Uno de los temas peor entendidos dentro de las terapias de tercera ola es el de análisis funcional. Y es curioso que así sea porque constituye una idea central en tercera ola, especialmente en las terapias de tradición más bien conductual (ACT, DBT, FAP, etc.).
Veamos si podemos proveer una introducción general y relativamente accesible de lo que significa el condenado “análisis funcional” y así proveerlos de un tema de conversación que será la sensación de la próxima rave a la que asistan. Dense por avisados: el análisis funcional es un tema extenso, aquí sólo vamos a dar un panorama general sobre algunas de sus implicaciones en la clínica más bien “cotidiana”.
Análisis funcional, ¿para qué?
Antes que nada: análisis funcional en realidad es “análisis funcional de la conducta“. Se trata de LA herramienta clínica básica de toda terapia de orientación conductual.
En una primera aproximación, la idea del análisis funcional es simple: se trata de indagar, para una determinada conducta, las relaciones que tiene con ciertas variables contextuales que la influencian. Dicho así, pareciera ser simple, ¿no?. Pero permítanme una digresión para explicar por qué es importante.
Comúnmente, los abordajes psicoterapéuticos hacen blanco en un contenido o conjunto de contenidos de la psicología del paciente: cogniciones irracionales, emociones negativas, complejo de Batman, contenidos reprimidos, baja autoestima, baja motivación, etc. Cada terapia escoge su veneno. Luego se verá en la labor clínica si tal contenido es central o no, pero el asunto es que la terapia gira en torno a la presencia o ausencia de determinados contenidos psicológicos. Por eso, en la mayoría de los abordajes psicoterapéuticos, los problemas del paciente se pueden definir en términos de presencia o ausencia de ciertos contenidos intrapsicológicos (ya sean aisladamente o como constelación de síntomas): este paciente siente ansiedad, este otro tiene pánico, este otro tiene trauma, y la terapia procede en consecuencia, eliminando o corrigiendo el contenido problemático en cuestión.
Para un terapeuta ACT/DBT/FAP , la información que surge de un abordaje así no es necesariamente incorrecta: es insuficiente. Un contenido psicológico no basta para describir un problema. Supongamos dos casos:
- un paciente siente ansiedad cuando tiene que hablar en público, sube al escenario y habla, prestándole atención al público y conectado con lo que tiene para decir.
- otro paciente siente ansiedad cuando tiene que hablar en público, y gana la puerta cuando le toca el turno de hablar.
En el primer caso, quizá no sea necesario hacer nada clínicamente (porque para ese hipotético paciente la ansiedad no constituye un obstáculo). En el segundo caso, es probable que se requiera algún tipo de intervención.
Lo que marca la diferencia entre ambos casos es la relación entre dos eventos: el contexto (estar cerca del escenario y sentir ansiedad), y la conducta (hablar o salir corriendo). Y acá está el carozo de la aceituna: para las terapias contextuales lo importante a la hora de analizar e intervenir es la relación entre la conducta y el contexto (ciertas variables del contexto al menos), no la mera presencia o ausencia de ciertos contenidos. Ninguna conducta tiene sentido para un terapeuta contextual sin esa relación.
Una escena frecuente al supervisar es esta:
– Terapeuta supervisando: Esta paciente tiene ansiedad.
– Yo: ¿Y?
(Por decir esas cosas es que nadie quiere supervisar conmigo).
No es que uno sea jodido (bueno, sí lo soy, pero no es el punto), es que la información “siente ansiedad” (o pánico, o pensamientos irracionales, o recuerdos intrusivos, etc.), es insuficiente. Necesitamos algo más de información, y esa información viene en términos de relaciones funcionales entre la conducta y el contexto en que sucede: ¿en qué consiste la ansiedad para esa paciente? ¿Qué conductas aparecen en el momento que empieza a experimentar eso? ¿Qué conductas cesan? ¿qué consecuencias inmediatas tienen las conductas que realiza en el momento de tener ansiedad? ¿qué consecuencias a mediano y largo plazo, sobre sus valores y objetivos de vida?
La parte de describir la conducta en cuestión (en términos de intensidad, frecuencia, duración, etc.), es lo que llamamos “topografía” o análisis topográfico de una conducta, es decir la descripción, en qué consiste tal conducta. El DSM por ejemplo, es una colección de descripciones topográficas (ciertos síntomas, con cierta frecuencia, con cierta intensidad, etc.).
La parte de describir las relaciones entre esa conducta y su contexto o ambiente es la parte de “función” o análisis funcional de la conducta.
La topografía es necesaria pero por lo general es insuficiente para intervenir. Como en el análisis de la conducta decimos que la conducta es función del ambiente o contexto, llamamos a estas relaciones “funcionales”, y de allí viene lo de “análisis funcional”.
Lo que llamamos habitualmente “análisis de la conducta” consiste en una descripción de la topografía y de la función de una conducta. Ambas son necesarias, pero habitualmente, la parte de la función queda excluida en la psicología. Esta es una de las principales diferencias entre las terapias contextuales y otros modelos: no se consideran las experiencias psicológicas en sí mismas solamente, sino que también se analiza la función que tienen.
