los ojos de lágrimas. Y siento que una emoción que conozco aparece en tus ojitos, se llama miedo. Puede que no sea así hija, pero creo que es una buena oportunidad para pedirte perdón, perdón porque sé que las emociones son el pasado que se hace presente, y sé muy bien que en el pasado fui un papá agresivo, loco, que gritaba y se enojaba de una forma que quizás no podías entender. Pero vos y tu hermana fueron y son la brújula que me permite querer ser diferente, y ser diferente aun cuando muchas de las emociones y los recuerdos que me angustiaban en esa época siguen estando. Pero hoy tengo un sentido, hoy sé que vale la pena mostrarme como soy con vos y decirte que te quiero, y que cada día de mi vida, me comprometo a hacer algo para ser el papá que quiero ser.
¨Soy el papá que siempre quise ser, porque puedo decirte esto, aún con lo doloroso que es para mí¨
Paré, suspiré y miré sus ojos de atardecer. Ella sólo suspiró y me dijo. “Siempre fuiste el mejor papá del mundo”. Quizás era la frase que una parte mía, la que no le gusta sentir el intenso dolor y culpa por no haber podido cuidar de ella como se lo merecía necesitaba escuchar. Pero respondí: “No hija, no es así, pero puedo decir que hoy sí soy el papá que siempre quise ser, porque puedo decirte esto, aún con lo doloroso que es para mí”. Permanecimos en silencio el camino de regreso, y no me avergonzó saber que ella podía ver mis lágrimas, que no solo eran de culpa, sino también de orgullo.
Desde muy pequeño fui entrenado a evitar estos momentos, a temer a mi propio miedo y a mi propia vergüenza, a sepultar todo aquello que me generara miedo o culpa. Y durante toda la conversación estuve tentado a hacerlo. El camino a ser el papá que quiero ser no es fácil, implica dejar de lado años y años de aprendizaje donde había incorporado diversas reglas que me permitían asumir que “la tristeza es mala”, que “no es para tanto”, o que “papá nunca se equivoca, si se enoja por algo será”. Durante años aprendí a agredir y aislarme, sólo para no hacer lugar a la tristeza, impotencia, frustración, y angustia con “olor a naftalina” que me acompaña desde niño. Y en esos vanos intentos solo logre alejarme de las cosas realmente importantes en mi vida, que incluyen ser un padre sincero, que pueda mostrarse vulnerable, que puedo decir “Perdón”
La difícil tarea de ser PAPACT
Hace ya algunos años que me dedico a la terapia de aceptación y compromiso (ACT), un enfoque donde el objetivo de la terapia es aceptar incondicionalmente lo que el momento presente aporta, aunque sea algo “negativo”. La aceptación del sufrimiento y el abandono de la lucha contra los síntomas no son tareas sencillas, ya que implica dejar de lado viejas certezas tales como “siempre que llovió paró”, “la tristeza es mala”, y “no es para tanto”. Sin embargo, muchos de nosotros sabemos por experiencia que hay lluvias que no paran, que la tristeza es un compañero fiel, y que a veces que otro nos valide y nos diga “la verdad que te entiendo: sí, es para tanto” puede ser, paradójicamente, muy terapéutico.
El objetivo de ACT es aceptar incondicionalmente lo que el momento presente aporta, aunque sea algo “negativo”
Sé muy bien lo que elegí para mi vida, y sé que hay otros puntos de vista. En algunos de estos la idea fundamental es que nuestras emociones, nuestras conductas e incluso muchas sensaciones (piénsese, por ejemplo, en un ataque de pánico), están determinados por la forma en la cual percibimos o interpretamos el mundo, y la tarea de la psicoterapia es la “reestructuración” o el “cambio” de formas desadaptativas de pensamiento. La búsqueda de una vida sin malestar se constituye, de esta forma, en una meta deseada y perseguida por la psicoterapia, en consonancia con los mensajes sociales de “una vida sin sufrimiento”.
