El miércoles pasado Bloomberg Business publicó una nota que me dejó literalmente alucinando.
El artículo, maravillosamente escrito por Caroline Winter, nos lleva a conocer a un grupo de anestesistas que están administrando un poderoso anestésico llamado ketamina como un antidepresivo de rápido efecto para aquellos pacientes que no han encontrado alivio con los tratamientos tradicionales.
Si lees en inglés te recomiendo que vayas directamente al artículo original: The ketamine cure, tiene un diseño espetacular que replica algunas de las sensaciones alucinogénas. Para aquellos que no leen inglés, les haré un breve resumen.
La ketamina es una droga desarrollada en 1962 como anestésico de rápido efecto. A inicios de los años 70 se empezó a usar como droga recreacional y está catalogada por la FDA (Food and Drugs Administration) como una droga con potencial de dependencia medio-bajo. Su uso es todavía muy extendido en los quirófanos del mundo.
En el año 2000 se publicó en la revista Biological Psychiatry una investigación dirigida por Dennis Charney, que encontró una importante mejoría de los síntomas depresivos luego de 72 horas de haber consumido la dosis de ketamina. Estos hallazgos se basan en los datos previos que sugieren que la depresión podría ser causada por los altos niveles del neurotransmisor glutamato (y no de la serotonina) que afectan las zonas cerebrales responsables del estado de ánimo.
Glen Brooks es uno de los anestesistas que está administrando la ketamina como antidepresivo en Nueva York. Según él, para que la ketamina funcione los pacientes deben tener “un daño cerebral preexistente causado por estrés postraumático o algún indicador de trauma infantil o dolor, ansiedad, soledad, baja autoestima o bullying, real o percibido”.
El tratamiento consiste en la administración gradual de una infusión de ketamina intravenosa que dura aproximadamente 45 minutos y tiene un costo de 525 dólares, que los pacientes pagan de su bolsillo porque las aseguradoras no lo cubren.
Uno de los pacientes dijo en la entrevista que durante las sesiones experimenta un profundo sentimiento de optimismo. “Le dije a mi familia que es cómo ser atravesado por un tren de felicidad.”
Tamara Harley es otra paciente que ha optado por la ketamina, tiene 55 años de edad y ha luchado toda su vida con la depresión. Según ella, la ketamina ha cambiado su vida y estaría dispuesta a tomar un trabajo extra con tal de pagar la cuota de 700 dólares de sus sesiones.
Según Brooks, el 70% de sus pacientes demuestran mejorías después de las sesiones. “Mis pacientes que son suicidas – probablemente la mitad de ellos – obtienen alivio en una o dos horas. En los pacientes que no son suicidas, las mejoras son más tenues y pueden tomar entre seis u ocho horas”, y según él, no hay evidencia de efectos secundarios.
Las ventas de antidepresivos generan miles de millones de dólares al año y las farmacéuticas no pueden dejar pasar la oportunidad de vender un medicamento de tan rápida acción como promete la ketamina. Sin embargo, éste anestésico es una droga genérica con más de 50 años, lo que hace a su molécula patentable. Por tal razón las farmacéuticas están buscando la manera de desarrollar algún derivado que puedan patentar, empaquetar y vender. Uno de sus desarrollos más prometedores y que podría estar en el mercado en los próximos años es un spray nasal hecho de esketamina, una variación de la molécula de la ketamina, 20% más potente que no provoca los efectos secundarios de la alucinaciones.
La mayoría de los tratamientos funciona en la fase activa de la depresión, pero no todos soportan las pruebas de rigurosidad necesaria. Los anestesistas que ofrecen estos tratamientos están usando los datos de sus propios clientes – un claro conflicto de interes – y de un puñado de pequeños estudios independientes. Lo cual no provee evidencia necesaria.
Los pacientes están desesperados por encontrar un tratamiento rápido que los saque de la depresión y están dispuestos a pagar lo que sea por lograrlo; y parece que las clínicas de ketamina están aprovechándo el sufrimiento de la gente para ofrecer un tratamiento costoso que todavía no ha sido regulado.