En medio del caos, algunos soldados no encontraron consuelo en el silencio, la terapia o el olvido, sino en la tinta. Un nuevo estudio publicado en Stress and Health exploró cómo ocho soldados israelíes usaron los tatuajes como una forma de procesar y sobrevivir emocionalmente a las experiencias vividas en combate.
Lejos de ser un acto puramente estético o una rebeldía juvenil, estos tatuajes se convirtieron en anclas psíquicas. Algunos evocan a compañeros caídos; otros marcan heridas visibles e invisibles. Para estos soldados, tatuarse fue una forma de narrarse a sí mismos lo que el uniforme no permite decir.
El estudio, dirigido por Keren Cohen-Louck y Yakov Iluz, reunió a ocho soldados que habían participado directamente en operaciones militares. Seis eran hombres, dos mujeres, con edades entre 21 y 29 años. Todos habían recibido al menos un tatuaje durante o poco después de su servicio militar. Algunos tenían solo un par; uno de ellos, quince.
En las entrevistas surgieron dos patrones principales. El primero: los tatuajes funcionaban como memoriales de momentos traumáticos. No eran imágenes decorativas al azar, sino símbolos profundamente ligados a experiencias límite: el silbido de las balas, la muerte de un compañero, la escena de un suicidio. Uno de los participantes dijo: “Cuando me dieron de baja, no dejaba de pensar en mi comandante, en las balas pasando por encima de mi cabeza. Lo veo con sangre, todo”.
El segundo patrón fue aún más revelador: los tatuajes ayudaban a regular el malestar emocional. Tres de los soldados describieron que tatuarse les proporcionó alivio psicológico. El dolor físico breve del tatuaje era un canal para externalizar emociones intensas. “Algunos tatuajes me ayudan a reducir el estrés y estar más tranquilo”, explicó uno de ellos. “Cuando recuerdo que son parte de lo que viví, me siento menos afectado por lo que pasa”.
Para otros, los tatuajes eran una fuente de fortaleza. No solo recordaban el sufrimiento, también resignificaban el trauma como prueba de supervivencia. La tinta transformaba el caos en narrativa, la pérdida en identidad.
Este hallazgo se suma a una creciente línea de investigación sobre el rol psicológico de los tatuajes, especialmente en veteranos de guerra. La literatura ha comenzado a reconocer que, en contextos de alto estrés, marcar el cuerpo puede ser una forma simbólica de control: una intervención estética sobre una historia que a menudo escapa del lenguaje.
Claro, el estudio tiene limitaciones. Se trata de una muestra pequeña, localizada y cualitativa. Ocho soldados israelíes no representan a la totalidad de quienes han pasado por experiencias bélicas. Las dinámicas del ejército, el contexto cultural y las condiciones de combate varían ampliamente. Aun así, los resultados ofrecen una ventana única sobre una forma de afrontamiento que raramente es abordada en la literatura clínica.
Frente al sufrimiento, no todos acuden a palabras. Algunos, como estos soldados, escriben su historia en la piel. No para olvidar, sino para poder seguir.
Referencia: Cohen‐Louck, K., & Iluz, Y. (2024). Tattooing Among Combat Soldiers as a Coping Resource With Their Military Service Experiences. Stress and Health.