La asunción básica de estos abordajes es que el aparato cognitivo (pensamientos, recuerdos, creencias) y las emociones que acompañan (eventos privados) son las causas últimas de la conducta y que, por tanto, el trabajo con el ser humano debería centrarse en este mundo interno, de modo que para que la persona pueda actuar positivamente se hace preciso trabajar con los eventos privados, adjudicándose un papel nuclear en la cadena determinante del comportamiento a las cogniciones, emociones y sentimientos cuando, según resultados de estudios experimentales actuales, los eventos privados, positivos o negativos, no causan comportamientos problemáticos sino que pueden ser relaciones arbitrarias entre conductas fomentadas desde el marco cultural. Estos enfoques dejan de lado, consciente o inconscientemente, la concepción que aborda el acto presente en el contexto histórico de la persona (Luciano, Páez Blarrina y Valdivia. 2006).
Quizás esto sea más claro si, sólo como un juego, volvemos a la charla anterior, pero desde este otro punto de vista:
Pía, le dije, sabes qué?. Hace un tiempo que puedo notar que cuando te reto, o te digo algo que no me gusta te angustias y se te llenan los ojos de lágrimas. Y siento que una emoción aparece en tus ojitos, y es una emoción que conozco, se llama miedo. Hija mía, ¿que evidencia tienes para que esa emoción esté presente? ¿Aún cuando sé que en el pasado pude haber sido agresivo, es así en el presente? ¿Qué te parece si a partir de ahora cada vez que sientas ese miedo identificamos juntos que estas pensando para a partir de allí buscar evidencias para esos pensamientos?
El objetivo de la terapia es el abandono de la lucha contra los síntomas y en su lugar la reorientación de la vida
Mi forma de hacer terapia se la debo a ACT, una terapia de conducta que parte de una filosofía en la cual se prioriza la alianza terapéutica como base para un trabajo terapéutico eficaz y eficiente, y desde el cual se considera a la Psicoterapia como mucho más que un conjunto de técnicas aisladas. El objetivo de la terapia es el abandono de la lucha contra los síntomas y en su lugar la reorientación de la vida. Se propone la aceptación y la reconstrucción del horizonte de la vida del paciente a partir de la aceptación del sufrimiento y la búsqueda de valores acordes a la las condiciones vitales de cada ser humano. Desde esta perspectiva, se considera a la flexibilidad como criterio de salud mental y se utiliza a la relación terapéutica como herramienta principal de cambio terapéutico.
Partiendo de la idea que de que es imposible no sufrir, desde ACT consideramos que existen dos tipos de sufrimiento, el limpio y el sucio. El sufrimiento limpio es el que la vida nos regala, inevitablemente. La vida es un mar de lágrimas donde cada una de las cosas que más queremos algún día las perderemos. El sufrimiento sucio es el producto de las operaciones verbales, o dicho más simplemente, de la mente. Como explican Hayes, Strosahl y Wilson, (2003), el modelo psicopatológico de ACT parte de la idea de que el sufrimiento humano es en gran medida sufrimiento verbal. Así, el sufrimiento psicológico es el resultado de las operaciones lingüísticas en sí mismas y del excesivo uso de estas como medio de regulación conductual, el cual es reforzado por la comunidad verbal. Debilitar el impacto de estos contextos verbales sobre la conducta humana es uno de los principales objetivos de ACT.
El objetivo de estas psicoterapias está orientado a que la persona actúe con responsabilidad y disposición, a partir de la aceptación de los eventos privados que conlleve ese proceder.
Una conversación de cierre:
Ya un poco cansados de la caminata paramos en el consultorio a tomar un vaso de agua. Pía, en una actitud Zen de esas que ya conozco me mira fijamente y pregunta:
-Pa, ¿qué es lo que haces con los pacientes?
Intentando ser adulto le respondo;
– Hablo con ellos y compartimos momentos en los cuales estamos los dos muy presentes, y aprendemos a hacer lugar a las emociones y pensamientos que aparecen como parte de la vida, para así usar toda la fuerza que ponemos en esa lucha, para arriesgarnos a tener una vida más rica y llena de cosas importantes, aun cuando a veces duela un poco.
Pía, con cara de saber más que yo responde:
-O sea, amor, valentía y mucha atención
-Eso mismo hija, gracias por enseñarme
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