Niveles de análisis funcional
El análisis funcional es como el lente de una cámara de fotos: se puede alejar hasta abarcar una panorámica de una montaña, o acercar lo suficiente para ver el pétalo de una flor (lo sé, soy la envidia de García Lorca). Dicho de manera menos poética, un análisis funcional puede hacerse de manera general o con mucho detalle. Cuánto es necesario abarcar es una cuestión puramente pragmática, que depende de cada caso.
Un análisis funcional requiere que establezcamos las relaciones entre tres cosas:
- Cuál es la conducta que me interesa (conducta X)
- Cuáles son los antecedentes (qué está sucediendo en el momento que se emite la conducta X)
- Qué consecuencias tiene (qué pasa en el mundo y en la persona una vez que se emite la conducta X)
La parte de antecedentes y consecuencias es lo que llamamos “contexto”. Ahora bien, contexto no significa “afuera” del organismo, sino “afuera” de la conducta. Como decía Skinner, “la piel no es una barrera muy importante”. Contexto es un término no espacial sino más bien temporal, que abarca:
a) Antecedentes: todo lo que estaba pasando en el momento de emitirse la conducta en cuestión, ya sea en el mundo físico o dentro del organismo en cuestión. En el caso del orador huidizo que vimos antes, si la conducta que nos interesa es que salió corriendo, el contexto es el escenario, la gente, la ansiedad, las luces, los pensamientos, etc.
b) Consecuencias: todo lo que sucede una vez que se emite la conducta, dentro y fuera del organismo. En el caso del orador huidizo, al emitir la conducta de huida podría ser que la ansiedad inmediatamente disminuya, aparece culpa, ya no hay público ni luces, etc.
En la clínica, una forma simple de análisis funcional, el equivalente a la foto panorámica de la montaña, podría ser algo así:
¿Qué estaba pasando, en vos y afuera, en el momento de salir corriendo? ¿y qué pasó después?
Por supuesto, al preguntar de esta manera estamos sacrificando detalles. A veces puede ser útil, a veces no. Como mencionamos antes, es una cuestión pragmática.
Pero un análisis funcional también puede ser minucioso en extremo. En la otra punta del espectro, DBT utiliza como herramienta básica el llamado “análisis en cadena” (es un término de DBT, consiste en un análisis topográfico + un análisis funcional detallado, todavía no he conseguido una buena explicación de para qué cuernos le cambiaron el nombre), para una autolesión puede expandir el contexto hasta abarcar qué tanto había dormido el paciente el día anterior, si había estado consumiendo sustancias, si hubo eventos estresantes en los días previos, y un largo etcétera. De esta manera, el análisis funcional puede abarcar un contexto de incluso días.
Por otra parte, un análisis funcional puede llevarse a cabo tanto sobre eventos que suceden fuera de sesión como sobre eventos que suceden en sesión:
(Terapeuta): – Me da la impresión de que te desconectaste de la sesión, desviaste la mirada y estás hablando poco.
(Paciente): – Sí, me angustié y empecé a pensar en lo que voy a hacer cuando llegue a casa.
T: – Ah, ok, ¿y En qué momento empezaste a sentirte angustiado?
P: –Cuando mencionaste a mi papá
T: – ¿Esto es algo que te pasa a menudo, digo, desconectarte cuando sentís eso?
P: – Sí, pero termino estando colgado todo el día…
T: – Entiendo, debe doler un montón, y parece que cuando te desconectás del malestar, te desconectás también de tu vida, de lo que estás haciendo. ¿Te parecería bien si por esta vez, por un rato aquí, dedicamos un rato a estar con esas sensaciones y ver en qué consisten?
En esta pequeña viñeta, verán que están los mismos elementos de un análisis funcional más detallado: los antecedentes contextuales (el terapeuta mencionando al papá, sentir malestar), conducta (desviar la mirada y dejar de hablar). Las consecuencias no están del todo especificadas en la viñeta (podría preguntarse sin problema), pero están implícitas: “desconectarse” probablemente alivie en cierta medida el malestar. Las últimas tres líneas representan una pequeña inducción a una forma de aceptación: una invitación a estar sin defensa (aceptación), con sensaciones que generalmente son evitadas con cierto costo (estar desconectado todo el día).
Entonces, un análisis funcional puede llevarse a cabo en dos segundos o en cuarenta minutos, abarcar el contexto ampliado o el contexto inmediato, abarcar conductas fuera de sesión o conductas en sesión, pero en su esencia, siempre incluye los mismos elementos: antecedentes, consecuencias, y su relación con la conducta.
Cerrando
Por supuesto, hay mucho, muchísimo más para decir y aprender sobre el análisis funcional. En este artículo sobre pretendimos dar un panorama general de lo que significa en la clínica cotidiana.
Toda acción humana, toda conducta, tiene determinantes históricos y ambientales, distantes e inmediatos. El análisis funcional no es un trámite ni una formalidad; tampoco es algo que utilicemos de vez en cuando, como si se tratara de una técnica en particular. Es un recurso que utilizamos todo el tiempo, y es la mejor herramienta con la que contamos.
Una herramienta que nos recuerda todo el tiempo que las conductas no suceden en el vacío; como decía Ortega y Gasset, “soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Nosotros diríamos que es la acción y su contexto, en un ida y vuelta múltiple y recíproco.
Nos leemos la próxima. Sugerencias y amenazas, en los comentarios.
Imagen: Joshua Earle en Usplash