Según datos de la ONG Luchemos por la Vida, durante el año 2015 en Argentina murieron 7472 personas a causa de accidentes de tránsito, hubieron más de 120.000 heridos y grandes pérdidas materiales (estimadas en U$S 10.000 millones por año). A fines del año pasado, la Organización Mundial de la Salud informó que en el mundo “cada año, y no obstante las mejoras logradas en el ámbito de la seguridad vial, 1,25 millones de personas mueren como consecuencia de accidentes de tránsito.”
¿Qué nos dicen estos datos acerca de las medidas de educación y seguridad vial en Argentina y en el mundo? ¿Existen métodos más efectivos para la prevención que los que se aplican actualmente?
Un estudio que se enfocó en infractores que conducen vehículos a altas velocidades o en estado de ebriedad, encontró que cada categoría de conductores riesgosos tienen un perfil conductual, de personalidad y neurobiológico distintivo.
“Sorprendentemente, estos conductores usualmente no se consideran como tomadores de riesgos,” dijo Thomas G. Brown, autor principal del estudio, profesor asistente de psiquiatría en la Universidad McGill e investigador en el Instituto Universitario de Salud Mental de Douglas, en Montreal. “Si los conductores no creen que son riesgosos, no aceptarán la necesidad de cambiar. Por otro lado, si nosotros y ellos no entendemos su comportamiento, ¿cómo podemos esperar que lo cambien efectivamente?”
En esta investigación, se estudió cuatro grupos de hombres en Quebec, de entre 19 y 39 años de edad. Los grupos incluyeron a aquellos que tenían una historia de dos o más arrestos por conducir ebrios; aquellos que habían sido detenidos por exceso de velocidad o por cometer otra violación de tránsito en movimiento tres o más veces en los dos años anteriores; aquellos con antecedentes de conducción que incluían ambos tipos de infracciones; y un grupo control de conductores de bajo riesgo.
Los investigadores reunieron información de los participantes sobre su propensión al abuso de drogas o alcohol, y sobre sus niveles de inhibición e impulsividad. También se evaluaron características personales como su tendencia a buscar recompensas o emociones en su toma de decisiones, y la capacidad de aprender de sus experiencia pasadas y tomar mejores decisiones en el futuro.
Además, se observó a los participantes conducir en un simulador y se midió sus niveles de cortisol (la hormona del estrés) antes y después de que completaran una tarea estresante.
Cada grupo tenía perfiles emocionales y conductuales distintivos
Los resultados revelaron que cada grupo tenía perfiles emocionales y conductuales distintivos, lo que llevó al equipo de investigadores a especular que los conductores de alto riesgo son más propensos a responder a estrategias de prevención que toman en cuenta sus características particulares.
Investigaciones pasadas han mostrado que las técnicas que se enfocan en las motivaciones individuales de las personas (en lugar de enfocarse en una autoridad externa o principios morales) tienen más probabilidades de ser exitosas en el cambio de comportamiento de estos transgresores
Y así, los investigadores sugieren que, por ejemplo, para los infractores que buscan emociones y recompensas una técnica efectiva podría ser hacerlos pasar más tiempo en actividades estimulantes en un ambiente seguro.
Los conductores ebrios, debido a su mayor sensibilidad a los efectos del alcohol como una de las causas de los riesgos que toman, podrían responder mejor a ejercicios que apunten a mejorar su habilidad de recordar las consecuencias negativas del consumo de cualquier cantidad de alcohol cuando tienen pensado conducir.
Por otro lado, el grupo comprometido en ambas formas de conducción peligrosa se caracterizó por la falta de preocupación por los otros, extendida a comportamientos criminales en algunos casos.
Los resultados de este estudio pueden servir de base para la confección de nuevas medidas de prevención que tengan en cuenta las características específicas de cada categoría de conductores riesgosos, y que por tanto podrían llegar a ser más efectivas que las que están dirigidas a la población en general.
Fuente: McGill University